Por
James Cifuentes Maldonado
Si
tuviéramos fe como un granito de mostaza, podríamos ordenar a las montañas que
se movieran y a los enfermos que sanaran, así dice la canción cristiana; me
gusta, cuando la cantamos en la iglesia, con ese ánimo y ese entusiasmo que
contagia. Y, en efecto, en mayor o menor medida, los seres humanos, en relación
con las diferentes situaciones que la vida nos pone por delante, los sueños,
las metas, las dificultades, los éxitos, los fracasos, la salud y, en general,
respecto de la protección, la ayuda y el impulso que a diario necesitamos,
tenemos el instinto de encomendarnos a algo y confiamos en que todo vaya bien,
es natural.
De
eso se trata vivir, y lo mínimo para preservarnos, para mantenernos plenos,
tanto física como espiritualmente y dar sentido a la existencia, es creer que
lo que deseamos o lo que queremos va a suceder, aunque no suceda y creer que lo
necesitamos nos va a llegar, así no llegue.
Difícilmente algún plan se cumple si no creemos desde un principio en
él, si no estamos convencidos; como diría Jorge Duque Linares, todo es más
fácil y empezamos ganando si pensamos positivo.
Por
eso, nos persignamos cuando arranca el avión, por eso, le hacemos promesas al Milagroso
de Buga, por eso, los conductores de buses y camiones se encomiendan a la
Virgen del Carmen, para que los lleve y los traiga con bien por las carreteras
en cada uno de sus viajes.
Aunque
la ayuda divina, que yo prefiero llamar moral, esa fuerza que nos mueve, que nos
quita el miedo y no nos deja retroceder, como la de los militares en el
combate, es muy importante, nada sale ni fructifica si no ponemos de nuestra
parte lo que tenemos que poner.
Es
muy complicado que el conductor o el camionero no se siniestre si no respeta
las señales de tránsito o si no se preocupa por el mantenimiento de su
vehículo; muy complicado que el nadador
gane los 100 metros libres si ni siquiera sabe nadar, como le sucedió a Eric
Moussambani, quien anecdóticamente disputó una de las mangas clasificatorias en
los Juegos Olímpicos de Sídney en el año 2000; obviamente su participación fue
para asombro y risas, ahí no había rezo ni oración que valiera.
Como
me pasa muy frecuentemente, hay algo que quiero decir, pero no sé decirlo
directa o escuetamente, es un defecto que tengo y por eso me tocó hacer toda
esta elucubración sobre la fe, para sentar mi voz de protesta por el hecho de
que en pleno siglo XXI se siga permitiendo que las comunidades religiosas, en
su fervor que es respetable, se tomen las vías como sucedió el pasado domingo
con las caravanas en honor a la Virgen del Carmen. Yo los vi pasar por la 30 de Agosto a la
altura de Unicentro, no eran más de una docena de camiones, iban a cierta
velocidad haciendo ruido y entorpeciendo el tráfico, serpenteando a lo largo y
ancho de la avenida para que nadie pudiera adelantarlos; es simplemente absurdo
e irresponsable.
Yo tengo fe, como un granito de mostaza, la fortalezco y la hago crecer sin ostentar, sin que nadie se entere, porque es solo mía.
Con profundo respeto de todas las expresiones culturales, dentro de ellas las religiosas, invito a que cada quien viva su fe de manera razonable, civilizada, sin comprometer, sin afectar ni limitar los derechos de quienes no intervienen en sus fiestas. Amén.
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