Por James Cifuentes Maldonado
Los decretos con los cuales, primero la Gobernación de Risaralda y luego la Alcaldía de Pereira, adoptaron medidas en materia sanitaria y de orden público, de cara a las fiestas de fin de año, y en medio de la presión nacional, las angustias de unos y la indiferencia de otros, generaron diversas reacciones.
Cuando las estadísticas nos dicen que la pandemia está en sus niveles más álgidos de contagio, de mortalidad y de ocupación hospitalaria, incluso con noticias de rebrotes con cepas nuevas, más infecciosas, es obvio que las autoridades reaccionen como el Gobernador lo ha hecho, ese es su deber; él puede hacer todo, menos quedarse quieto. Ahora, en el caso de las alcaldías de Pereira y Dosquebradas, tratándose de las dos principales economías del departamento, en lo industrial, en el ámbito comercial y de servicios, a cuya estela se pegan los otros municipios, la debida diligencia no se agota con la expedición de normas que limiten la circulación y que salven la responsabilidad de los gobernantes, sino que debe procurarse que esas medidas sean coherentes y afecten lo menos posible la subsistencia de las personas, porque una sociedad se muere no solamente por los agentes biológicos sino también por la falta de productividad.
Es propio de nuestra incultura que todas las decisiones importantes y hasta las más triviales, se politicen en el sentido más odioso; que se vuelvan caballos de batalla de los defensores de la administración de turno y de los opositores, lo cual es un absurdo pues las elecciones ya pasaron y de lo que se trata ahora es de remar para el mismo lado, en una emergencia que demanda de todos comprensión, compromiso y sobre todo prudencia; aquí no se mueren solamente los del Cambio o los de Primero Pereira, aquí nos morimos todos, de Covid o de hambre.
Entiendo que lo que el alcalde quiso decir con su “acato, pero no comparto” es que el sistema hospitalario de Pereira está cargado con pacientes de otras regiones y que el uso de las UCI debía concentrarse en COVID, y para eso debían posponerse, desde antes, los procedimientos no urgentes que pudieran tener un desenlace en UCI; y en ese sentido cuestionó el manejo sanitario dado por la Gobernación, por tardío.
Al margen de esa discusión, que se torna de intereses y de egos, la realidad es que la principal medida no está representada en los decretos, que hay que expedirlos, por supuesto, para poder responderle a los entes de control, aunque lo verdaderamente eficaz sea la autorregulación y el auto cuidado. Somos muchos y somos muy indisciplinados; esta pandemia en fiestas no se controla con policías y comparendos; esto se controla con conciencia y con juicio y de eso se encarga cada quien en su propia casa.
El arraigo de las costumbres, las creencias y el deseo de celebrar el fin de año y la Navidad no lo contiene nadie, especialmente en los sectores populares. Entonces, no es con encierro y prohibicionismo que vamos a tener el remedio. El remedio es el sentido común que nos haga entender a cada uno, que estamos en una anormalidad y que tenemos que sacrificarnos y recogernos; que no podemos hacer reuniones desaforadas; entender que la indolencia y el descuido pueden significar la pérdida de nuestros seres queridos y nuestra propia muerte.
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