sábado, 22 de julio de 2017

Matándonos en nombre de la Constitución

Matándonos en nombre de la Constitución


Publicado 09/11/2016
http://www.eldiario.com.co/seccion/OPINION/mat-ndonos-en-nombre-de-la-constituci-n1611.html


James Cifuentes Maldonado

Es desesperanzador que quienes se oponen a la paz negociada, lo hagan argumentando sofisticadamente el respeto por la “institucionalidad”, sin una explicación clara que permita entender de qué carajos es que están hablando; lanzan su discurso piadoso pero sordo como un pesado lastre, con el único objetivo de que el proceso no avance y se hunda, y mientras tanto, los que no tenemos más opción que ver el sainete por televisión y creerle a los noticieros, nos quedamos, adormilados, confundidos, como cuando algunas señoras hacen el rosario y se pierden en sus misterios y ya no saben si están terminando o empezando.

 Es cierto que la Constitución Política es la máxima expresión de una nación organizada, pero su culto no puede ser tanto, que los valores que ella misma consagra, como en este caso la paz de todos los colombianos, resulten sacrificados por su interpretación inflexible e irracional, cuando es el Pueblo el que, en su soberanía, determina su orden y sus instituciones y no al contrario. No puede ser que nos sigamos matando en nombre de la Constitución, vista como una roca inamovible que terminará aplastando a los más vulnerables, cuando el fin supremo que la sustenta es el de proteger la vida de todos los colombianos y eso es precisamente lo que se busca cuando se negocia con quienes, habiendo pretendido tomarse el poder por la vía de las armas, no ganaron, pero tampoco fueron derrotados.


 La Constitución no es el fin en sí misma, la Constitución es un medio, el más importante de todos; la Constitución es el camino, pero es un camino que debe adecuarse a nuestro andar.  No puede ser que nos sigan vendiendo la idea de que en Colombia no hay guerra simplemente porque las más de 200 mil muertes que ha dejado la violencia y los más de 8 millones de desplazados no se dieron en un año sino en medio siglo, en un fuego cruzado en el que se han enfrentado no solamente el ejército regular y los subversivos sino que además ha contado con la participación directa de algunos sectores de la sociedad, con la complicidad del Estado. 


 Las comunidades, entiéndase los latifundistas, a través del paramilitarismo, decidieron inicialmente defenderse, luego hacer justicia por propia mano y finalmente terminaron propiciando la degradación del conflicto cuando los comandantes de sus ejércitos privados tomaron posición, fueron más allá del combate contraguerrillero y montaron su propia empresa criminal, secuestrando, extorsionando, despojando tierras por doquier y traficando drogas por su cuenta; luego se tomaron la política, en la forma y con los alcances ya por todos conocidos.


 Muchos de los que se niegan a ceder y a transar para alcanzar la paz, invocando a Dios y la Constitución, dicen que no hemos estado en guerra, simplemente porque las ciudades no han sido tomadas ni sitiadas por los guerrilleros o los paramilitares, cuando ha sucedido algo peor y es que los campos se quedaron solos y en las grandes urbes lo más democrático es la miseria.

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