miércoles, 28 de octubre de 2020

Miscelánea - Lo que dijo el Papa, que dijeron que no dijo

Por James Cifuentes Maldonado

Un día de la semana pasada me puse los audífonos, me monté en la bicicleta y me fui a hacer una ruta corta; sintonicé La W Radio y mientras pedaleaba por la variante Condina escuchaba a Juan Pablo Calvás que, a propósito de las declaraciones rendidas por el Papa Francisco, en relación con los homosexuales, en el documental “Francesco” del cineasta ruso Evgeny Afineevsky, trató, infructuosamente, de obtener una señal de apertura en varios dirigentes y autoridades de la iglesia católica colombiana que fueron entrevistados, luego que se conociera toda una perestroika de labios del máximo jerarca del Vaticano, que irónicamente fue desautorizada por sus mandos medios.

Los periodistas reprodujeron una y otra vez los audios correspondientes a lo que dijo el Papa: “Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia, son hijos de Dios, tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie ni hacerle la vida imposible por eso" “Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil, tienen derecho a estar cubiertos legalmente".

A pesar de la claridad y la contundencia literal de las declaraciones, un abogado, un obispo y un par de expertos en temas canónicos se cerraron a la banda asegurando que Francisco había sido mal interpretado, que él no dijo lo que dijo, que lo sacaron de contexto.

Según los doctores de la santa iglesia, lo que Francisco dijo en pleno siglo XXI, como noticia del siglo XVIII, es que los homosexuales tienen derecho a ser tratados con consideración y a que no sean excluidos de sus familias, pero que de ningún modo el Papa quiso decir que tengan derecho a formar una familia bajo los ojos de Dios; que ni por el chiras el Papa quiso plantear un escenario para el matrimonio igualitario. Y aunque encuentro lógica dicha réplica, como parte de la confesión y la dogmática cristiana, me parece infortunada porque, aunque algo falta, con los nuevos modelos de educación, más mesurados en el adoctrinamiento religioso, las familias colombianas han progresado en apreciar la homosexualidad como una condición humana y no como una patología psiquiátrica para tratar con choques eléctricos.

Tampoco dijo el Papa, explicaron los doctores, que se haya dado alguna exhortación para que los gobiernos generen condiciones civiles para los homosexuales; fueron más allá y se atrevieron a comparar la unión entre personas del mismo sexo como un simple negocio, como si se tratara de cualquier sociedad mercantil, desconociendo radicalmente que entre dos gais o dos lesbianas pueda florecer el amor como en cualquier pareja heterosexual y no solamente el deseo de prosperar económicamente; una barbaridad.

No sé en que quedó Juan Pablo Calvás con sus invitados, pero escuché lo suficiente para sentirme muy triste, ya que, mientras el pastor del rebaño más grande del mundo lucha por actualizar las posiciones caducas de la iglesia católica, con verdaderos bálsamos ideológicos que refrescan la mente y el alma, los gerentes de mercadeo de la fe insisten en pensar como en el siglo pasado.

Se pregunta uno, si el santo Papa como líder espiritual está en el lugar correcto o, en el caso de Jorge Bergoglio, es apenas una imagen, un símbolo, una ficha de ajedrez, un excelente ser humano preso en su sotana, en la cárcel de su inteligencia y de su grandeza.

jueves, 22 de octubre de 2020

Miscelánea - Lo que pasó, pasó.


 

Por James Cifuentes Maldonado 

 

Hace poco, en un programa radial, hablaban con Juanes, de su trayectoria como cantante y le preguntaban algo así como ­­qué cosa haría diferente, si fuera posible regresar el tiempo; no recuerdo lo que contestó el artista, pero lo que sí les puedo decir, desde mi propia perspectiva es que se trata de una pregunta inútil, que parte de un supuesto imposible y por tanto no conduce a ninguna parte, una pregunta, en este sentido, con una respuesta inocua, porque los hechos del pasado no se pueden juzgar ni reconsiderar con las realidades del presente; una pregunta en un contexto hipotético que difícilmente podrá tener una contestación genuina sino tan sólo especulativa, de esas que se dan solamente para quedar bien o políticamente correctos, ya que la mayor parte de las veces los entrevistados dirán que no cambiarían nada, que harían todo igual. 

