Por James Cifuentes Maldonado
Para quienes me han llamado inquietos y extrañados por la decisión de
varios alcaldes, incluso el de Pereira, de imponer la “ley seca” y además el
toque de queda, para la festividad del Día de la Madre, en este atípico 2020,
quiero decirles que no es para menos, considerando que históricamente la gente en
esta fecha se desata, cosa que no puede suceder ahora en pleno aislamiento, por
lo que ello podría significar, llevando al traste el enorme sacrificio que hemos
hecho de estar encerrados mes y medio, cuidándonos del coronavirus.
El Día de la Madre es todo un acontecimiento, solemne y folclórico a la
vez, según las circunstancias y el estrato social, que se resume en flores,
regalos, besos, abrazos, almuerzos, licor, canciones, risas, borrachos, reclamos,
riñas y llanto; a veces reconciliaciones, que duran un mes.
Este tiempo se presenta lleno de contrastes, por un lado mucha alegría
por las mamás que aún están vivas, pero también gran nostalgia por las que ya se fueron, dejando a unos hijos tristes
pero tranquilos porque cumplieron y a otros, los calavera, con grandes pesos en
la conciencia; entre unos y otros, primero hay celebración y luego la
remembranza de hechos pasados y tormentosos, que conlleva a verdaderas
gazaperas; es como si la mamá y la celebración de su día fueran la válvula de escape de todas las pasiones
familiares.
Como resultado de las tensiones que se generan, cuando todos los hijos
se reúnen, muchas de las fiestas de las madres terminan en violencia y desgracia;
de hecho las estadísticas muestran que el segundo domingo de mayo no solamente
es importante para el comercio sino que, además, es crítico para el sistema de
salud, y por ello clínicas y hospitales se alistan en alerta naranja.
Para que nos hagamos a una idea, estas son las cifras gruesas que dejó
el Día de la Madre de 2019 en Colombia: 67 personas muertas y 170 heridas, 179
lesiones personales y más de 464 casos de violencia intrafamiliar.
La madre es el comienzo y es el fin, alrededor de ella se funda la
familia y generalmente cuando ella desaparece, se rompe ese hilo conductor que
mantiene la cohesión del clan. La madre es amor, es trabajo, es abnegación, es
sacrificio, es renuncia, es permanente incondicionalidad; también es perdón y
alcahuetería, por eso es el centro y es la preferida.
La madre es semilla, dulzura y cobijo, para toda la vida; el padre, en
principio, es el fecundador, que puede luego estar o no.
Desde que una mujer llega a ser madre hasta que muere, como eje de la
familia y por la conexión umbilical que nunca pierde con sus hijos,
popularmente se dice que “madre no hay sino una”, y, en la
otra cara de la moneda, se sentencia que “padre puede ser cualquiera”.
Ya nos dirán los hechos y la historia cómo es celebrar el Día de la
Madre en cuarentena general y si el coronavirus es talanquera suficiente para contener
los desafueros de la gente y las emociones que en este evento se suelen
desbordar.
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