Por James Cifuentes Maldonado
Aun es insospechado el rumbo del presente gobierno, el primero de
izquierda y contrario al establecimiento en 200 años en Colombia. Lo que sí
está claro, por la dinámica de los anuncios y el talante de Gustavo Petro y de
sus colaboradores en los principales cargos designados, es que no será como lo
anunciaban los discursos catastróficos y mala leche que se dieron en el calor
de la campaña presidencial. En la víspera hemos visto muchos cañazos
lanzados estratégicamente a la opinión pública, como una forma de ir tanteando
el terreno y midiendo las fuerzas y las posibilidades frente a la oposición, frente
al empresariado y la dirigencia tradicional que en absoluto han desaparecido y
por el contrario han tenido un nuevo significado y han cobrado mayor
relevancia.
Esa vaina del respeto de los derechos y el valor de las
instituciones es algo que suena muy distinto cuando gobiernan los históricos,
los mismos de siempre, que cuando gobiernan los que nunca lo han hecho. Es bien
llamativo como empiezan a darse narrativas de protesta, de reclamo y de
reivindicación de las garantías desde orillas ideológicas y clases sociales que
antes eran sordas e indiferentes al clamor popular.
Sorprende y resulta extraño que, desde medios como la Revista
Semana, sí, la de los Gilinski, empiecen a alzarse las voces de editorialistas
e influenciadores afectos al anterior gobierno, por el derecho a la libre
opinión, cuando fue desde esa misma casa con su metamorfosis hacia el
sensacionalismo de derecha, donde se desvirtuaron las buenas prácticas del
periodismo y se forzó la salida columnistas y profesionales destacados de la
comunicación, por el mero hecho de no pensar como lo dueños y por no secundar
sus intereses.
El efecto de la inversión de poderes y lo saludable que ello resulta,
se ve latente en temas tan sensibles y tan polémicos como la política
energética, sobre la cual han corrido ríos de tinta y cientos de opiniones por
todos los medios, que han dejado clara la inconveniencia de suspender las
exploraciones y desasegurar las reservas de gas. El gobierno no es tonto y no
puede ser hermético a las razones y por lo menos en este sentido se ha abierto
a la discusión, que equivale a decir a la reconsideración. Igual situación se
ha dado con otros puntos de discusión como la reforma tributaria y las
modificaciones a la ley laboral.
Existen muchos motivos para pensar que Colombia no será como
Venezuela y que la izquierda de este país es consciente de la responsabilidad
que tiene con sus electores, con toda la nación y con las futuras generaciones,
porque si lo hacen mal, nos condenarán a otros 200 años de democracia simbólica
y unipolar de derecha.
Me entusiasma que los sobresaltos y tensiones que muy seguramente
tendrá el gobierno de la Colombia Humana sean útiles para fortalecer y renovar
el papel de los partidos políticos, en un modelo programático y de verdadera
alternancia en el ejercicio del poder, donde cada 4 años se premie a los buenos
administradores y se castigue a los incompetentes.
Me asiste la esperanza de que al término del presente gobierno
hayamos podido desmontar el macartismo alrededor de las ideologías de izquierda
y entendamos, por fin, que el país se construye cimentado precisamente en la
diferencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario