miércoles, 23 de agosto de 2023

Miscelánea - El encanto del Eje Cafetero


Por James Cifuentes Maldonado 

En el trasegar profesional, recientemente tuve la oportunidad de interactuar y compartir con personas de varias partes del país que me ayudaron a comprender el sentido y el valor de vivir en una región como la nuestra, que aun llamamos Eje Cafetero, aunque cada vez haya más potreros y menos cafetales. Cuando uno no ha tenido la oportunidad de viajar mucho, el lugar donde uno crece y vive se le vuelve literalmente paisaje, hasta el punto de que, por mera costumbre, uno pierde la capacidad de comprender y de apreciar la belleza y el valor de todo cuanto conforma nuestro entorno.  

Un amigo barranquillero, cuando estuvo de paso por acá, me dijo algo que me sorprendió tremendamente, en relación con un elemento de nuestro paisaje sobre el cual yo no me había detenido a pensar; me dijo Norman Jiménez, que así se llama mi amigo, - mire hermano, a mi lo que más me gusta del Eje Cafetero son los taludes; - ¿Cómo así? Le respondí yo, ¿qué tiene de especial un talud?, – pues mucho, acotó Norman; y me explicó: -mire viejo,  de donde yo vengo esas cosas que ustedes llaman barrancos simplemente no existen; en el departamento del Atlántico la montaña más alta si acaso tendrá una elevación de 200 o trescientos metros; en cambio por acá están llenos de barrancos por todas partes, no hay camino ni carretera que no los tenga a un lado de la vía, forrados de verde por la espesa vegetación y plagados de nacimientos de agua; y eso, mi querido amigo, que no existe en Barranquilla, es lo que más me gusta del eje cafetero.   

La verdad, nunca me había puesto a pensar en la estética de los taludes, si no es porque un costeño me hace caer en cuenta; hasta ese momento la idea que yo tenía era que los taludes solo eran un problema, por lo de los deslizamientos; pero tiene sentido, una cosa es viajar por las carreteras ardientes e interminables de la costa, donde nada nos rompe la mirada, y otra muy distinta atravesar permanente las imponentes montañas de Caldas, Quindío, Risaralda, norte del Valle y norte del Tolima entre nogales, guayacanes y guaduales, cruzando ríos y cañadas cada kilómetro, con esa frescura que hace fascinante viajar por tierra y querer detenerse en cualquier parte.  

En el puente festivo que acaba de pasar, le saqué el cuerpo a las, en mala hora, llamadas fiestas “del chupe”, y me di una vuelta por Filandia, donde también están de celebración y me quedé sorprendido de la transformación que ha tenido ese municipio, con decirles que en menos de 10 años ha desarrollado su oferta turística a niveles que hacen perder el interés de volver a Salento, donde se volvió imposible entrar.   

En el recorrido, pasando por Quimbaya y Alcalá, no pude evitar pensar que hayan sido necesarios un par de  terremotos y la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero, qué básicamente fue un instrumento que nos regaló la UNESCO, para poder entender que nuestra mayor riqueza eran todas esas cosas que nos parecían intrascendentes; que nuestras montañas, nuestros cafetales, nuestra gastronomía, nuestra música y nuestra forma de ver y vivir la vida, eran nuestra mayor riqueza; elementos apreciados por los visitantes de manera superlativa y, para nosotros, de lo más normales.  

Ahora entiendo a Norman, cuando me dijo lo que le gustaba del Eje Cafetero.  

 


jueves, 17 de agosto de 2023

Miscelánea - La capacidad de debate

 


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

La capacidad de debate no lo es todo, pero es un buen comienzo.

 

Uno entiende que una campaña política es una empresa en la que convergen muchas personas y muchos intereses; que se trata de un trabajo en equipo donde hay muchos roles, desde el más simple como entregar un volante hasta el más estratégico como orientar la comunicación, definir el mensaje que se quiere dar a los electores y la imagen que se quiere proyectar. Cada uno de esos roles es necesario para llegar al objetivo que no es otro que sumar la mayor cantidad de votos mayoritario y que el candidato salga elegido.   

