viernes, 25 de diciembre de 2020

La inteligencia no es por decreto


Por James Cifuentes Maldonado 

 

Los decretos con los cuales, primero la Gobernación de Risaralda y luego la Alcaldía de Pereira, adoptaron medidas en materia sanitaria y de orden público, de cara a las fiestas de fin de año, y en medio de la presión nacional, las angustias de unos y la indiferencia de otros, generaron diversas reacciones. 

 

Cuando las estadísticas nos dicen que la pandemia está en sus niveles más álgidos de contagio, de mortalidad y de ocupación hospitalaria, incluso con noticias de rebrotes con cepas nuevas, más infecciosas, es obvio que las autoridades reaccionen como el Gobernador lo ha hecho, ese es su deber; él puede hacer todo, menos quedarse quieto. Ahora, en el caso de las alcaldías de Pereira y Dosquebradas, tratándose de las dos principales economías del departamento, en lo industrial, en el ámbito comercial y de servicios, a cuya estela se pegan los otros municipios, la debida diligencia no se agota con la expedición de normas que limiten la circulación y que salven la responsabilidad de los gobernantes, sino que debe procurarse que esas medidas sean coherentes y afecten lo menos posible la subsistencia de las personas, porque una sociedad se muere no solamente por los agentes biológicos sino también por la falta de productividad. 

 

Es propio de nuestra incultura que todas las decisiones importantes y hasta las más triviales, se politicen en el sentido más odioso; que se vuelvan caballos de batalla de los defensores de la administración de turno y de los opositores, lo cual es un absurdo pues las elecciones ya pasaron y de lo que se trata ahora es de remar para el mismo lado, en una emergencia que demanda de todos comprensión, compromiso y sobre todo prudencia; aquí no se mueren solamente los del Cambio o los de Primero Pereira, aquí nos morimos todos, de Covid o de hambre. 

 

Entiendo que lo que el alcalde quiso decir con su “acato, pero no comparto” es que el sistema hospitalario de Pereira está cargado con pacientes de otras regiones y que el uso de las UCI debía concentrarse en COVID, y para eso debían posponerse, desde antes, los procedimientos no urgentes que pudieran tener un desenlace en UCI; y en ese sentido cuestionó el manejo sanitario dado por la Gobernación, por tardío. 

 

Al margen de esa discusión, que se torna de intereses y de egos, la realidad es que la principal medida no está representada en los decretos, que hay que expedirlos, por supuesto, para poder responderle a los entes de control, aunque lo verdaderamente eficaz sea la autorregulación y el auto cuidado. Somos muchos y somos muy indisciplinados; esta pandemia en fiestas no se controla con policías y comparendos; esto se controla con conciencia y con juicio y de eso se encarga cada quien en su propia casa. 

 

El arraigo de las costumbres, las creencias y el deseo de celebrar el fin de año y la Navidad no lo contiene nadie, especialmente en los sectores populares. Entonces, no es con encierro y prohibicionismo que vamos a tener el remedio. El remedio es el sentido común que nos haga entender a cada uno, que estamos en una anormalidad y que tenemos que sacrificarnos y recogernos; que no podemos hacer reuniones desaforadas; entender que la indolencia y el descuido pueden significar la pérdida de nuestros seres queridos y nuestra propia muerte. 


En qué estamos con la pólvora

  



Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

La semana pasada me referí someramente a la tradición colombiana de animar las fiestas con pólvora y recibí varias consultas sobre la legalidad de esa práctica; si está o no prohibida. 

 

Reconociendo un mayor grado de conciencia y progresos en los controles de las autoridades, que se traducen en una sociedad más civilizada, la costumbre se mantiene especialmente en sectores populares y llamativamente se ha venido arraigando en las zonas suburbanas por parte de personas pudientes, quizás emergentes, que se dan el lujo de quemar, literalmente, millones de pesos en pólvora. 

