Por James Cifuentes Maldonado
Al margen de los conceptos técnicos y teóricos, entiendo que la política, en cualquiera de sus contextos, en el hogar, en una reunión de amigos, en una junta de acción comunal, en el gobierno de una ciudad, de una región o de un país, consiste en decidir en un momento dado qué hacer y cómo llevar a cabo lo que se decide, frente a determinado tema, verbigracia la economía, la seguridad, el trabajo, la educación, etc., y de otro lado entiendo la religión como creer en algo que no se ve; aferrarnos a una fábula que alguien inventó para darle sentido a la existencia, para copar los vacíos que no podemos llenar con la ciencia y obtener las respuestas que nadie nos puede dar fehacientemente sobre la vida y la muerte.
La política se basa en ideas y opiniones que determinan el ejercicio democrático o cualquiera que sea el sistema para elegir a quienes nos representan en las diferentes instituciones, básicamente para ejercer el poder, y, si queda algo de tiempo y alcanzan los recursos, para satisfacer las necesidades de los asociados. La religión se apalanca en la Fe, para estar serenos en los momentos difíciles y en la incertidumbre, para alimentarnos de esperanza, para poder seguir adelante, para tener una entidad del más allá, omnipotente, omnipresente, infinita e infalible a la cual rogarle todo aquello que ni la realidad ni las autoridades de la tierra le pueden proveer o resolver a cada individuo.
Al gobierno de la tierra rara vez le hacemos reconocimientos o le damos las gracias, porque, sin importar lo bien que se desempeñe o por grande que sea el progreso que nos traiga, jamás colmará nuestras expectativas; a lo sumo satisfará las necesidades de unos pero se olvidará de las carencias de otros, sin que podamos llegar a un consenso. En tanto que a esa autoridad etérea e imaginaria que tiene mil nombres, pero que en occidente llamamos Dios, le damos gracias cuando las cosas van bien pero también cuando van mal, porque, contrario a lo que sucede con las demás autoridades, frente a Dios no tenemos reclamos ni derechos que hacer valer en la protesta, solo gratitud y obligaciones; en eso radica la misericordia y la perfección del mundo espiritual, y por eso es que en materia religiosa a nadie le quedan debiendo, porque más tiene Dios para darnos que nosotros para pedirle.
Política y religión, son dos de las más importantes esferas alrededor de las cuales giran las inquietudes de la humanidad y sobre las cuales gravitan las opiniones de las personas, pero ninguna de ellas se sustenta en el conocimiento y ninguna de ellas conduce a la verdad.
Mis reflexiones sobre lo que han llamado la “posverdad”, por mi experiencia al frecuentar, más de lo que convendría, las redes sociales, esos hoyos negros que han creado las tecnologías, es que la certeza y la razón, son apenas unos imaginarios que cada quien construye y pretende imponerle a los demás, algunos en forma comedida, inteligente y otros de manera más salvaje, a la fuerza.
Invito entonces a que reconsideremos el rol y el valor de las redes sociales, que son una especie de Torre de Babel, en la que, por más que se diga y se argumente, nadie persuadirá a nadie y jamás llegaremos a la verdad, porque la verdad se anida en el silencio de nuestra propia conciencia y crece en la intimidad de nuestra biblioteca.
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