miércoles, 27 de mayo de 2020

Miscelánea - El control en Colombia


Por James Cifuentes Maldonado

 

Los organismos de control, en gran medida obedecen a cuotas burocráticas, con intereses y aspiraciones políticas, y en el ejercicio de las auditorías no brillan precisamente por la experticia y la solvencia técnica de sus colaboradores, de tal forma que la mayoría de las observaciones preliminares no llegan a erigirse en verdaderos hallazgos porque se trata de asuntos mal leídos, mal considerados o mal entendidos.

Las llamadas “ias”, tanto por el deber legal que tienen, como por los cuantiosos recursos que manejan en sus nóminas y en su funcionamiento, están obligadas a mostrar resultados y eso pesa y deriva en una gran presión a la hora de ejercer el control y aperturar las investigaciones. Por supuesto que en la gestión pública los actos de corrupción han sido la constante histórica y existen todas las razones para dudar y extremar los cuidados;  sin embargo, la historia también habla de una gran ineficacia de los controles; la mayoría de los serruchos y los torcidos se quedan en la impunidad o ni siquiera llegan a descubrirse, porque las auditorías son pobres o los auditores no tienen la idoneidad ni la capacidad de detectarlos, cuando no es que las investigaciones solo buscan objetivos mediáticos.

En la actual emergencia sanitaria, el despliegue de la fiscalía, de la contraloría y la procuraduría se justifican plenamente, por las dimensiones de la crisis, de los recursos destinados y por los mecanismos de urgencia que abrevian los procesos de contratación y por tanto aumentan los riesgos. En principio eso se ve muy lógico, pero infortunadamente no podemos asegurar que todos los hallazgos preliminares estén bien fundados y que  finalmente no se queden en meros aspavientos para impresionar a la opinión pública.

En este contexto, es lamentable lo sucedido con algunos funcionarios encausados en Pereira, por el manejo de recursos en la emergencia sanitaria por COVID-19.  Es una pena, porque  la actual administración ha mostrado gran liderazgo y se ha dado la pela en varios frentes de la crisis, como por ejemplo el no cobro de servicios públicos en estratos bajos, la reprogramación del calendario tributario y otros beneficios a los contribuyentes, así como en la permanente presencia y asistencia social en las comunidades.

Ojalá las investigaciones se adelanten con seriedad y celeridad, y los que tengan que responder que respondan, y los que no, puedan limpiar su nombre rápidamente, porque, en el caso de quienes resulten inocentes, el daño ya está hecho y es irreparable. Repruebo que se pretenda hacer política con las desgracias ajenas, porque los que hoy son investigados no están solos, tienen familias a las que se causa mucho dolor, y, sean quienes sean los involucrados, sin importar su filiación, no deja de ser una desgracia y lo único que debemos hacer es dejar que los procesos corran y presumir de ellos la inocencia, eso dice la Constitución.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Miscelánea 20/05/2020



Por James Cifuentes Maldonado

Dice la guía que “Las disposiciones del Código Nacional de Seguridad y Convivencia son de carácter preventivo (no es sancionatorio), y buscan establecer las condiciones para la convivencia en el territorio nacional al propiciar el cumplimiento de los deberes y obligaciones de las personas naturales y jurídicas (…)”. Ese texto  hace parte de una guía diseñada por la Policía Nacional, que más adelante,  en relación con la imposición de comparendos señala: “(…) Dentro de la valoración se deberán tener presentes la necesidad, la proporcionalidad y la racionalidad, y considerar los aspectos relacionados con el tiempo, modo y lugar en que están ocurriendo los hechos (educar antes que imponer orden de comparendo).”

El lector podrá preguntarse, pero de qué estamos hablando, si cuando un policía atiende una determinada situación, asociada a un comportamiento contrario a la convivencia, por parte de un ciudadano, lo más normal es que el uniformado automáticamente, sin agotar otros medios, desenfunde su principal arma, la comparendera, y efectivamente le genere el “chance” al civil, siendo muy posible que la medida correctiva que aplique sea la de multa. Las multas generales están graduadas de la 1 a la 4 y equivalen a 4, 8, 16 y 32 salarios mínimos legales diarios, respectivamente, lo que significa que la multa mayor asciende a $936.322.

Entonces, si estuviéramos en una situación normal que comprometa a un ciudadano usualmente ejemplar, que paga sus impuestos, que saca la basura el día que es, que hace el pare, que cede la silla y el paso, y que en general no le causa perjuicio a la comunidad, se pregunta uno cómo podrá entender ese ciudadano que por un desliz, que puede ser arrojar una colilla, de una vez la autoridad lo clave con una multa de casi un millón de pesos.

¿Cómo explicarle a ese señor que, a pesar de la multa, el código no es sancionatorio?, ¿Dónde queda eso de la naturaleza preventiva y  educadora de la norma  y especialmente dónde quedan esos principios de necesidad, proporcionalidad y racionalidad?

Pronto los comparendos de policía no serán hechos con un talonario sino con un dispositivo digital, será mucho más práctico y aunque revestirá mayores garantías para los ciudadanos, por la información y las pruebas que se podrán aportar a los procesos, seguirá latente la pregunta: ¿la razón de ser las autoridades es disparar comparendos y multas por doquier, dejando de lado la verdadera esencia del código que es formar a la gente para la convivencia?

miércoles, 13 de mayo de 2020

Miscelánea - Creer y nada más



Por James Cifuentes Maldonado

Como lo planteó Alfonso Cuellar, en reciente columna en SEMANA, con el COVID-19 estamos frente a un mal “sin vacuna y sin expertos”, cuyo precario manejo ha consistido en que los gobiernos de todas las latitudes han ido tanteando el terreno, dando pautas con fórmulas de ensayo y error, estirando y contrayendo el acordeón, tal y como lo dispuso el presidente Duque, con la “cuarentena inteligente”. 

