viernes, 25 de diciembre de 2020

Lo importante es la fiesta

 


  

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Si hay algo que iguala a la humanidad, a los pueblos, a la gente, es el jolgorio, no hay nada más democrático que el deseo de hacer fiestas. 

 

En todos los confines de la tierra se hacen celebraciones de algo, ferias y carnavales para exorcizar los demonios, los pecados y los miedos, en la incesante búsqueda de mejores tiempos, de tiempos nuevos; no importa dónde, ni cuál sea el motivo, ni el significado de las costumbres, sólo importa la fecha  en sí y lo que ocurre en ella, lo que se bebe, lo que se come, lo que se baila, lo que se vende, lo que se compra; la oportunidad para los sentidos, para el alma, para la fe, para la ilusión, para el perdón, para la esperanza; también para la fascinación, para el exceso, para el desenfreno y hasta para la tragedia. 

 

De todo eso se trata la fiesta, sea cual sea la creencia o el pretexto; porque, si no fuera así, todos los tiempos serían iguales, la vida sería plana, como plano es el mundo que muchos quieren seguir viendo, a sabiendas de su minúscula redondez, en la inmensidad del universo que, aunque poderoso e infinito, sigue sin respondernos las preguntas esenciales, sin resolver los misterios del origen y el desenlace de la existencia, y por ello preferimos dar la espalda, mirar hacia otro lado, y refugiarnos en la fantasía, que algunos llaman religión, que en suma y a la larga hace por nosotros, por nuestro espíritu, mucho más que la ciencia. 

 

Me llama una amiga, a preguntarme cómo va la “fiesta de las velitas”; yo le respondo extrañado y revecero, ¡cuál fiesta de las velitas!, querrá usted decir de la Virgen, al tiempo que mi interlocutora dice ¡ah sí!, -no lo sabía. 

 

Sobre la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, o la Purísima Concepción, Wikipedia dice: “es un dogma de la Iglesia católica decretado en 1854 que sostiene que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción por los méritos de su hijo Jesucristo, recogiendo de esta manera el sentir de dos mil años de tradición cristiana al respecto. Se celebra el 8 de diciembre, nueve meses antes de la celebración de la Natividad de la Virgen el 8 de septiembre”.  

 

La verdad, yo tampoco tenía ni idea; conocía el motivo de la fiesta, porque está señalado en el calendario, pero jamás, en mis casi 50 años, había entronizado ni reflexionado sobre su significado, y creo que a la mayor parte de mis paisanos les pasa lo mismo.  

 

Cuando era niño, en Mejía Robledo y luego por las calles recién pavimentadas del barrio Cuba, el 7 y el 8 de diciembre era sinónimo de parranda, de música tropical, y del ir y venir de las copas de aguardiente, teniendo como fondo los estallidos y el humo de la pólvora.  También recuerdo que casi no había ambulancias y en esas fechas era muy frecuente escuchar los pitos de los taxis, transitando raudos, hacia las urgencias del hospital San Jorge, que se abarrotaban de heridos y de quemados. 

 

Esta semana encendí 12 velas; yo dije que eran para la Virgen, pero en realidad eran para mi celebración, más tranquila, en familia.  Aunque los quemados fueron menos y en los alrededores de mi casa la pólvora no dejó de sonar, mis hijos tendrán una versión menos emocionante pero más civilizada de la fiesta. 


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