La Política, una dama venida a menos
Publicado 16/11/2016
http://www.eldiario.com.co/seccion/OPINION/la-pol-tica-una-dama-venida-a-menos1611.html
James Cifuentes Maldonado
La imagen nefasta que tenemos de la política es atribuible a la forma de actuar de los políticos y no propiamente a la naturaleza de esa noble profesión; es una gran contrariedad que no podamos sentirnos orgullosos de nuestros dirigentes, cuando lo que hacen y dejan de hacer, dentro de una comunidad, nos afecta tanto y de tantas maneras.
Lo sucedido en el Reino Unido con el Brexit, en Colombia con el plebiscito y más recientemente en Estados Unidos con la insólita elección presidencial que acaba de darse, nos demuestra que el sentimiento antipolítico no es un fenómeno que pueda atribuirse a una raza, una cultura o a una determinada región del mundo.
El desprecio por la política es cada vez más generalizado en las sociedades de todo el mundo, como si distanciarse de los establecimientos y de los esquemas tradicionales fuera la solución, como si los movimientos alternativos no fueran también política, sin importar si sus militantes se visten de verde, de amarillo, si se fundan en la religión o incluso si se arropan con las banderas del nacionalismo que es el camino más fácil y corto para seducir a los electores.
Wikipedia nos resume brillantemente que la política consiste en “la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo en asuntos públicos”. Quiere esto decir que la política es todo lo que uno quiera que sea pero en su alcance no caben o no deberían caber la corrupción y el tráfico de influencias que son las connotaciones más comunes con las que lamentablemente se identifica a los políticos.
La política como “el arte de gobernar” es un ideal, es un “deber ser” que por sí mismo es loable e inofensivo, hasta que llegamos a ese gran cuello de botella que son los recursos, los escasos y limitados recursos, esa enorme barrera que, aun en los países más desarrollados, hace que muchas de las cosas que a la gente le corresponden de oficio, por derecho, incluso las más simples, deban gestionarse a través de un político.
Aunque nos falta bastante, debemos reconocer que hemos avanzado mucho en diferentes frentes; la economía de mercado ha facilitado que accedamos a más y mejores alternativas de servicios, cito el ejemplo de las telecomunicaciones, recordando a los menores de 20 años que hubo una época en Pereira en la que tener una línea telefónica era un verdadero privilegio, tanto por el costo como por las muchas palancas que había que mover para su instalación.
La cobertura en educación y aun en salud, también son útiles para demostrar que las políticas públicas, cuando se ejecutan consistentemente, con visión progresista y de futuro, trascienden la voluntad de los políticos de turno.
Cuando escucho a algunas personas decir que odian la política y que no quieren nada con ella, sonrío discretamente; estimo que lo dicen porque no votan, pero se engañan, aún sin votar están involucrados, porque, en un futuro no lejano, hasta respirar dependerá de lo que decidan los políticos.
La imagen nefasta que tenemos de la política es atribuible a la forma de actuar de los políticos y no propiamente a la naturaleza de esa noble profesión; es una gran contrariedad que no podamos sentirnos orgullosos de nuestros dirigentes, cuando lo que hacen y dejan de hacer, dentro de una comunidad, nos afecta tanto y de tantas maneras.
Lo sucedido en el Reino Unido con el Brexit, en Colombia con el plebiscito y más recientemente en Estados Unidos con la insólita elección presidencial que acaba de darse, nos demuestra que el sentimiento antipolítico no es un fenómeno que pueda atribuirse a una raza, una cultura o a una determinada región del mundo.
El desprecio por la política es cada vez más generalizado en las sociedades de todo el mundo, como si distanciarse de los establecimientos y de los esquemas tradicionales fuera la solución, como si los movimientos alternativos no fueran también política, sin importar si sus militantes se visten de verde, de amarillo, si se fundan en la religión o incluso si se arropan con las banderas del nacionalismo que es el camino más fácil y corto para seducir a los electores.
Wikipedia nos resume brillantemente que la política consiste en “la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo en asuntos públicos”. Quiere esto decir que la política es todo lo que uno quiera que sea pero en su alcance no caben o no deberían caber la corrupción y el tráfico de influencias que son las connotaciones más comunes con las que lamentablemente se identifica a los políticos.
La política como “el arte de gobernar” es un ideal, es un “deber ser” que por sí mismo es loable e inofensivo, hasta que llegamos a ese gran cuello de botella que son los recursos, los escasos y limitados recursos, esa enorme barrera que, aun en los países más desarrollados, hace que muchas de las cosas que a la gente le corresponden de oficio, por derecho, incluso las más simples, deban gestionarse a través de un político.
Aunque nos falta bastante, debemos reconocer que hemos avanzado mucho en diferentes frentes; la economía de mercado ha facilitado que accedamos a más y mejores alternativas de servicios, cito el ejemplo de las telecomunicaciones, recordando a los menores de 20 años que hubo una época en Pereira en la que tener una línea telefónica era un verdadero privilegio, tanto por el costo como por las muchas palancas que había que mover para su instalación.
La cobertura en educación y aun en salud, también son útiles para demostrar que las políticas públicas, cuando se ejecutan consistentemente, con visión progresista y de futuro, trascienden la voluntad de los políticos de turno.
Cuando escucho a algunas personas decir que odian la política y que no quieren nada con ella, sonrío discretamente; estimo que lo dicen porque no votan, pero se engañan, aún sin votar están involucrados, porque, en un futuro no lejano, hasta respirar dependerá de lo que decidan los políticos.
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