(Ilustración de Juan Antonio Gómez)
En las circunstancias que
afrontamos actualmente, en la desesperanza que vino a alterar la vida de miles
de millones de personas, mantenerse bien informado es una premisa imposible; estamos
envueltos en un permanente torbellino de noticias, muchas de ellas ciertas y
muchas falsas, siendo que estas últimas en parte obedecen a la mala intención
de algunos oportunistas, pero también se derivan de la angustia y del
deseo de muchas personas de que las cosas puedan volver pronto a su curso
habitual, que todo, para el caso de Colombia, vuelva a ser como era antes
del mes de marzo.
En las últimas semanas he
venido esforzándome en tratar de abordar el asunto del COVID-19 desde otras
perspectivas, con la presión de no volverme monotemático, como se han vuelto
todos los medios de comunicación, como se han vuelto casi todos los
columnistas. Pero es imposible no seguir encasillado en lo que de verdad
interesa: el condenado virus, que nos tiene postrados. Es posible que el mismo
aislamiento, salvo por lo que se ve en las redes sociales, donde la gente
igualmente hace esfuerzos para hablar de otras cosas, con bromas, chistes,
memes y hondas reflexiones, para mostrar la mejor cara de la pandemia, nos haya
hecho perder el contexto y cada uno en su propio encierro esté rumiando
su tranquilidad o su drama.
Antes, muchos
considerábamos que teníamos un mundo horrible, por lo injusto en el reparto de
los bienes y de las oportunidades; por el hambre, por la ignorancia; una
sociedad mezquina, por la voracidad del monstruo capitalista; unos sistemas y
unos líderes perversos, por los horrores de la guerra y repugnantes, por los
alcances de la corrupción. Pero resulta que ese mundo al revés es el que
queremos volver a tener; luego de averiguar cómo sería si se detiene, clamamos
para que vuelva ser, por lo menos, igual que antes.
Que los desposeídos
puedan rebuscarse el sustento diario en la informalidad, ya que el gobierno no
está en condición de asegurarles mercados de 30 mil pesos indefinidamente; que
los desamparados empresarios puedan poner sus máquinas a funcionar, que los “pobres”
banqueros puedan rentar el dinero que gira en la rueda de la usura; que muchos
de esos males necesarios vuelvan, para que el mundo no se convierta en un infierno,
en medio de la cuarentena que protege, pero que a la larga mata.
Presidente, bienvenida la
decisión de abrir la economía; arriesgada pero imperativa. Ahora la
responsabilidad está en las manos de todos y cada uno de los colombianos,
literalmente.
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