Por
James Cifuentes Maldonado
Un
grupo de ciudadanos instauró una acción de tutela por la pregunta del plebiscito
sobre los acuerdos entre el Gobierno y las Farc: “¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una
paz estable y duradera?”.
Defendiendo
sus razones en un medio radial, uno de esos ciudadanos comenzó diciendo: “lo concertado en la Habana es un acuerdo
político”; en ese momento yo cambié de emisora, porque con esas palabras se
cerró de entrada toda discusión, y me quedé sin entender entonces el sentido de
haber presentado la demanda judicial, porque efectivamente las connotaciones
del plebiscito no son normativas y, como lo ha dicho la Corte Constitucional, los
resultados serán vinculantes exclusivamente para el Presidente, quien dentro de
su autonomía decidió convocarlo.
Por
su naturaleza jurídica y por las circunstancias de la actual coyuntura, el
plebiscito es un mecanismo mediante el cual el presidente Juan Manuel Santos se
juega su capital político y su popularidad en un intento por conseguir que su
iniciativa hacia la paz sea respaldada por el electorado, para afianzar su
legitimidad y seguir adelante con la implementación de lo acordado que, dicho
sea de paso, deberá hacerse mediante el trámite legislativo en el Congreso, con
todo el rigor y las implicaciones democráticas que ello conlleva.
Por
la simpleza que dispuso la Corte para la formulación de la pregunta, al
Presidente le quedó un gran margen de maniobra. Al final, más allá de la semántica,
la gramática y la sintaxis, lo realmente relevante serán los números que
arrojen los comicios del 2 de octubre, en términos de cuántos digan NO, cuántos
digan SI y cuántos se abstengan, frente a los acuerdos con las Farc, porque,
como ya se ha dicho hasta el cansancio, la paz es un duro camino y no es un
estado de la sociedad que pueda imponerse por decreto.
Demandar
la pregunta del plebiscito por las connotaciones políticas o los intereses del
presidente Santos es un contrasentido y jurídicamente resulta inocuo, no aporta
nada al debate, salvo por el protagonismo de los demandantes y la exposición
mediática de quienes legítimamente se le atraviesan a las iniciativas del
gobierno, lo cual se explica precisamente en que ellos representan una posición
política contraria, de clara aspiración al poder, y no necesariamente porque
estén preocupados, en mayor o menor grado, por la justicia, por las víctimas
del conflicto o porque se reduzcan los niveles de violencia en Colombia.
Sobre
la redacción de la pregunta del plebiscito, su orientación política y la obvia inducción
hacia el SI, cabe la respuesta que sabiamente le dio el finado Juan Gabriel a
los periodistas que constantemente lo azuzaban sobre su condición sexual: “lo que se ve no se pregunta”.
Es
natural que el Presidente aproveche todo cuanto puede para que su iniciativa no
fracase, ni tonto que fuera; con toda seguridad, sus aguerridos e indignados
opositores procederían igual o peor, si estuvieran en la misma posición, que no
lo están, y ese es el trasfondo del asunto.
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