 

Aunque en Colombia existe un marco que parte de la Ley 670 de 2001, cuyo principal objeto es garantizar la vida, la integridad física y la recreación de los niños expuestos al riesgo por el manejo de artículos pirotécnicos o explosivos, reglamentada por el Decreto 4481 de 2006, esa normativa no prohíbe en términos absolutos la pólvora, sino que la regula, proscribiendo de manera total la modalidad de pólvora detonante, pero habilitando el uso y comercialización de artefactos pirotécnicos, clasificándolos en categorías de 1 a 3, según el grado de peligrosidad. 

 

En efecto, existe una prohibición plena para la fabricación, venta y uso de pólvora detonante y a base de fósforo blanco, en todos los ámbitos y presentaciones, como papeletas, tacos, culebras, totes, chorrillos y similares, pero subsiste un comercio de otras modalidades englobadas en la pirotecnia, que si bien cuenta con controles en el expendio, en el transporte, y, cuando se trata de demostraciones públicas, exigiéndose la manipulación por parte de expertos, actualmente no es posible restringirla y controlarla al interior de predios privados, especialmente en condominios y parcelaciones, lo que impide un cierre mayor o total de la brecha de riesgo. 

 

El control que hoy ejercen las autoridades se basa principalmente en la aplicación del artículo 30 del Código Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, que versa sobre el uso de sustancias peligrosas incluida la pólvora y de manera alterna en la aplicación del artículo 33 del mismo código, que tiene que ver con la alteración de la tranquilidad, cuando la quema de pólvora, por sus efectos como el ruido, deriva en situaciones de convivencia,  que normalmente son atendidas por parte de la Policía Nacional. 

 

En cuanto a su movilización, la pólvora está sujeta a estrictos protocolos, lo que hace que sea inviable transportarla en los automotores comunes y corrientes, y en este orden de ideas, prácticamente el material que diariamente es incautado en los operativos necesariamente termina siendo destruido. Con la pólvora pasa algo similar a lo que sucede con la dosis mínima de estupefacientes, cuyo consumo está permitido, pero no está permitido el porte, lo cual constituye una paradoja. 

 

Lo ideal sería una ley que prohíba en general el uso y comercialización de pólvora, a excepción de los espectáculos públicos dotados de todos los permisos y especificaciones técnicas, con la manipulación exclusivamente por personal experto. Pero esta es una quimera, porque la pólvora, como la droga, es un negocio muy lucrativo, que como muchas otras cosas non sanctas dependen de la voluntad de los políticos. 


Lo importante es la fiesta

 


  

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Si hay algo que iguala a la humanidad, a los pueblos, a la gente, es el jolgorio, no hay nada más democrático que el deseo de hacer fiestas. 

 

En todos los confines de la tierra se hacen celebraciones de algo, ferias y carnavales para exorcizar los demonios, los pecados y los miedos, en la incesante búsqueda de mejores tiempos, de tiempos nuevos; no importa dónde, ni cuál sea el motivo, ni el significado de las costumbres, sólo importa la fecha  en sí y lo que ocurre en ella, lo que se bebe, lo que se come, lo que se baila, lo que se vende, lo que se compra; la oportunidad para los sentidos, para el alma, para la fe, para la ilusión, para el perdón, para la esperanza; también para la fascinación, para el exceso, para el desenfreno y hasta para la tragedia. 

 

De todo eso se trata la fiesta, sea cual sea la creencia o el pretexto; porque, si no fuera así, todos los tiempos serían iguales, la vida sería plana, como plano es el mundo que muchos quieren seguir viendo, a sabiendas de su minúscula redondez, en la inmensidad del universo que, aunque poderoso e infinito, sigue sin respondernos las preguntas esenciales, sin resolver los misterios del origen y el desenlace de la existencia, y por ello preferimos dar la espalda, mirar hacia otro lado, y refugiarnos en la fantasía, que algunos llaman religión, que en suma y a la larga hace por nosotros, por nuestro espíritu, mucho más que la ciencia. 

