Por James Cifuentes Maldonado
Suelo tener la sensación de que la mayoría de cosas interesantes o importantes en la vida me han llegado tarde o, más bien, yo he llegado tarde a ellas; una de esas cosas, la afición a la literatura.
Leer, en el caso de algunas obras, solo es posible cuando uno está preparado; pongo como ejemplo Cien Años de Soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez, que intenté abordar a mis 20 años y no fui capaz; como muchos que le tienen pereza a esa novela, me perdí en esa maraña genealógica que plantea el autor, alrededor de la familia Buendía y de Macondo, dónde a mitad del libro un no sabe dónde está parado ni de quién carajos se está hablando. Con el tiempo, en mi caso ya con medio siglo encima, cuando logré captar el gusto y el encanto del realismo mágico, cuando me dejé seducir por la fantasía, cuando me enfoqué en el valor de los relatos y no en el relator, cuando entendí las verdades que allí se dicen disfrazadas de ficción, fue cuando por fin me enganché y literalmente devoré las 500 páginas en dos días.
Igualmente, ya estando grandecito, descubrí la maravilla del Quijote de la Mancha, esa joya de la literatura castellana escrita hace ya 420 años, que nadie, absolutamente nadie debería perderse, sin importar cuánto tome leerlo; el Caballero Hidalgo, nos lleva al imaginario de esa época en la que vida era más lenta, cuando el tiempo era más largo, cuando había espacio para pensar, para imaginar, porque no de otra forma, habría sido posible que Cervantes se inventará todas esas aventuras de un señor con el cerebro achicharrado de tanto leer novelas sobre caballerías y su humilde escudero, que abandonó su casa y su familia para seguirlo; Sancho Panza, que a mi juicio es el adulto en la habitación, el que, partiendo de su humildad, su sencillez y de su aparente ignorancia, es el que reflexiona y dice las cosas más sabias, en su afán de mantener a su jefe en la sensatez y la cordura.
Ahora voy por la mitad de “1984” la novela escrita por George Orwell que me ha hecho entender el concepto de la distopía, que según el diccionario es la “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Lo especial de esta obra es que fue escrita entre 1947 y 1948, por un señor que se imaginó el mundo de la década de los ochentas, pero cuya narrativa casi profética ha venido a materializarse 41 años después, porque el mundo del gran vigilante, El Gran Hermano, está sucediendo hoy, en una sociedad que cada vez más renuncia a la libertad, al conocimiento y a los principios democráticos, atados al celular, que en la novela Orwell llama la “telepantalla”, por donde le dictan a la gente todo lo que debe hacer. Hoy, gracias a la tecnología, al abuso en el manejo de los datos personales en las redes sociales y a la apología de un mundo vacío, reactivo, insensible y frívolo, es que ha sido posible que en Estados Unidos hayan elegido a un presidente como Donald Trump, que nos tiene arrodillados en una guerra arancelaria. En el increíble mundo de Orwell hay una cosa que se llama “el versificador” con el que se fabrican las canciones que el gobierno decide que la gente escuche, quizás eso se parezca a lo que hoy llamamos Inteligencia Artificial.
Hay que leer, nunca es tarde.
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