miércoles, 7 de octubre de 2020

Miscelánea - Un lugar peligroso

  

Por James Cifuentes Maldonado

 

El mundo está lleno de lugares que, desde muchas perspectivas, pueden catalogarse como malos o peligrosos. No importando el tamaño del territorio, hay zonas, especialmente urbanas, que la generalidad de las personas no frecuenta o incluso son impenetrables para la fuerza pública. Pero no por eso esas zonas dejan de existir o dejan de contar para la sociedad en su conjunto, para las instituciones y para las autoridades; allí están, que no vayamos por uno u otro motivo es diferente, pero nos pertenecen, para bien y para mal, son una parte de nosotros, aunque vivamos de espalda a ellas.

En los últimos 20 o 30 años, los cambios más profundos en nuestras sociedades los han traído las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, pero no me detendré en ello, porque es decir más de lo mismo, ya ha sido mucha la tinta que ha corrido sobre los efectos de la televisión, la internet, las redes sociales y las comunicaciones instantáneas, que nos tienen hoy por hoy como zombies atados a unos dispositivos cada vez más pequeños e inversamente cada vez más poderosos en sus contenidos y en sus alcances.

En materia de prestaciones y de conectividad hay muy pocas cosas que no se puedan hacer con un smartphone, con las aplicaciones correctas y un buen plan de datos, desde trabajar en casa, controlar una fábrica a distancia, enseñar, con los estudiantes en un continente y el profesor en otro, entretenerse al más alto nivel jugando en línea o simplemente matando el tiempo en Instagram o haciendo monerías en Tik Tok, con el agravante o atenuante, no sé cuál expresión es la correcta, de que el mundo evoluciona y se acomoda a las nuevas formas de vida que la tecnología nos proporciona, y ni qué decir de la naturaleza que se confabula para que ello sea así, y me refiero a la pandemia que vino a encerrarnos físicamente para que abriéramos la mente, dándonos el empujón definitivo para entender que hay formas nuevas de hacer las cosas con menos recursos y sin distancias.

En síntesis, a lo que quiero llegar es que en ningún momento de la historia los avances han podido detenerse, la modernidad jamás ha tenido reversa; por más que los nuevos inventos, los adelantos, los nuevos usos y todos los fenómenos disruptivos en principio generen alguna resistencia o impacto negativo, ello será así mientras la sociedad los asimila y se adapta a través de las nuevas generaciones, que tienen la responsabilidad de seguir construyendo el mundo a partir de esos avances.

La tecnología, con todas sus posibilidades, pero especialmente con la virtualidad, ha llegado para quedarse, redefiniendo el modo de hacer las cosas pero muy especialmente de entender los espacios en los que la gente interactúa y en esta realidad inobjetable e imparable, las redes sociales constituyen un nuevo lugar, en el cual podemos estar o no estar, según nos parezca, de la misma forma en que decidimos si pasamos o no por determinada calle, parque o barrio de una ciudad.

Por estos días, los creadores de las redes sociales, haciendo catarsis, con algo de cargo de conciencia, han venido recomendando que nos desconectemos, que su invento es malo, que no sirve para lo que ellos lo imaginaron, pero es inútil, las redes ya están ahí, nada hará que desaparezcan, pero cada individuo si deberá pensar si entra o no entra.

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