 

Me llama una amiga, a preguntarme cómo va la “fiesta de las velitas”; yo le respondo extrañado y revecero, ¡cuál fiesta de las velitas!, querrá usted decir de la Virgen, al tiempo que mi interlocutora dice ¡ah sí!, -no lo sabía. 

 

Sobre la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, o la Purísima Concepción, Wikipedia dice: “es un dogma de la Iglesia católica decretado en 1854 que sostiene que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción por los méritos de su hijo Jesucristo, recogiendo de esta manera el sentir de dos mil años de tradición cristiana al respecto. Se celebra el 8 de diciembre, nueve meses antes de la celebración de la Natividad de la Virgen el 8 de septiembre”.  

 

La verdad, yo tampoco tenía ni idea; conocía el motivo de la fiesta, porque está señalado en el calendario, pero jamás, en mis casi 50 años, había entronizado ni reflexionado sobre su significado, y creo que a la mayor parte de mis paisanos les pasa lo mismo.  

 

Cuando era niño, en Mejía Robledo y luego por las calles recién pavimentadas del barrio Cuba, el 7 y el 8 de diciembre era sinónimo de parranda, de música tropical, y del ir y venir de las copas de aguardiente, teniendo como fondo los estallidos y el humo de la pólvora.  También recuerdo que casi no había ambulancias y en esas fechas era muy frecuente escuchar los pitos de los taxis, transitando raudos, hacia las urgencias del hospital San Jorge, que se abarrotaban de heridos y de quemados. 

 

Esta semana encendí 12 velas; yo dije que eran para la Virgen, pero en realidad eran para mi celebración, más tranquila, en familia.  Aunque los quemados fueron menos y en los alrededores de mi casa la pólvora no dejó de sonar, mis hijos tendrán una versión menos emocionante pero más civilizada de la fiesta. 


Una alcaldía sin excusas


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Normalmente soy malo para las fechas, pero creo que difícilmente se me podrá olvidar que el 6 de marzo de 2020 reportaron en Colombia el primer caso de Covid-19; de ahí en adelante la sucesión de hechos fue vertiginosa, a la semana siguiente ya se habían suspendido clases, se estaba escaseando el papel higiénico y luego quedamos confinados, después de un simulacro de aislamiento. 

 

El alcalde Maya ya había anunciado lo que serían sus iniciativas  para los primeros 100 días al frente de los destinos de Pereira, que al final del año resultaron siendo 100 logros, según la sustentación hecha el pasado lunes en Expofuturo, de los cuales me llamó la atención que ninguno de ellos lleva un asterisco aludiendo al coronavirus, ni una sola glosa sobre la emergencia sanitaria, lo que deja la sensación de que estamos ante un mandatario serio y que el Gobierno de la Ciudad, no solamente salió adelante en la crisis imprevista sino que además se negó a renunciar a los compromisos fijados antes de la pandemia. 

 

Si no es por las referencias a la ampliación de camas para la atención hospitalaria, la gestión de ventiladores, el otorgamiento de beneficios tributarios, el no cobro de servicios públicos en los estratos bajos y la flexibilización de los horarios de los establecimientos de comercio, con el informe del alcalde podría uno despistarse y olvidarse de que llevamos 8 meses padeciendo los efectos de un virus que ha sometido al planeta a la peor debacle sanitaria y económica de que se tenga noticia en la historia reciente y que, en el caso de Risaralda, ya ha cobrado la vida de más de 550 personas, la mayor parte de ellas en Pereira, además de la consecuente erosión del empleo y la productividad. 

 

La única diapositiva del informe con la palabra emergencia, es la que refiere a los deslizamientos en el Portal de la Villa, por efectos del invierno, que obligó a la evacuación y demolición de más de 300 viviendas, para lo cual el gobierno central hizo anuncios de importantes recursos que, aunque no llegaron, ello no menguó el compromiso de la administración local para recuperar la zona y apoyar a la comunidad afectada. 