 

Uno entiende que cuando el candidato ya no sea candidato, sino que esté despachando como flamante alcalde, o como gobernador o presidente, o legislando como congresista o coadministrando como concejal o diputado, tendrá un sinnúmero de recursos para hacer su trabajo, especialmente contará con subalternos y asesores que prácticamente harán todo por él. 

 

Uno entiende que, en la forma en que funciona la política, como se adelantan las campañas y finalmente como se ejercen los gobiernos, los discursos y las formas de dirigirse a la opinión pública, incluso de guardar silencio, por parte de la persona que en sí ostenta el cargo o la dignidad, puede no llegar a ser muy relevante, aunque si anecdótica.  

 

En Colombia tuvimos un par de presidentes que quedaron en la memoria por su falta de brillantez en sus intervenciones, Julio César Turbay y Andrés Pastrana; tuvimos uno que nunca pudo pronunciar la palabra Coquivacoa, Virgilio Barco; otro con la voz chillona y carcajada inconfundible, Cesar Gaviria, que le gritaba a otro expresidente: ¡mentiroso! ¡mentiroso!, uno que hablaba en cámara lenta, Samper, otro que conquistaba y repelía adeptos con su tono santurrón, abusando de los diminutivos, Álvaro Uribe; uno con la peor dicción de todos, Juan Manuel Santos; otro al que los discursos le salían mejor en inglés que en español, Iván Duque y el genio que tenemos ahora, Petro, que acentúa la última sílaba de cada palabra como si ello le confiriera mayor autoridad, le encanta eso, además de llegar tarde a las reuniones.  

 

Uno entiende todo eso que acabo de plantear en esta perorata y por ello podría uno pensar que una campaña puede perfectamente hacerse y ganarse a punta de propaganda, de cuñas radiales, de entrevistas pagadas, de vallas inmensas con fotos retocadas y de marketing político (entiéndase juego sucio), sin que el candidato eche un solo discurso y especialmente sin que asista a un solo debate.

 

Pero, ojo, mucho ojo;  al margen de las circunstancias en las que se han dado las elecciones históricamente en este país, con votos duros o amarrados por el clientelismo, en la actualidad, cuando propendemos por una mayor incidencia de la opinión y del análisis racional de las propuestas programáticas, que los candidatos den la cara en los debates es muy importante; los debates son una herramienta democrática fundamental porque nos rebelan la verdadera capacidad del aspirante, de su preparación y de lo que tiene en la cabeza.   Si bien en un debate todo es hipotético y no se define nada, el ejercicio nos puede arrojar la medida no solo del carisma y del liderazgo del aspirante sino además de su capacidad técnica, de su templanza y de su tino para resolver situaciones.

 

Las campañas, además de centrarse en los recursos y en la logística tienen que ocuparse del discurso y de la forma en que el candidato se quiere conectar de fondo con su territorio y con el electorado, no solamente seducirlo o conquistarlo replicando lo obvio o lo que todo el mundo quiere oír.

 

Votar por un candidato que no exponga sus ideas, que no explique sus planes y sus programas, que no comparta su entendimiento del territorio que pretende gobernar, en un contexto de controversia y contraste como lo es un debate bien organizado y moderado, es como comprar un producto solo con ver la foto. A muchos nos ha pasado que cuando nos llega la hamburguesa no era lo que nos habían mostrado.

 

Por decirlo de alguna forma, negarse a los debates y pretender llegar a la victoria echando mano solamente de la publicidad y del efectismo de las redes y de los medios de comunicación, es menospreciar la capacidad crítica y de raciocinio de los votantes.  