Es difícil persuadirse y darle rienda suelta al miedo prácticamente de oídas, sin encarar el mal, como se encara un terremoto o un ciclón, que aunque nunca deseados, serían “preferibles” y no tener que lidiar con un enemigo silencioso e invisible, sin más remedio que atenernos ciegamente a los noticieros, que en vez de llevarnos a la certeza nos conducen a especie de  fe, dando por hecho que los motivos para temer sí existen, aunque propiamente la pandemia y su realidad no nos consten, como lo ha considerado Diego Firmiano en su artículo “Coronavirus y terror”. https://www.diambulos.com/ese-miedo-irracional-al-virus/

Porque las proporciones no son arrolladoras, no cuadran, y las evidencias, por ejemplo en Colombia, aparentemente no se ven; porque 4 millones de contagiados y 300 mil muertos, a la fecha, en un planeta de casi 8000 mil millones de almas, no son la medida de la hecatombe que nos dicen que nos está sucediendo; de tal forma que seguimos sin convencernos del todo y no podemos evitar deslizarnos hacia teorías conspiratorias, porque aún no hemos podido meter el dedo en la llaga, porque aun no vemos los muertos apilados en las esquinas ni los hospitales cercados con ambulancias, que no saben a dónde llevar los pacientes, sin embargo, nos siguen diciendo que el monstruo está ahí, y no tenemos ninguna razón para no creerlo, porque los medios de comunicación y las autoridades no nos dan tregua.

El  monstruo está ahí y nuestro miedo es directamente proporcional a nuestra impotencia y a nuestra ignorancia, que nos arrinconan en el encierro. El monstruo es monstruo, no por su tamaño y su poder, sino porque a estas alturas aún no sabemos cómo ni de dónde salió y porque, de momento, la defensa más segura que tenemos es distanciarnos y escondernos.

Frente a la crisis mundial que se ha generado nadie sabe lo que viene, porque lo único cierto es que no ha terminado de pasar.  Así como nos ha tocado dar por cierto el miedo, en una dimensión que nuestros cuerpos no han alcanzado a sentir y, así, asumir la peligrosidad del virus, hoy  nos toca simular la confianza que nada ni nadie nos dará, para convencernos de que ya debemos salir, porque la economía tiene que volver a fluir, y poner nuestras vidas en las manos de quienes adoptaron unos protocolos y juraron aplicarlos y cumplirlos, así no existan las condiciones ni los recursos que den garantía de ello, lo que una vez más nos deja en el terreno, no de la verdad, sino de la fe, pero a eso ya estamos acostumbrados.

viernes, 8 de mayo de 2020

MISCELÁNEA - Qué tiene el día de la Madre




Por James Cifuentes Maldonado

Para quienes me han llamado inquietos y extrañados por la decisión de varios alcaldes, incluso el de Pereira, de imponer la “ley seca” y además el toque de queda, para la festividad del Día de la Madre, en este atípico 2020, quiero decirles que no es para menos, considerando que históricamente la gente en esta fecha se desata, cosa que no puede suceder ahora en pleno aislamiento, por lo que ello podría significar, llevando al traste el enorme sacrificio que hemos hecho de estar encerrados mes y medio, cuidándonos del coronavirus.

El Día de la Madre es todo un acontecimiento, solemne y folclórico a la vez, según las circunstancias y el estrato social, que se resume en flores, regalos, besos, abrazos, almuerzos, licor, canciones, risas, borrachos, reclamos, riñas y llanto; a veces reconciliaciones, que duran un mes.

Este tiempo se presenta lleno de contrastes, por un lado mucha alegría por las mamás que aún están vivas, pero también gran nostalgia por  las que ya se fueron, dejando a unos hijos tristes pero tranquilos porque cumplieron y a otros, los calavera, con grandes pesos en la conciencia; entre unos y otros, primero hay celebración y luego la remembranza de hechos pasados y tormentosos, que conlleva a verdaderas gazaperas; es como si la mamá y la celebración de su día fueran  la válvula de escape de todas las pasiones familiares.

Como resultado de las tensiones que se generan, cuando todos los hijos se reúnen, muchas de las fiestas de las madres terminan en violencia y desgracia; de hecho las estadísticas muestran que el segundo domingo de mayo no solamente es importante para el comercio sino que, además, es crítico para el sistema de salud, y por ello clínicas y hospitales se alistan en alerta naranja.

Para que nos hagamos a una idea, estas son las cifras gruesas que dejó el Día de la Madre de 2019 en Colombia: 67 personas muertas y 170 heridas, 179 lesiones personales y más de 464 casos de violencia intrafamiliar.

La madre es el comienzo y es el fin, alrededor de ella se funda la familia y generalmente cuando ella desaparece, se rompe ese hilo conductor que mantiene la cohesión del clan. La madre es amor, es trabajo, es abnegación, es sacrificio, es renuncia, es permanente incondicionalidad; también es perdón y alcahuetería, por eso es el centro y es la preferida.

La madre es semilla, dulzura y cobijo, para toda la vida; el padre, en principio, es el fecundador, que puede luego estar o no.   

Desde que una mujer llega a ser madre hasta que muere, como eje de la familia y por la conexión umbilical que nunca pierde con sus hijos, popularmente se dice que “madre no hay sino una”, y, en la otra cara de la moneda, se sentencia que “padre puede ser cualquiera”. 

Ya nos dirán los hechos y la historia cómo es celebrar el Día de la Madre en cuarentena general y si el coronavirus es talanquera suficiente para contener los desafueros de la gente y las emociones que en este evento se suelen desbordar.