jueves, 22 de octubre de 2020

Miscelánea - Lo que pasó, pasó.


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

Hace poco, en un programa radial, hablaban con Juanes, de su trayectoria como cantante y le preguntaban algo así como ­­qué cosa haría diferente, si fuera posible regresar el tiempo; no recuerdo lo que contestó el artista, pero lo que sí les puedo decir, desde mi propia perspectiva es que se trata de una pregunta inútil, que parte de un supuesto imposible y por tanto no conduce a ninguna parte, una pregunta, en este sentido, con una respuesta inocua, porque los hechos del pasado no se pueden juzgar ni reconsiderar con las realidades del presente; una pregunta en un contexto hipotético que difícilmente podrá tener una contestación genuina sino tan sólo especulativa, de esas que se dan solamente para quedar bien o políticamente correctos, ya que la mayor parte de las veces los entrevistados dirán que no cambiarían nada, que harían todo igual. 

Por ejemplo, así nada más de ociosos, un día con unos amigos jugamos al túnel del tiempo y nos visualizamos en el momento justo antes de procrear a nuestros hijos; era un ejercicio en retrospectiva pero la idea era hacerlo con la conciencia y la información presentes, para preguntarnos si nuevamente decidiríamos ser papás.  La primera reacción de todos fue obvia: ¡cómo se le ocurre!, Claro que volvería a ser papá. Sin embargo, yendo más allá en el ejercicio y tratando de sincerar mucho más nuestras ideas, sin la emotividad de los sentimientos, haciendo la sustracción momentánea del apego a lo que ya construimos, que incluye a esos hijos que ya tenemos, nos sorprendimos al concluir que los seres humanos de antes éramos más instintivos, más heroicos y por eso nunca pusimos en duda nuestro destino de ser papás, y lo fuimos. 

Pero, qué tal que no, qué tal que hace 20 o 30 años hubiéramos siquiera imaginado como se están criando y como se comportan las nuevas generaciones, es decir nuestros hijos, cuyos proyectos se concentran en estudiar, competir, viajar, conocer, sentir, disfrutar, prosperar, ser exitosos y vivir sólo para ellos mismos, sin anclas, sin ataduras. 

Como reza el dicho, cada día trae su afán, en cada etapa de la vida cada ser humano tiene sus prioridades según sea su formación, sus recursos, su entorno y su energía, y cada experiencia, con aciertos y desaciertos, con éxitos y fracasos, va forjando su carácter de tal manera que cada momento tiene su propia impronta, su propio contexto y no es susceptible de analizar posteriormente de manera aislada, bajo la falsa premisa de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que fue correcto o no, porque precisamente cada acontecimiento de nuestras vidas es la confluencia o el desenlace de otros hechos propios o ajenos, voluntarios o involuntarios o incluso de meras coincidencias o de un accidente. 

Si la pregunta me la hicieran a mí, con seguridad diría que no, que no haría nada diferente, pero no porque no quisiera, sino porque no tiene sentido responder de otra forma, porque no tiene caso ser profeta mirando hacia el pasado; diría que todos y cada uno de mis actos y mis ejecutorias fueron lo que fueron porque algo las motivó, un deseo, un sueño, un impulso, una preparación o incluso un error o una omisión, y por tanto no dejarán de ser ni tiene caso especular sobre si pudieron haber sido iguales, mejores o peores, o si nosotros pudiéramos haber actuado distinto.

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