Por James Cifuentes
Maldonado
Conociendo los orígenes liberales y la mente abierta de Eduardo Cardona Mora, no puedo menos que sentir desaliento al ver cómo alguien tan brillante insiste en hacer maromas para congraciarse y graduarse de uribista. No entiendo cómo un partido como el Centro Democrático, en el poder, ya no en la oposición, sigue con ese discurso fatal de crisis y de hecatombe para mantener capturado el estado de opinión, so pretexto del fantasma del Castro-chavismo, manido tema sobre el cual recientemente el exconcejal escribió una columna insólita e infortunada que tituló “Bienvenidos al Prechavismo”.
Pretenden seguir con el cuento de que las Farc, con 60 mil votos y unas curules prestadas, tienen un poder y una penetración que francamente son de ficción, porque además de ser torpes en sus planteamientos, como en la negación del reclutamiento de menores, está demostrado que Colombia no los quiere; Las Farc y el Castro-chavismo son amenazas refritas y traídas de los cabellos para ponernos a botar corriente, para agitar los ánimos y distraernos de lo verdaderamente importante, y no me refiero al proceso judicial de Uribe, sino a la espiral de violencia que se ha reactivado en los dos últimos años y que el Gobierno insiste en minimizar calificándolas como meras hipótesis sobre ajustes de cuentas entre bandidos.
En Colombia siempre ha imperado un Establecimiento que ha combatido con mayor o menor intensidad a los revoltosos, Uribe tuvo los mayores éxitos y ganó toda su popularidad por su mano dura, y eso como política en su momento estuvo bien, pero los males de la Colombia profunda ya no se limitan a los guerrilleros, y aunque eso siga siendo un problema latente con el ELN y siga siendo útil para construir narrativas que generan votos, el tema de fondo es la corrupción, es la injusticia, es el abandono de los territorios, es la inequidad social, es la indolencia frente al sacrificio de los más débiles. Esa realidad de 210 años de democracia aparente, de violencias cíclicas y de atraso, no se la debemos a Cuba o Venezuela, salvo que asumamos que la trajo Bolívar; todo eso es nuestro y es lo que no hemos sido capaces de cambiar, porque hay un sector del país empeñado en que siga siendo así.
Hoy nos quieren volver a enfrentar a medio país con la otra mitad, sobre un embrollo que se resume en la metida de pata de un señor que, para demostrar su inocencia y trasladar las acusaciones a sus antagonistas, por un presunto soborno a testigos, quizás equivocó el camino; asunto que sólo admite argumentos legales y no pasionales, siendo infame que muchos pretendan patentar el exabrupto de que cualquier juicio que se le haga a Uribe necesariamente tiene que ser político y no jurídico.
Uribe, para todos sus seguidores podrá ser muy honorable, eso no se discute, porque ello depende de una escala ética y subjetiva que es respetable; el problema es determinar si el expresidente es responsable o no de lo que se le sindica y eso corresponde solo al ámbito jurídico y no al de las meras opiniones. Porque, si así fuera, en este país siempre se impondrá la verdad de quien sea más eficiente para manipular los medios y del que sea capaz de gritar más fuerte. Si así fuera, la democracia en Colombia sería un remedo, reducida al que sea más efectivo copando y troleando las redes sociales.
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