El acuerdo está consumado, que hablen las urnas
Publicado 28/09/2016
http://www.eldiario.com.co/seccion/OPINION/el-acuerdo-est-consumado-que-hablen-las-urnas1609.html
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James Cifuentes Maldonado
En medio del debate por el SI y por el NO, muchas personas sobrepasan el límite de su opinión; ciegas y sordas ante la posición contraria terminan descalificando, ofendiendo y diciendo cosas lamentables. El ejercicio democrático, por naturaleza, exige respeto por el disenso y la madurez suficiente para aceptar lo que resulte el día en que se cuenten los votos; luego de eso, nuestras vidas tienen que seguir su camino, por la senda trazada por las mayorías.
Hoy, las personas medianamente informadas, ya tienen fijada su posición, y las que no, también, y no la van a cambiar; eso implica que cuanto se siga diciendo en los medios de comunicación y en las redes sociales, sobre el plebiscito, no será útil, y, por el contrario, hará que el ambiente se siga enrareciendo y se malogren muchas amistades.
Al momento de escribir estas notas, las Farc y el Gobierno ya firmaron lo pactado, y, más allá de la discusión sobre lo razonable o lo impertinente que han sido los acuerdos, es innegable que ello constituye un hecho político de suma importancia, que pone de frente a los distintos sectores de la sociedad y genera naturales efectos sobre la relación de fuerzas que existe en el país alrededor del ejercicio del poder, y lo más fundamental, llama a la conciencia sobre las acciones de fondo que se deben acometer en el posconflicto para construir la paz, además de silenciar los fusiles.
El acuerdo de La Habana, rubricado en Cartagena, es una oportunidad para que la sociedad se sacuda y se cuestione sobre los verdaderos motivos por los cuales no nos hemos podido poner de acuerdo en 200 años; para que nos salgamos del remolino de las contiendas partidistas que simplemente pretenden perpetuarse el privilegio de gobernar, hacer de la corrupción una feria y asegurar el reparto de la torta burocrática. Tenemos que estar por encima de eso, no importa si nuestra vocación es roja, azul, verde o amarilla.
Algunos hacen demagogia, arengando, con un clamoroso “por Dios”, en acento paisa, que nadie debería estar de acuerdo con lo pactado con la guerrilla, porque es injusto, porque es impune e inconstitucional; entiéndase: que no sacia los deseos de venganza; cuando de hecho, el valor y la grandeza de esta coyuntura, nunca antes vista, consiste en reconocer que hay que parar y negociar con los que ahora han querido hacerlo, así eso implique tragarnos la infamia; a eso estamos dispuestos millones de individuos que también somos colombianos, a los que no nos han preguntado y que vemos en el plebiscito del 2 de octubre la oportunidad de expresarlo.
Sé que no habrá justicia plena, tampoco reparación total; igual que todos mis compatriotas, ignoro donde están los dineros del narcotráfico de las Farc, pero, qué más da, si en las desmovilizaciones anteriores, estos “trascendentales” detalles tampoco fueron resueltos, y por eso pienso que hoy no hacen la diferencia, máxime cuando a muchas de las verdaderas víctimas ya no les importa y quieren pasar la página.
En medio del debate por el SI y por el NO, muchas personas sobrepasan el límite de su opinión; ciegas y sordas ante la posición contraria terminan descalificando, ofendiendo y diciendo cosas lamentables. El ejercicio democrático, por naturaleza, exige respeto por el disenso y la madurez suficiente para aceptar lo que resulte el día en que se cuenten los votos; luego de eso, nuestras vidas tienen que seguir su camino, por la senda trazada por las mayorías.
Hoy, las personas medianamente informadas, ya tienen fijada su posición, y las que no, también, y no la van a cambiar; eso implica que cuanto se siga diciendo en los medios de comunicación y en las redes sociales, sobre el plebiscito, no será útil, y, por el contrario, hará que el ambiente se siga enrareciendo y se malogren muchas amistades.
Al momento de escribir estas notas, las Farc y el Gobierno ya firmaron lo pactado, y, más allá de la discusión sobre lo razonable o lo impertinente que han sido los acuerdos, es innegable que ello constituye un hecho político de suma importancia, que pone de frente a los distintos sectores de la sociedad y genera naturales efectos sobre la relación de fuerzas que existe en el país alrededor del ejercicio del poder, y lo más fundamental, llama a la conciencia sobre las acciones de fondo que se deben acometer en el posconflicto para construir la paz, además de silenciar los fusiles.
El acuerdo de La Habana, rubricado en Cartagena, es una oportunidad para que la sociedad se sacuda y se cuestione sobre los verdaderos motivos por los cuales no nos hemos podido poner de acuerdo en 200 años; para que nos salgamos del remolino de las contiendas partidistas que simplemente pretenden perpetuarse el privilegio de gobernar, hacer de la corrupción una feria y asegurar el reparto de la torta burocrática. Tenemos que estar por encima de eso, no importa si nuestra vocación es roja, azul, verde o amarilla.
Algunos hacen demagogia, arengando, con un clamoroso “por Dios”, en acento paisa, que nadie debería estar de acuerdo con lo pactado con la guerrilla, porque es injusto, porque es impune e inconstitucional; entiéndase: que no sacia los deseos de venganza; cuando de hecho, el valor y la grandeza de esta coyuntura, nunca antes vista, consiste en reconocer que hay que parar y negociar con los que ahora han querido hacerlo, así eso implique tragarnos la infamia; a eso estamos dispuestos millones de individuos que también somos colombianos, a los que no nos han preguntado y que vemos en el plebiscito del 2 de octubre la oportunidad de expresarlo.
Sé que no habrá justicia plena, tampoco reparación total; igual que todos mis compatriotas, ignoro donde están los dineros del narcotráfico de las Farc, pero, qué más da, si en las desmovilizaciones anteriores, estos “trascendentales” detalles tampoco fueron resueltos, y por eso pienso que hoy no hacen la diferencia, máxime cuando a muchas de las verdaderas víctimas ya no les importa y quieren pasar la página.
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