Por James Cifuentes Maldonado
Por estos días a la Policía Nacional le han salido muchos defensores “patrióticos” que justifican sus excesos poniendo de presente la conducta de los ciudadanos que se desbordan en la protesta o que simplemente son malos vecinos o malos borrachos, sugiriendo que los uniformados, actúan en una especie de “legítima defensa”, concepto que no podemos confundir. El ejército y la Policía ostentan el monopolio de las armas y el uso legítimo de la fuerza, una gran responsabilidad que se les asigna en nombre del Estado, precisamente para proteger a los ciudadanos. Los policías, como profesionales, deben manejar las situaciones cuando se salen de control, para eso han sido preparados, bajo la premisa de que disparar sus pistolas será siempre la última opción, lo extremo, lo impensado, lo indeseado.
Los policías no pueden ir por ahí, como energúmenos haciéndole pagar a un ciudadano con su vida su mal comportamiento, porque eso es lo que los indicios muestran que pasó en el caso de Javier Ordóñez, al que ejecutaron, al parecer, por el “delito” de ser perecozo. Aparentemente los agentes del cuadrante estaban fastidiados con el individuo y esperaron que los agrediera, como dicen que sucedió, para caerle con todo, con el desenlace aterrador ya conocido, con las vísceras de Javier reventadas y el cráneo roto; eso no es legítima defensa, porque rompe la proporcionalidad con la que la Policía debe responder.
Cuando los policías se ponen el uniforme, cuando enfundan la pistola y empuñan el bastón de mando, de alguna forma dejan de ser ellos en su fuero íntimo, para dar paso a la representación de la majestad del Estado y por ello las contingencias que a diario deben enfrentar no pueden asumirse como personales, y, de llegar a ser necesario, la fuerza que apliquen no será su propia fuerza sino la fuerza de la ley que en absoluto puede ser ciega o irracional.
Que debemos respaldar la Policía Nacional, sin duda, bajo el entendido que, como en cualquier organización, hay manzanas podridas; ahora, que el Presidente deje la silla vacía en un acto de reconocimiento y de reconciliación, y en lugar de ello se tome fotos enchaquetado de verde y rodeado de policías, es un mensaje por lo menos inoportuno, para los ciudadanos agredidos que terminan por legitimar el ojo por ojo y el diente por diente, que es la justicia retaliativa a la que algunos nos quieren acostumbrar.
La Policía Nacional se mueve en dos mundos, de los mandos medios hacia arriba y de los mandos medios hacia abajo; en el primero más concentrados en el PowerPoint, en las cámaras y en los micrófonos, para difundir resultados que aseguren asensos, y en el segundo, en la base de la pirámide, se juegan el puesto todos los días, bajo la presión y la angustia de cumplir la cuota de comparendos.
No justifico que un ciudadano se resista al llamado de la autoridad y al cumplimiento de una orden, pero eso pasa lamentablemente por la mutua falta de confianza, que lleva a que los policías sean estigmatizados y los ciudadanos victimizados; con un grave problema institucional, ya que la policía no es el cuerpo civil para el cual fue creado sino un instrumento de guerra, sacrificado en el conflicto interno y en el estéril combate al narcotráfico.
Esto es más que Dios y Patria, se trata de cumplir la ley y de cuidar la gente.
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