miércoles, 5 de agosto de 2020

Miscelánea - El Expresidente que nunca fue


Por James Cifuentes Maldonado  


Omar Rincón, reconocido crítico de televisión, a mi juicio, ha sido el único en este país que ha dicho algo razonable en relación con Álvaro Uribe y la permanente polarización que genera el expresidente. Según Rincón, el problema es que no ha sido posible que alguno de los numerosos procesos judiciales abiertos a este personaje avance y llegue a término, para que se establezca una verdad oficial; siempre, por algún motivo, los expedientes de Uribe se enredan, se dilatan y no llegan a ninguna parte.

Todo lo que se podía decir de Uribe ya se dijo y ejercicios de documentación tan audaces y desafiantes como la serie Matarife, ciertamente no aportan nada nuevo a la discusión, porque recaban en lo que ya se ha ventilado públicamente, pero que es inocuo porque no lo ha declarado un juez, haciendo que caigamos en el escenario que más le ha convenido al expresidente, el de la mera confrontación verbal, agitando, confundiendo y aprovechando el estado de opinión, a través de acusaciones y contraacusaciones, sin que jamás se llegue a la discusión de lo que en verdad importa: los hechos.

Ni Uribe ni su partido se han pronunciado concretamente sobre lo qué pasó o no pasó con la Seguridad Democrática, para descartar que las masacres y genocidios que se le achacan a dicha política tuvieron conexión con su gobierno. Uribe jamás le ha plantado cara a los colombianos de una manera genuina para defender sus actuaciones como director de la Aeronáutica Civil, ni ha tratado de desvirtuar sus supuestos vínculos con el cartel de Medellín, como tampoco ha fijado su posición sobre los falsos positivos ni los excesos ya probados por la justicia en el caso de varios militares de altísimo rango, algunos de los cuales se acogieron a la JEP y han hecho serias revelaciones sobre la realidad de la guerra sucia que involucró y sacrificó a civiles inocentes con tal de mostrar resultados.

Desde hace 10 años Uribe ha dicho de todo y en todos los tonos, pero nunca se ha referido a lo sucedido; en su lugar frente a cada denuncia siempre se ha mostrado reactivo defendiendo su honor. Y a propósito de dignidades, escuché al presidente Iván Duque dando declaraciones en las que justamente ponía de presente la integridad de su mentor, sobre la base de los resultados que mostró en el combate contra la insurgencia e incluso contra el paramilitarismo, pero la reflexión que aquí surge es que la honorabilidad no se atribuye solamente por los resultados sino que también se gana por las formas y la transparencia de los métodos, de donde se generan todas las sospechas y las zonas grises de la Seguridad Democrática.

Por lo menos algunos ministros se dieron la licencia de decir impertinencias, como que el asesinato de líderes sociales obedece a líos de faldas o que la inseguridad en ciertas regiones se limita al robo de ropa extendida, pero Uribe, ni eso. ¡Ah!, perdón, haciendo memoria, de unos muchachos que aparecieron muertos, Uribe dijo que seguramente no estarían cogiendo café.

Se ha conocido que el General (r) del Ejército, Henry Torres Escalante, admitió saber en su momento, año 2007, sobre los falsos positivos y haber omitido el deber de investigar, porque le interesaron más los reconocimientos. Se pregunta uno entonces, ¿cómo puede ser que alrededor de Álvaro Uribe hayan gravitado tantas irregularidades, que directa o indirectamente ayudaron a apuntalar su fama y su prestigio, sin que él haya estado al tanto, y sin que ni siquiera le hayan generado la más mínima responsabilidad política, como sucede en muchos países civilizados en los que, por elefantes más pequeños, se caen los ministros y los presidentes?

Hoy, a raíz de la sorpresiva e inédita medida de detención al expresidente Uribe, ordenada por la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, en desarrollo del proceso que se le adelanta por presunto soborno a testigos, sus seguidores dicen que es una injusticia y que es una decisión política, y sus detractores dicen todo lo contrario, porque nadie está por encima de la ley y del Estado de Derecho; democráticamente ambas posiciones, como opiniones, son legítimas, sin embargo la verdad verdadera finalmente la establecerá el Juez y esto es más democrático aún, y es lo único relevante.

Los seguidores de Uribe lo defienden y lo justifican a rabiar, pero mucho me temo que no es porque consideren que no cometió los reprochables actos de los que se le acusa, sino porque en el fondo estiman que, sean ciertos o no, el Expresidente ha actuado en bien de la patria; ¿cómo lo hizo? no importa. Es un fenómeno de ética colectiva, proclive a las salidas de fuerza, que incide en la forma de ser y de pensar de media Colombia, en la cual impera el fatídico principio de que el fin justifica los medios.

En Colombia no termina un escándalo para que empiece otro, y de alguna forma estamos acostumbrados a la corrupción de los servidores públicos y a la impunidad; sin embargo cuando los involucrados son los presidentes, estos, al terminar su período, normalmente se marginan de la política y hasta de la vida pública, en un tiempo sabático, y ese distanciamiento y la majestad que surge sobre la figura de los ya Expresidentes, de alguna manera conllevan como una especie de borrón y olvido y les confieren un estatus que los ubica en un olimpo, más allá del bien y del mal.

Pero Uribe, en su particular estilo, rompió esa tradición, no se salió nunca de la fogonera de la política y se hizo elegir senador, para seguir dando guerra y manejando los hilos de su proyecto, pero al mismo tiempo seguir bajo el escrutinio de la opinión pública, sobre todo bajo la lupa implacable de sus contradictores. Desde todo punto de vista, puede decirse que eso era innecesario y significaba un retroceso. Uribe ha debido ser más inteligente, reivindicarse con su familia y mantenerse más a la sombra, manejar su causa desde sus cuarteles de invierno y no exponerse tanto.

Si Uribe se hubiera dado su lugar de Expresidente y estadista, respetable para siempre, se hubiera evitado tanta pugnacidad y tantas investigaciones y sobre todo no se hubiera metido en el galimatías de denunciar al senador Cepeda por falsos testigos con el resultado adverso que ya se conoce.

Uribe erigió una buena obra en su primer cuatrienio, porque hizo lo que ningún presidente había hecho en 50 años, despertar el país del marasmo de un conflicto degradado y sin sentido, pero quiso ir más allá y, luego de acomodar la Constitución para tener un segundo período, siguió creciendo y alcanzó la gran estatura que tiene hoy, exponiéndose a demasiados riesgos y costos para cuidar y perpetuar su obra, los 3 huevitos, la cual está a punto de no tener un final feliz; final feliz que debió haber sido hace 10 años cuando desocupó la Casa de Nariño.



No hay comentarios:

Publicar un comentario