 

De cara a las próximas elecciones regionales, bienvenidos los debates y bienvenidos los candidatos que se preparen y se atrevan a hacer parte de los mismos; lo que está en juego no es el futuro de ellos sino de todo un conglomerado social que tiene derecho a conocer las propuestas, a saber lo que llevan por dentro los “paquetes” que les están vendiendo. Tienen derecho a saber lo hay más allá de las pancartas, de las propagandas y de las vallas y del foto shop.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Miscelánea - Humberto Restrepo P.


 

 Por James Cifuentes Maldonado

 

 

Gracias muchas por benevolencia tanta” y “Más tiene Dios para darnos que nosotros para pedirle”. Eran dos de los dichos que le escuché a Humberto Restrepo, en las reuniones familiares, con ese espíritu y ese genio bonachón que le caracterizaba. No volví a verlo desde antes de la pandemia, pero, como a todos esos amigos que no se frecuentan pero que se llevan en el corazón, nunca lo olvidé; preguntaba por él a sus hijos cuando me los encontraba. Humberto, aunque fue un roble ya acusaba algunos de los males que suelen ser comunes a los ochenta y tantos años. 

 

Para esta Miscelánea me disponía a dar mis apreciaciones sobre el escándalo de Daysuris y Nicolás Petro, pero como ese será tema recurrente en los próximos 3 años en este país y habrá muchos que lo comenten mejor que yo, cambié de parecer y me decidí por algo más útil, honrar la memoria de un viejo amigo que se fue a la eternidad. Se llamaba Humberto Restrepo; cuando se presentaba levantaba la voz para reivindicar con ahínco y orgullo su segundo apellido, Peláez. 

 

Era una delicia compartir con ese Señor a quien conocí cuando ya trasegaba la segunda mitad de su vida, por eso el recuerdo que tengo más claro era su estatus de pensionado y de "desocupado", cuando su prole ya se había emancipado y dedicaba la mayor parte de su tiempo en hacer mandados, en jugar cartas con su amigo Artemo y en consentir y acompañar a su negrita, a María Ruby, su señora, que se fue de su lado y de este mundo prematuramente.  

 

Humberto vendría a ser algo así como mi tío político, porque era esposo de la tía de quien para la época era mi pareja; mejor dicho, no éramos nada, pero en su momento fuimos todo; era el veterano con el que me igualaba en tragos y charlas y quien con tono serio me llamaba la atención apuntándome con el dedo oscilante y diciéndome “más restrepito”.  

 

Humberto Restrepo Peláez podría ser un viejo más que se murió, pero no lo es; era el prototipo de esposo y de padre, tierno, cariñoso y comprometido, muy extraño en las generaciones de antaño tan proclives al machismo, al descuido y a la desconexión con la familia. Debo decir que nunca vi a un hombre querer tanto a su mujer ni a unos hijos conectarse tanto con su padre. Dentro de sus muchas anécdotas recuerdo la de cuando estaba llenando un formulario en un banco y le preguntaron los nombres de sus hijos y una y otra vez repasaba: Cesar, Alberto, María Teresa, Julián, Guillermo y “El Negro”, sin recordar cómo diablos era que se llamaba El Negro; tuvo que llamar a la casa para que le recordaran que El Negro se llamaba Hernando, vale anotar que Hernando no entiende por ese nombre y casi nadie sabe que se llama así. 

 

Entre triste y gustoso pude acompañarlo a su despedida, una misa sentida en la Iglesia María Reina del Barrio el Jardín de Pereira, donde Humberto era muy reconocido y apreciado; el cura se refirió a él y a su esposa como si fueran parceros y, luego de hablarnos sobre la tienda de campaña que es la vida terrenal, nos invitó a imaginar lo que le diríamos a nuestros seres queridos si pudiéramos saber con antelación cuándo se van a morir.  

 

De Humberto podrían decirse tantas cosas, pero termino con la mejor, amaba al Deportivo Pereira, y eso agota toda discusión.