miércoles, 21 de septiembre de 2022

Miscelánea - De nóminas paralelas y otros cuentos

 


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

El actual gobierno nacional está adelantando la revisión de las mal llamadas “nóminas paralelas”, compuesta por personal vinculado a las entidades públicas a través de contratos de prestación de servicios; ello como parte del propósito de formalización del empleo público y dignificación del trabajo en el que se ha empeñado la Colombia Humana. 

 

Si las intenciones del gobierno apuntan a que muchos de esos contratistas van a ser vinculados a las plantas de las entidades y se va a hacer la depuración de los que no aportan nada a la función pública, no puedo menos que celebrarlo por anticipado, sin embargo, soy escéptico; creo que no pasará ni lo uno ni lo otro, porque se trata de un fenómeno inherente a la forma en que en Colombia se hace la política y específicamente las campañas electorales, en las que los votos no solo ponen gobernantes, congresistas, diputados y concejales, sino que además se traducen en cuotas burocráticas y en puestos; la mayor parte de ese botín representado en contratos de prestación de servicios. 

 

Los medios de comunicación dejan en la opinión pública la sensación de que solo se trata de un problema de corrupción, es decir que la tal “nómina paralela” solo consiste en un montón de personas naturales, e incluso jurídicas, que cada mes cobran los honorarios sin hacer nada, y eso no es verdad, o por lo menos no puede decirse así en términos absolutos. 

 

A manera de ejemplo y con conocimiento de causa, puedo contarles que la fuerza de trabajo de un municipio como Pereira está constituida entre un 60% y un 70% por contratistas. Eso significa nada más ni nada menos que si no hay contratación de servicios muchas de las cosas que están a cargo de la alcaldía no podrían hacerse. 

 

Ahora, ¿de dónde salen los contratistas? Un pequeñísimo margen de ellos llega a la administración por su formación, su idoneidad y su experiencia, a manera de cuotas técnicas o de confianza llevadas por los jefes de despacho, el resto, la gran mayoría, hacen parte de los listados que se generan luego de cada proceso electoral y con los que se completan los equipos de trabajo. 

 

No digo que el sistema burocrático basado en el proselitismo por sí solo sea malo, ya que, en principio, encuentro razonable que quienes trabajan y sacan adelante un determinado proyecto político puedan ver recompensado su trabajo con la participación en el gobierno a través de un empleo, con un cargo o un contrato. El problema surge cuando los beneficiarios de esos puestos no cumplen con los perfiles, ni con las funciones, ni con los fines para los cuales son vinculados y defienden su negligencia y su ineptitud con el respaldo político; de este tipo hay muchos casos y constituyen una verdadera vena rota que desangra el erario. 

 

Pero existe la otra cara de la moneda, cientos de contratistas honestos, gente humilde cumplidora de sus deberes, que trabajan con horario y sin horario, aun cuando no tienen contrato, que sufren cada mes para pagar la seguridad social, para poder pasar la cuenta de cobro; verdaderos empleados, sin prestaciones, sin garantías y cuya estabilidad depende de que su jefe político no les retire el apoyo y que no se queme en las siguientes elecciones. 

 

Esto es más que nóminas paralelas, se trata de un sistema perverso e injusto que tenemos que cambiar. 

 


Miscelánea - El Gobierno que está aprendiendo

 



 

Por James Cifuentes Maldonado  

  

 

Me permito hacer algunas glosas sobre el mes larguito que lleva el nuevo gobierno en Colombia.  

 

Vergonzosas todas las ocasiones en que Gustavo Petro ha incumplido, como el primer encuentro con los alcaldes del país y actos oficiales como la transmisión del mando militar, eventos a los que no alcanzó a llegar, incluso al sepelio de los policías masacrados en el Huila el presidente llegó ya entrada la noche. Razones, seguramente habrá muchas, pero se ve feo y refleja precisamente las complejidades de la transición y la primiparada.  

 

No deja un buen sabor de boca, dentro de las expectativas de cambio, la designación de personas en el gobierno de Petro, que representan la dirigencia tradicional y las viejas costumbres políticas, pero yo en este sentido no me llamo a engaño; soy consciente de que en el bus de las alianzas que llevaron al Pacto Histórico a la Casa de Nariño se subieron muchos indeseables que sin embargo no podían ser rechazados, porque, si esos “indeseables” se hubieran sumado, por ejemplo a la campaña de Fico o a la Rodolfo, tampoco los hubieran despreciado y hoy otro gallo estaría cantando. El clientelismo es inherente a la política y a la democracia.  

