Por James Cifuentes Maldonado
Para completar esa dinámica extraña en la que ha entrado el mundo
en la última década por cuenta de las redes sociales y en los últimos tres años
por la pandemia y sus consecuencias, todo parece indicar que por estos días el
dilema de ser o no ser se reedita en si vemos el mundial o no vemos el mundial.
Como Vicente va para donde va la gente, púes hablemos del mundial,
para que no desentonemos y no terminemos viéndonos como unos viejitos gagás
radicalizados por la indignación de moda, en este caso por los casi 7000
trabajadores, en su mayoría emigrantes, que dicen que murieron en Qatar, por
cuenta de la construcción de los 8 estadios que nadie sabe para qué quedarán
sirviendo luego de que pase el evento. Porque, ese es el punto, hoy por hoy
estar “in” consiste montarse en la ola de la indignación del
momento; un día por los derechos de las mujeres, otro día por los animales que
son seres sintientes, pidiendo que viva el toro y que muera el torero; otro día
por la reforma tributaria que es razonable y necesaria si la decreta el
político de nuestros afectos pero que es terrible y reprobable si la dispone
nuestro contrario, aunque al final sea impajaritable que cada cuatrienio nos
claven 2 reformas, una empezando y otra al final, y así, desde que tengo memoria.
Para no ir muy lejos, en Colombia ya llevamos unos años
discutiendo por el número clave del horror, las 6402 víctimas
mortales que dicen que dejaron los falsos positivos, que dicen que fueron
auspiciados por la derecha extrema, que dicen que fue liderada en dos gobiernos
por ese personaje, para unos, perverso, y para otros, un héroe, que no voy a
nombrar, porque ¡ajá!, mejor deje así.
Pero, volvamos a Qatar; la cuestión es que, así como no me constan
los falsos positivos de mi país, no me constan los muertos del mundial, aunque,
si el río suena, no debe ser porque estén cogiendo café.
Sentí la tentación de romperme las vestiduras y publicar en mis
redes, que las leo yo y 4 gatos, cuando más, que no vería el mundial, y así,
con ese arrebato, posarme en uno de los extremos de este planeta bipolar en que
se ha convertido la tierra, pero no, decidí que me dejaría llevar por los
instintos, y mis instintos hicieron que ni siquiera me diera cuenta de que la
inauguración de Qatar 2022 fue el pasado domingo y que el partido inaugural
entre los anfitriones y los ecuatorianos era rayando el medio día; total, me
los perdí porque andaba ocupado en cosas de mayor significado para mí.
Por supuesto, mis lectores estarán pensando, ¡no joda!,
pero si es el mundial, y el fútbol no tiene fronteras, y no importa si Colombia
juega o no juega, sigue siendo el espectáculo “más grande del mundo”, como
diría el finado Alberto Piedrahita; pero no, no puedo engañar al corazón y
fingir, como algunas señoras casadas; no soy capaz de simular que siento lo
mismo viendo un Colombia – Alemania que viendo Marruecos - Croacia, sería
mentir.
Entonces, siendo natural e inevitable, vibrar sólo con mi
Selección Colombia y delirar sólo con mi Deportivo Pereira, estaré pendiente de
cómo avanzan las primeras rondas en Qatar y cuando algún partido despierte mi
interés o me emocione, por ejemplo, si clasifican los suramericanos, prenderé
el televisor.
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