jueves, 17 de agosto de 2023

Miscelánea - La capacidad de debate

 


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

La capacidad de debate no lo es todo, pero es un buen comienzo.

 

Uno entiende que una campaña política es una empresa en la que convergen muchas personas y muchos intereses; que se trata de un trabajo en equipo donde hay muchos roles, desde el más simple como entregar un volante hasta el más estratégico como orientar la comunicación, definir el mensaje que se quiere dar a los electores y la imagen que se quiere proyectar. Cada uno de esos roles es necesario para llegar al objetivo que no es otro que sumar la mayor cantidad de votos mayoritario y que el candidato salga elegido.   

 

Uno entiende que cuando el candidato ya no sea candidato, sino que esté despachando como flamante alcalde, o como gobernador o presidente, o legislando como congresista o coadministrando como concejal o diputado, tendrá un sinnúmero de recursos para hacer su trabajo, especialmente contará con subalternos y asesores que prácticamente harán todo por él. 

 

Uno entiende que, en la forma en que funciona la política, como se adelantan las campañas y finalmente como se ejercen los gobiernos, los discursos y las formas de dirigirse a la opinión pública, incluso de guardar silencio, por parte de la persona que en sí ostenta el cargo o la dignidad, puede no llegar a ser muy relevante, aunque si anecdótica.  

 

En Colombia tuvimos un par de presidentes que quedaron en la memoria por su falta de brillantez en sus intervenciones, Julio César Turbay y Andrés Pastrana; tuvimos uno que nunca pudo pronunciar la palabra Coquivacoa, Virgilio Barco; otro con la voz chillona y carcajada inconfundible, Cesar Gaviria, que le gritaba a otro expresidente: ¡mentiroso! ¡mentiroso!, uno que hablaba en cámara lenta, Samper, otro que conquistaba y repelía adeptos con su tono santurrón, abusando de los diminutivos, Álvaro Uribe; uno con la peor dicción de todos, Juan Manuel Santos; otro al que los discursos le salían mejor en inglés que en español, Iván Duque y el genio que tenemos ahora, Petro, que acentúa la última sílaba de cada palabra como si ello le confiriera mayor autoridad, le encanta eso, además de llegar tarde a las reuniones.  

 

Uno entiende todo eso que acabo de plantear en esta perorata y por ello podría uno pensar que una campaña puede perfectamente hacerse y ganarse a punta de propaganda, de cuñas radiales, de entrevistas pagadas, de vallas inmensas con fotos retocadas y de marketing político (entiéndase juego sucio), sin que el candidato eche un solo discurso y especialmente sin que asista a un solo debate.

 

Pero, ojo, mucho ojo;  al margen de las circunstancias en las que se han dado las elecciones históricamente en este país, con votos duros o amarrados por el clientelismo, en la actualidad, cuando propendemos por una mayor incidencia de la opinión y del análisis racional de las propuestas programáticas, que los candidatos den la cara en los debates es muy importante; los debates son una herramienta democrática fundamental porque nos rebelan la verdadera capacidad del aspirante, de su preparación y de lo que tiene en la cabeza.   Si bien en un debate todo es hipotético y no se define nada, el ejercicio nos puede arrojar la medida no solo del carisma y del liderazgo del aspirante sino además de su capacidad técnica, de su templanza y de su tino para resolver situaciones.

 

Las campañas, además de centrarse en los recursos y en la logística tienen que ocuparse del discurso y de la forma en que el candidato se quiere conectar de fondo con su territorio y con el electorado, no solamente seducirlo o conquistarlo replicando lo obvio o lo que todo el mundo quiere oír.

 

Votar por un candidato que no exponga sus ideas, que no explique sus planes y sus programas, que no comparta su entendimiento del territorio que pretende gobernar, en un contexto de controversia y contraste como lo es un debate bien organizado y moderado, es como comprar un producto solo con ver la foto. A muchos nos ha pasado que cuando nos llega la hamburguesa no era lo que nos habían mostrado.

 

Por decirlo de alguna forma, negarse a los debates y pretender llegar a la victoria echando mano solamente de la publicidad y del efectismo de las redes y de los medios de comunicación, es menospreciar la capacidad crítica y de raciocinio de los votantes.  

 

De cara a las próximas elecciones regionales, bienvenidos los debates y bienvenidos los candidatos que se preparen y se atrevan a hacer parte de los mismos; lo que está en juego no es el futuro de ellos sino de todo un conglomerado social que tiene derecho a conocer las propuestas, a saber lo que llevan por dentro los “paquetes” que les están vendiendo. Tienen derecho a saber lo hay más allá de las pancartas, de las propagandas y de las vallas y del foto shop.

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