 

En manos de otro gobernante quizás hubiéramos asistido no a una rendición de cuentas sino a la lectura de un rosario de lamentos y excusas de lo que pudo haber sido y no fue; no sucedió así, y ahí están el papel y el PowerPoint, que aunque pueden con todo, en esta ocasión corroboran con hechos que tenemos un alcalde ejecutivo, que en los momentos más difíciles y desafiantes no se cruza de brazos e incluso rema contra la corriente y da ejemplo al país de la determinación y el valor que se deben tener para reactivar la ciudad bajo una clara amenaza, con las responsabilidades que ello implica. 

 

A mi colega Luis García Quiroga, a quien el alcalde se esmera tanto en contestarle, porque le da zanahoria, pero también garrote, le digo que la que algunos peyorativamente llaman la “huevorieta” de Corales, puede que no sea la súper estructura que nos merecemos pero que hoy no hay forma de financiar, ha trasformado el entorno y ha mejorado la movilidad del sector; pues, si hoy en esa intersección se forma un trancón, no hay que olvidar que en el pasado se formaban cuatro. 


Vivir, no sabemos más


  

 

Por James Cifuentes Maldonado  

  

 

Siempre hemos sabido que la humanidad es en esencia vulnerable, que la vida es frágil, pero con el Covid-19, nos sentimos, además de débiles, impotentes; al día de hoy no se sabe a ciencia cierta la lógica del virus, solo sabemos que le puede dar a cualquiera y que la reacción en cada quién es imprevisible; puede ser mínima o extrema, puede ser que uno resulte asintomático o puede ser que nos mande a la UCI y que nos terminemos muriendo, sin saber por qué.  

 

No sabemos esto cuánto va a durar, o si es que, en realidad, este coronavirus, que llegamos a creer era otra de esas gripas de nombre raro, se volverá endémico, nunca se irá, y cada vez más tendremos que acostumbrarnos a escuchar de cuando en cuando y en círculos más cercanos, que fulano, que zutano, que un conocido, que un amigo de un amigo, que un amigo entrañable y finalmente, que un pariente se murió, que la misa y el velorio serán por zoom.   

 

No importa que el virus ande por ahí enfermando y matando gente por millares, ni que los noticieros nos atiborren de estadísticas que ya no nos dicen nada, lo que importa es que hasta el momento el muerto o el entubado no es de los nuestros; pero, cuando la víctima es el vecino con el que tomábamos cerveza, cuando el muerto es el hermano deportista o la abuela que pintaba para llegar a los 100, porque no le dolía nada; cuando el muerto es el joven que rondaba los 30 y apenas empezaba a hacer familia, ahí la cosa cambia, ahí nos convencemos que los siguientes podemos ser nosotros, y ahí es cuando la vida cobra un nuevo significado, y esas frases de cajón “la vida es una”, “la vida es corta”, “no todo es plata”, “la felicidad es otra cosa”, dejan de ser meros clichés y se vuelven advertencias de que esto no es cuento, y que, en una o dos semanas, podríamos ya no estar.  

 

Aunque las dimensiones del Covid-19 sigan siendo discutidas y anden por ahí personas como si nada, sin tapabocas, porque la pandemia no existe y todo es una conspiración china y haya otros que no se lo quitan ni para dormir, lo cierto es que frente a esa enfermedad vamos perdiendo, y vamos perdiendo por una sola razón: porque no podemos contenerla ni controlarla sin limitarnos y sin dejar de vivir un poco.  

 

Vivir o no vivir, he ahí la cuestión; y qué es vivir; depende de donde se mire; si se mira desde el lado del gobierno y de la economía, vivir es trabajar, producir, consumir; vivir es compartir; vivir es comer, beber, comprar, bailar, besar, correr, saltar, ir en bicicleta; vivir es tomar vino o café, o simplemente jugar parqués. Y si le preguntamos a la gente, al transeúnte, al tendero, a los muchachos de la esquina, a las familias, a los amigos e incluso a los solitarios, nos dirán que vivir es exactamente lo mismo, y por eso los negocios, las tiendas, los parques, los restaurantes, las cafeterías, los billares, los moteles, los bares y quizás las discotecas, tienen que estar abiertos, porque no podemos solamente sobrevivir, porque esa es una forma de morir.   