Por ejemplo, así nada más de ociosos, un día con unos amigos jugamos al túnel del tiempo y nos visualizamos en el momento justo antes de procrear a nuestros hijos; era un ejercicio en retrospectiva pero la idea era hacerlo con la conciencia y la información presentes, para preguntarnos si nuevamente decidiríamos ser papás.  La primera reacción de todos fue obvia: ¡cómo se le ocurre!, Claro que volvería a ser papá. Sin embargo, yendo más allá en el ejercicio y tratando de sincerar mucho más nuestras ideas, sin la emotividad de los sentimientos, haciendo la sustracción momentánea del apego a lo que ya construimos, que incluye a esos hijos que ya tenemos, nos sorprendimos al concluir que los seres humanos de antes éramos más instintivos, más heroicos y por eso nunca pusimos en duda nuestro destino de ser papás, y lo fuimos. 

Pero, qué tal que no, qué tal que hace 20 o 30 años hubiéramos siquiera imaginado como se están criando y como se comportan las nuevas generaciones, es decir nuestros hijos, cuyos proyectos se concentran en estudiar, competir, viajar, conocer, sentir, disfrutar, prosperar, ser exitosos y vivir sólo para ellos mismos, sin anclas, sin ataduras. 

Como reza el dicho, cada día trae su afán, en cada etapa de la vida cada ser humano tiene sus prioridades según sea su formación, sus recursos, su entorno y su energía, y cada experiencia, con aciertos y desaciertos, con éxitos y fracasos, va forjando su carácter de tal manera que cada momento tiene su propia impronta, su propio contexto y no es susceptible de analizar posteriormente de manera aislada, bajo la falsa premisa de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que fue correcto o no, porque precisamente cada acontecimiento de nuestras vidas es la confluencia o el desenlace de otros hechos propios o ajenos, voluntarios o involuntarios o incluso de meras coincidencias o de un accidente. 

Si la pregunta me la hicieran a mí, con seguridad diría que no, que no haría nada diferente, pero no porque no quisiera, sino porque no tiene sentido responder de otra forma, porque no tiene caso ser profeta mirando hacia el pasado; diría que todos y cada uno de mis actos y mis ejecutorias fueron lo que fueron porque algo las motivó, un deseo, un sueño, un impulso, una preparación o incluso un error o una omisión, y por tanto no dejarán de ser ni tiene caso especular sobre si pudieron haber sido iguales, mejores o peores, o si nosotros pudiéramos haber actuado distinto.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Miscelánea - En el lugar equivocado

Por James Cifuentes Maldonado 

 

José Antonio Duarte Leiva, un colombiano más para la mayoría, pero muy reconocido en su comunidad y más querido y apreciado aun en el seno de su familia, de donde un camionero lo arrancó el pasado viernes, segando su vida al impactarlo violentamente y lanzarlo por la baranda de un puente en inmediaciones de Bogotá. No suelo ver publicaciones y menos videos sobre los que me avisan que el contenido es fuerte, sin embargo, por tratarse de un ciclista, por la identificación que tengo con todos los que usan la bicicleta, para trabajar, por deporte o transportarse, esta vez me atreví a dar clic. 

El video fue colgado en redes sociales y no lo vi una vez, sino que lo repetí muchas veces, porque quería entender lo que había pasado en esa impresionante escena, cuando, al parecer, el conductor de un vehículo de carga no advierte que adelante, contra la baranda del paso elevado, transitaba José Antonio, quien fue golpeado por un costado para ir a parar contra el pavimento 4 y medio metros abajo del puente. 

Le he dado el beneficio de la duda al conductor del camión, asumiendo que, increíblemente, no se percató del ciclista; porque que en este hecho hay un elemento diferente a la generalidad de accidentes de este tipo, ya que la víctima no se desplazaba por la derecha de la vía que es lo reglamentario sino por uno de los carriles de la izquierda que normalmente son utilizados para adelantar; para decirlo con claridad, José Antonio estaba en el lugar equivocado, tanto por su fatal ubicación como por el descuido del camionero que tenía que haberlo visto. 

El camionero tendrá una razón para discutir en su defensa, la imprudencia de la víctima, que convierte la acción en un homicidio culposo, pero de lo que no se salvará y por lo que ya está condenado por la sociedad y ojalá por un juez, es por su indolencia, porque a pesar de la notoriedad de lo que pasó, por lo menos por lo estruendoso que debió ser el golpe, huyó del lugar, lo cual fue un acto perfectamente consciente y por lo tanto doloso, ya que no solamente aceleró, sino que además cambió de carril para disimular y mentirse a sí mismo sobre lo sucedido, sin tener en cuenta que una cámara lo estaba captando. 

