Por
James Cifuentes Maldonado
La capacidad de debate no lo es todo, pero es un buen comienzo.
Uno entiende que una campaña política es una empresa en la que
convergen muchas personas y muchos intereses; que se trata de un trabajo en
equipo donde hay muchos roles, desde el más simple como entregar un volante
hasta el más estratégico como orientar la comunicación, definir el mensaje que
se quiere dar a los electores y la imagen que se quiere proyectar. Cada uno de
esos roles es necesario para llegar al objetivo que no es otro que sumar la
mayor cantidad de votos mayoritario y que el candidato salga elegido.
Uno
entiende que cuando el candidato ya no sea candidato, sino que esté despachando
como flamante alcalde, o como gobernador o presidente, o legislando como
congresista o coadministrando como concejal o diputado, tendrá un sinnúmero de
recursos para hacer su trabajo, especialmente contará con subalternos y
asesores que prácticamente harán todo por él.
Uno entiende que, en la forma en que funciona la política,
como se adelantan las campañas y finalmente como se ejercen los gobiernos, los
discursos y las formas de dirigirse a la opinión pública, incluso de guardar
silencio, por parte de la persona que en sí ostenta el cargo o la dignidad,
puede no llegar a ser muy relevante, aunque si anecdótica.
En Colombia tuvimos un par de presidentes que quedaron en la
memoria por su falta de brillantez en sus intervenciones, Julio César Turbay y
Andrés Pastrana; tuvimos uno que nunca pudo pronunciar la palabra Coquivacoa,
Virgilio Barco; otro con la voz chillona y carcajada inconfundible, Cesar
Gaviria, que le gritaba a otro expresidente: ¡mentiroso! ¡mentiroso!,
uno que hablaba en cámara lenta, Samper, otro que conquistaba y repelía adeptos
con su tono santurrón, abusando de los diminutivos, Álvaro Uribe; uno con la
peor dicción de todos, Juan Manuel Santos; otro al que los discursos le salían
mejor en inglés que en español, Iván Duque y el genio que tenemos ahora, Petro,
que acentúa la última sílaba de cada palabra como si ello le confiriera mayor
autoridad, le encanta eso, además de llegar tarde a las reuniones.
Uno entiende todo eso que acabo de plantear en esta perorata
y por ello podría uno pensar que una campaña puede perfectamente hacerse y
ganarse a punta de propaganda, de cuñas radiales, de entrevistas pagadas, de
vallas inmensas con fotos retocadas y de marketing político (entiéndase juego
sucio), sin que el candidato eche un solo discurso y especialmente sin que
asista a un solo debate.
Pero, ojo, mucho ojo; al margen de las circunstancias en las que se
han dado las elecciones históricamente en este país, con votos duros o
amarrados por el clientelismo, en la actualidad, cuando propendemos por una
mayor incidencia de la opinión y del análisis racional de las propuestas
programáticas, que los candidatos den la cara en los debates es muy importante;
los debates son una herramienta democrática fundamental porque nos rebelan la
verdadera capacidad del aspirante, de su preparación y de lo que tiene en la
cabeza. Si bien en un
debate todo es hipotético y no se define nada, el ejercicio nos puede arrojar
la medida no solo del carisma y del liderazgo del aspirante sino además de su
capacidad técnica, de su templanza y de su tino para resolver situaciones.
Las campañas, además de centrarse en los recursos y en la
logística tienen que ocuparse del discurso y de la forma en que el candidato se
quiere conectar de fondo con su territorio y con el electorado, no solamente seducirlo
o conquistarlo replicando lo obvio o lo que todo el mundo quiere oír.
Votar por un candidato que no exponga sus ideas, que no explique
sus planes y sus programas, que no comparta su entendimiento del territorio que
pretende gobernar, en un contexto de controversia y contraste como lo es un
debate bien organizado y moderado, es como comprar un producto solo con ver la
foto. A muchos nos ha pasado que cuando nos llega la hamburguesa no era lo que
nos habían mostrado.
Por decirlo de alguna forma, negarse a los
debates y pretender llegar a la victoria echando mano solamente de la
publicidad y del efectismo de las redes y de los medios de comunicación, es
menospreciar la capacidad crítica y de raciocinio de los votantes.
De cara a las próximas elecciones regionales, bienvenidos
los debates y bienvenidos los candidatos que se preparen y se atrevan a hacer
parte de los mismos; lo que está en juego no es el futuro de ellos sino de todo
un conglomerado social que tiene derecho a conocer las propuestas, a saber lo que
llevan por dentro los “paquetes” que les están vendiendo. Tienen derecho a
saber lo hay más allá de las pancartas, de las propagandas y de las vallas y
del foto shop.
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