 

El alcalde de Pereira Carlos Maya, y hasta el presidente Duque, han hecho lo que han tenido que hacer, apretando y aflojando el puño cuando ha sido necesario, así la ciudadanía no se los reconozca, porque la ciudadanía no sabe o no quiere entender, solo sabe vivir. 


Renuncio - No voy más con la Revista Semana

Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Creo en la responsabilidad de quienes tienen la oportunidad de escribir en un medio, para expresar sus puntos de vista y a la vez ayudar a formar las opiniones de otros, con todo lo que ello implica, si lo que se escribe no es debidamente ponderado o, peor aún, cuando ni siquiera es verdad o se trata de mero proselitismo, la promoción de intereses propios o de terceros, disfrazados de opinión. 

 

Los editorialistas o quienes arreglamos el país en una tertulia, requerimos un contexto informativo o unas fuentes que nos lleven a reunir los elementos o los conceptos necesarios para construir o consolidar un texto. Así, entre los medios y los suscriptores, entre quienes escriben y los lectores, se establece una relación no solo de utilidad sino además de confianza. Elegir qué leer es tan importante como elegir qué comer; si comemos balanceado, los resultados de una u otra forma se van a notar; si leemos sólo basura muy seguramente hablaremos basura, al igual que si sólo comemos chatarra nuestro cuerpo terminará convertido en eso.  

 

Durante más de 10 años fui suscriptor y lector de la Revista Semana y como no soy muy recorrido ni cosmopolita y todavía tengo batatilla en las orejas, admito que en gran medida mi visión en lo político, en lo económico, en lo social y en las diferentes perspectivas del acontecer de Colombia y del mundo, partía de lo que encontraba cada 8 días en esa publicación, la cual, por alguna extraña manía, leía siempre de adelante hacia atrás.  

 

Cada domingo comenzaba mi ritual con Daniel Samper Ospina, con toda su gracia y su irreverencia, para fascinarme luego con el conocimiento histórico y la agudeza de Antonio Caballero, pasando por la capacidad de retratar el país en un solo trazo de Vladdo. Luego de la sección de Tecnología, Mundo Moderno y otras variedades me deleitaba con la claridad de Alfonso Cuéllar, para, después de leer los reportajes especiales y de sumergirme en las cloacas de la corrupción, denunciadas por María Jimena Duzán y Daniel Coronell, terminar fisgoneando en los confidenciales.  

 

Obviamente y aunque me costara y a veces me revolcara el estómago, también leía a Salud Hernández, en su momento a José Manuel Acevedo y más recientemente a Vicky Dávila, y los seguiré leyendo, por supuesto, porque ahí radica la riqueza de este ejercicio, conocer todas las versiones, por extremas, incomprensibles o parcializadas que nos lleguen a parecer. La cuestión es que, con el revolcón en SEMANA ya no se justifica seguir pagando para leer solamente a columnistas como esos. 

 

Pretendiendo ser objetivos, pero sin lograrlo, porque se les notó la solidaridad de gremio, Camila Zuluaga y su equipo de Blu Radio, intentaron poner contra las cuerdas a Gabriel Gilinski, nuevo propietario de Publicaciones SEMANA, cuestionándolo por el cambio de línea editorial y las decisiones administrativas que llevaron a la desbandada  de los columnistas más antiguos y que más aportaron a la impronta y al prestigio de la revista; sin embargo, el inversionista no se arrugó y de una manera contundente defendió la realidad de los medios en la nueva era tecnológica, vaticinando la desaparición del papel impreso y la disrupción de lo digital, no solamente para informar, sino para hacer crecer el negocio. 

 

Así, sin ser más que un simple suscriptor, también renuncio.