 

El tema con la ministra de Minas y Energía, la filósofa Irene Vélez, es desconcertante, primero porque uno creería que las competencias y la experiencia específica son muy importantes en una cartera ministerial tan neurálgica y es claro que la Doctora Vélez llegó a aprender; entiendo que esa designación corresponde a un compromiso directo de Petro con el señor padre de la ministra, y por eso causa pena que el señor presidente se vea obligado a salir a defender con uñas y dientes la designación. Ahora, no es menos cierto que hasta el momento la cosa no ha pasado de gazapos verbales, no ha sucedido nada material y grave como que se pierdan setenta mil millones, y a pesar de ello los medios de comunicación y las redes sociales le han dado a la ministra hasta con el balde.  

 

Algunos patriotas opositores han elevado su voz anticipándose a la inminente trepada de precios de la gasolina, por el agotamiento del Fondo de Estabilización, haciendo parecer el asunto como un desafuero de Petro. Por suerte desde los gremios como la ANDI y voces muy autorizadas como la del exministro Juan Carlos Echeverry, han llamado a la sensatez y a que se rodee al presidente en esta difícil decisión, sobre un problema cuya solución se venía aplazando desde gobiernos anteriores y que representa el lado más regresivo de las finanzas públicas.   Los colombianos tenemos que entender que llevamos muchos años con una gasolina barata y que para que eso fuera posible hicimos una vaca en la que han venido poniendo plata hasta los que no tienen carro ni moto.  Es decir, subsidiar la gasolina es la forma más grosera de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.  

A propósito de los oportunistas que le quieren sacar réditos a la escalada de violencia del último mes, les quiero decir que las masacres en Colombia no empezaron con la era Petro, así como la repartija de mermelada no se la inventó Juan Manuel Santos. Ambos fenómenos, históricos, hacen parte de un libreto usado a conveniencia por cierta clase dirigente, cuando no tiene el poder.  

jueves, 1 de septiembre de 2022

Las ganancias tempranas del cambio

 



 

 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Aun es insospechado el rumbo del presente gobierno, el primero de izquierda y contrario al establecimiento en 200 años en Colombia. Lo que sí está claro, por la dinámica de los anuncios y el talante de Gustavo Petro y de sus colaboradores en los principales cargos designados, es que no será como lo anunciaban los discursos catastróficos y mala leche que se dieron en el calor de la campaña presidencial.  En la víspera hemos visto muchos cañazos lanzados estratégicamente a la opinión pública, como una forma de ir tanteando el terreno y midiendo las fuerzas y las posibilidades frente a la oposición, frente al empresariado y la dirigencia tradicional que en absoluto han desaparecido y por el contrario han tenido un nuevo significado y han cobrado mayor relevancia.  

 

Esa vaina del respeto de los derechos y el valor de las instituciones es algo que suena muy distinto cuando gobiernan los históricos, los mismos de siempre, que cuando gobiernan los que nunca lo han hecho. Es bien llamativo como empiezan a darse narrativas de protesta, de reclamo y de reivindicación de las garantías desde orillas ideológicas y clases sociales que antes eran sordas e indiferentes al clamor popular.  

 

Sorprende y resulta extraño que, desde medios como la Revista Semana, sí, la de los Gilinski, empiecen a alzarse las voces de editorialistas e influenciadores afectos al anterior gobierno, por el derecho a la libre opinión, cuando fue desde esa misma casa con su metamorfosis hacia el sensacionalismo de derecha, donde se desvirtuaron las buenas prácticas del periodismo y se forzó la salida columnistas y profesionales destacados de la comunicación, por el mero hecho de no pensar como lo dueños y por no secundar sus intereses. 

 

El efecto de la inversión de poderes y lo saludable que ello resulta, se ve latente en temas tan sensibles y tan polémicos como la política energética, sobre la cual han corrido ríos de tinta y cientos de opiniones por todos los medios, que han dejado clara la inconveniencia de suspender las exploraciones y desasegurar las reservas de gas. El gobierno no es tonto y no puede ser hermético a las razones y por lo menos en este sentido se ha abierto a la discusión, que equivale a decir a la reconsideración. Igual situación se ha dado con otros puntos de discusión como la reforma tributaria y las modificaciones a la ley laboral.   

 

Existen muchos motivos para pensar que Colombia no será como Venezuela y que la izquierda de este país es consciente de la responsabilidad que tiene con sus electores, con toda la nación y con las futuras generaciones, porque si lo hacen mal, nos condenarán a otros 200 años de democracia simbólica y unipolar de derecha.   

 

Me entusiasma que los sobresaltos y tensiones que muy seguramente tendrá el gobierno de la Colombia Humana sean útiles para fortalecer y renovar el papel de los partidos políticos, en un modelo programático y de verdadera alternancia en el ejercicio del poder, donde cada 4 años se premie a los buenos administradores y se castigue a los incompetentes.  

 

Me asiste la esperanza de que al término del presente gobierno hayamos podido desmontar el macartismo alrededor de las ideologías de izquierda y entendamos, por fin, que el país se construye cimentado precisamente en la diferencia.