Por James
Cifuentes Maldonado
Comenzaré diciendo
que el fútbol es un espectáculo, como cualquier otro, como ir a un concierto, a
una obra de teatro, al ballet, al circo
y muchas otras formas, incluso más primitivas o más vulgares de entretenerse,
como los toros o las peleas de gallos, porque el fútbol sólo es eso,
entretenimiento, que nos atrapa como nos atrapa una buena serie.
Pero, si la cosa es tan simple, entonces ¿en qué radica la diferencia? ¿por qué el fútbol es un río de pasión que se desborda en las calles?
Quizás el detalle es el carácter masivo de un deporte muy popular, que no excluye a nadie, que lo puede practicar cualquiera, pobre o rico, igual en el más humilde de los peladeros en Tumaco o en el Jardín de los Príncipes de París, y en general lo puede ver cualquiera, ya sea en un bar en el parque de la 93 o en la tienda de Don Alberto en Manrique. Un partido de fútbol es capaz de despertar el mismo entusiasmo en ciertos individuos, no importa si se trata de la final de la Champions o de una recocha de solteros y casados a fin de año.
Dos cosas le dan efervescencia al fútbol, por un lado el sentido de pertenencia que nos ata a la tierra y a la divisa que representa al colectivo que la habita, ya sea en un barriada, una ciudad, un país o incluso todo un continente, y, por otro lado, está el mero gusto, que hace que sigamos a un equipo, no porque nos pertenezca, sino por la calidad del espectáculo que brinda, por sus triunfos, sus estrellas y sus copas, lo que de alguna forma satisface nuestro arribismo, nuestra necesidad de sentirnos del equipo ganador, solo así se explica que en un rincón remoto de un pueblo en el Chocó o en el Guaviare haya "hinchas" con camisetas del Real Madrid o del Manchester City.
Y esa efervescencia alcanza su mayor expresión cuando un partido de fútbol toca el Alma Nacional y casi que se vuelve un asunto de Estado, cuando todo un país vuelca su atención, sus ánimos, su orgullo y sus frustraciones en una final como la que la Selección jugará el próximo domingo.
Si Colombia gana, el alma nacional futbolera se elevará y seremos felices, en esa forma de felicidad que sólo se siente en el fervor del grito de gol y en el calor de las masas que celebran títulos en los estadios o en las plazas, pero que, cuando nos quedamos a solas, pierde sentido, porque esa felicidad no representa mucho para el individuo, porque, así un día la Selección obtenga la Copa Mundo, eso solo servirá para elevar la moral colectiva y quizás sacar pecho en los aeropuertos. Aunque fuéramos campeones del mundo del fútbol, nuestro propio mundo seguiría siendo el mismo, con todas sus realidades y crudezas.
El fútbol es un espectáculo, sólo eso, una función, una puesta en escena, con ingredientes de emocionalidad y competencia, muy bien montada, de la que casi nadie puede sustraerse, por una razón o por otra de las que ya he comentado; pero, más que eso, el futbol es un negocio con una multinacional como la FIFA a la cabeza, organización privada y todopoderosa que tiene más afiliados que la ONU y que mueve más dinero que la economía entera de un país como Colombia, en entradas, en pases de jugadores y, lo más inquietante, de manera indirecta, en apuestas, las apuestas que incluso son capaces de torcer los resultados y corromper el espíritu deportivo.
El fútbol es un espectáculo tan envolvente y tan arrollador, que sirve para perder la noción en los malos tiempos del gobierno y disimular anuncios de reformas tributarias que no preocuparán a nadie, si Colombia se alza con la Copa América, esa copa que lo representará todo para 50 millones de esperanzas y nada, absolutamente nada, cuando se apague la radio o el televisor en nuestras casas; una pasión que morirá en el silencio de nuestra habitación antes de dormir, pero que explotará y se inflamará de nuevo cuando nos encontremos en la mañana con la gente en el ascensor, o cuando comentemos los resultados en el paradero del bus o en el trabajo.
Adenda. La final de la Copa América en Estados Unidos es un capricho del destino, que se empeñó en darnos la oportunidad de poner las cosas en orden, Colombia victoriosa en Miami (ya no en Bogotá) contra la Argentina hoy campeona del mundo, la misma que despreció el torneo cuando se hizo en nuestro país en 2001, quitándole lustre a nuestro único título continental. De esas dimensiones puede ser la cosa. Alá es grande.