Por James Cifuentes Maldonado
SIN PAR CARNAVAL. Desde hace tres décadas dedico por lo menos un día para estar en el Carnaval de Riosucio; algunos se gozan toda la semana de programación y otros se preparan y viven ese acontecimiento durante los dos años que hay que esperar entre carnaval y carnaval.
En efecto, todo ese despliegue de alboradas, de sonidos, de música, de luces, de fuego, de artificios, de desfiles de cuadrillas, de disfraces, de antifaces, de capas, de tocados, de galas, de maquillaje, de lentejuelas, de escarcha, de cornamentas y de ornamentos en todos los materiales, se hace visible durante el carnaval, al fragor de las notas del himno y del verbo de los matachines; pero ello no surge de la noche a la mañana, es el resultado del trabajo y la coordinación entregada y mística de cientos de personas, de familias y de comunidades enteras, de los que nunca se han ido de Riosucio y de los que regresan desde las colonias, de dentro y fuera del país, para decirle presente a sus tradiciones.
El demonio, el patas, el putas, satanás, lucifer, luzbel, belcebú, son algunos de los casi 80 nombres que recibe el diablo o príncipe de las tinieblas, dependiendo de la cultura y del lugar del planeta donde se considere el antagonismo de la idea del mal frente a la idea del bien. En el mundo cristiano esa dicotomía se resume en los conceptos de la luz y la oscuridad, de lo permitido y lo prohibido, de lo virtuoso y lo pecaminoso, del cielo y del infierno, a donde iremos a parar, según nos comportemos.
Lo más cristiano que existe es aquella máxima según la cual el que peca y reza empata, que precisamente sustenta la existencia de los carnavales, no siendo una coincidencia que todos ellos tengan ocurrencia durante La Cuaresma o antes de ella; por eso, muchos de los que se desenfrenan en los carnavales luego no tienen inconveniente en recogerse y hacer penitencia en Semana Santa, yendo en procesión, ya no bailando y cantando, sino rememorando el sufrimiento de la pasión de Cristo, para recuperar el favor divino. Los que no van a los carnavales, repiten ese mismo ciclo, pero con mayor frecuencia, se condenan de lunes a sábado y se salvan el domingo, bien contritos, así sea en chanclas y en pantaloneta desde el atrio de la iglesia.
Los que nunca han estado en el Carnaval de Riosucio porque, ajá, es la fiesta del Diablo, por puro prejuicio se han perdido de un evento que va más allá del jolgorio; así como dicen del Carnaval de Barranquilla, el que lo vive es el que lo goza; sólo se entiende si se está allá.
Lo del Diablo, “su majestad El Diablo”, es una mera licencia, un símbolo, una expresión cultural de la libertad que los riosuceños se dan para disfrutar de la fiesta sin reparo, con total disposición y plenitud. Creo que le pidieron permiso al Diablo para divertirse, porque Dios, el bueno, no lo hubiera consentido. Y esa licencia se hizo costumbre, hace ya más de 100 años, como una forma además de resolver los conflictos entre nativos y colonos, entre los de arriba y los de abajo, yendo y viniendo entre sus plazas, la de San Sebastián y La Candelaria, al son de las chirimías, del frenesí de la danza y de los cuerpos, del bullicio que nos exorciza ese diablo que todos llevamos por dentro … y nos hace felices.
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