Y sí, a pesar de la incorrecta ubicación del ciclista, el conductor será culpable por el mero hecho de haber sacado su furgón ese día y manejar por donde lo hizo y como lo hizo, porque, conducir un vehículo por la vía pública es per se y por definición jurídica una actividad peligrosa, así no lo tengamos muy presente, porque diariamente salimos de casa y regresamos en nuestro vehículo sin tener percances y sobre todo sin lesionar a nadie. 

La realidad es que cada uno de los que andamos en moto o en carro por las calles y carreteras, aún con toda la pericia, somos potenciales causantes de una tragedia o posibles víctimas de ella, por la más mínima distracción propia o ajena. Para matar a alguien o dejarlo cuadripléjico sólo se necesita un segundo de desconcentración, mirando a un lado o intentando contestar una llamada celular.  

Paz en la tumba de José Antonio, que iba por la izquierda, pero también en la de los miles de ciclistas y peatones que, aun yendo por la derecha, fueron ignorados y murieron por la arrogancia y la intolerancia de uno de esos gamines con licencia, que van por ahí sin dios y sin ley.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Miscelánea - Un lugar peligroso

  

Por James Cifuentes Maldonado

 

El mundo está lleno de lugares que, desde muchas perspectivas, pueden catalogarse como malos o peligrosos. No importando el tamaño del territorio, hay zonas, especialmente urbanas, que la generalidad de las personas no frecuenta o incluso son impenetrables para la fuerza pública. Pero no por eso esas zonas dejan de existir o dejan de contar para la sociedad en su conjunto, para las instituciones y para las autoridades; allí están, que no vayamos por uno u otro motivo es diferente, pero nos pertenecen, para bien y para mal, son una parte de nosotros, aunque vivamos de espalda a ellas.

En los últimos 20 o 30 años, los cambios más profundos en nuestras sociedades los han traído las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, pero no me detendré en ello, porque es decir más de lo mismo, ya ha sido mucha la tinta que ha corrido sobre los efectos de la televisión, la internet, las redes sociales y las comunicaciones instantáneas, que nos tienen hoy por hoy como zombies atados a unos dispositivos cada vez más pequeños e inversamente cada vez más poderosos en sus contenidos y en sus alcances.

En materia de prestaciones y de conectividad hay muy pocas cosas que no se puedan hacer con un smartphone, con las aplicaciones correctas y un buen plan de datos, desde trabajar en casa, controlar una fábrica a distancia, enseñar, con los estudiantes en un continente y el profesor en otro, entretenerse al más alto nivel jugando en línea o simplemente matando el tiempo en Instagram o haciendo monerías en Tik Tok, con el agravante o atenuante, no sé cuál expresión es la correcta, de que el mundo evoluciona y se acomoda a las nuevas formas de vida que la tecnología nos proporciona, y ni qué decir de la naturaleza que se confabula para que ello sea así, y me refiero a la pandemia que vino a encerrarnos físicamente para que abriéramos la mente, dándonos el empujón definitivo para entender que hay formas nuevas de hacer las cosas con menos recursos y sin distancias.

En síntesis, a lo que quiero llegar es que en ningún momento de la historia los avances han podido detenerse, la modernidad jamás ha tenido reversa; por más que los nuevos inventos, los adelantos, los nuevos usos y todos los fenómenos disruptivos en principio generen alguna resistencia o impacto negativo, ello será así mientras la sociedad los asimila y se adapta a través de las nuevas generaciones, que tienen la responsabilidad de seguir construyendo el mundo a partir de esos avances.

La tecnología, con todas sus posibilidades, pero especialmente con la virtualidad, ha llegado para quedarse, redefiniendo el modo de hacer las cosas pero muy especialmente de entender los espacios en los que la gente interactúa y en esta realidad inobjetable e imparable, las redes sociales constituyen un nuevo lugar, en el cual podemos estar o no estar, según nos parezca, de la misma forma en que decidimos si pasamos o no por determinada calle, parque o barrio de una ciudad.

Por estos días, los creadores de las redes sociales, haciendo catarsis, con algo de cargo de conciencia, han venido recomendando que nos desconectemos, que su invento es malo, que no sirve para lo que ellos lo imaginaron, pero es inútil, las redes ya están ahí, nada hará que desaparezcan, pero cada individuo si deberá pensar si entra o no entra.