miércoles, 26 de agosto de 2020

Miscelánea la "nueva normalidad"

                                                       

Por James Cifuentes Maldonado

 

Mirando en retrospectiva la pandemia, con todo lo sucedido en el mundo, en el país y a nivel local, con todo el tiempo transcurrido, en nuestro caso ya prácticamente 6 meses, primero de aislamiento y luego de anormalidad con 43 excepciones, me sigue impresionando que a pesar de tanta agua pasada bajo el molino de las noticias, tantas personas contagiadas, tantas vidas perdidas, tantos estudios, tantas opiniones especializadas y la sobredosis de datos y estadísticas, en el fondo seguimos sin saber nada y con las manos atadas frente al COVID-19.

Algunos dirán  que hemos avanzado, que nos hemos defendido, hemos aguantado con el sistema de salud y hemos salvado vidas,  y estamos a punto de lograr la vacuna, y yo les contestaré que sigue faltando mucho, que la incertidumbre es la misma, y que esos resultados son circunstanciales, que se han dado en la marcha, improvisando, ensayando y errando para procurar los menores daños, y que todo lo bueno que se puede rescatar obedece a dos factores: de un lado el compromiso y la disciplina de la mayoría de los ciudadanos que hemos sabido aguantar y adaptarnos a la nueva realidad y a las restricciones, y de otro lado la audacia de las autoridades que se han atrevido a abrir la tenaza, con medidas de flexibilidad, arriesgadas pero necesarias, para que la economía no colapse, para que no muramos de hambre en nuestras casas.

En este sentido, hago un reconocimiento al manejo que ha tenido la emergencia sanitaria en Pereira, de la mano de la administración municipal, con el concurso de cientos de funcionarios y colaboradores, la mayoría silenciosos y anónimos, que con su gestión y acompañamiento han logrado que solventemos la crisis, haciéndonos sentir por ratos que en Pereira no hay aislamiento. Merece comentario especial la seriedad, el temple y la determinación del alcalde Carlos Maya que ha sabido mantener la ciudad a flote con la combinación precisa de control  y de apertura, con toda la responsabilidad que ello ha implicado.

Desde el comienzo de la pandemia el alcalde Maya picó en punta y asumió el liderazgo para exigir del gobierno nacional las medidas duras y de choque que se necesitaban en su momento, para contener el virus con el confinamiento que aplicamos entre marzo y abril, pero al mismo tiempo tuvo el criterio y el acierto de ir leyendo la situación día a día, para entender que, ante la imposibilidad de erradicar el virus y la inviabilidad de estar parados indefinidamente, era necesario actuar para asegurar la subsistencia de la ciudadanía, desde la perspectiva de la salud física y mental pero también desde la perspectiva económica.

La administración entendió que debía prestar la asistencia social con ayudas en los momentos más difíciles,  que debía levantar el pico y placa, que no podía abusar del pico y cédula ni del toque de queda, que debía prestar todas las garantías para que la gente se movilizara para trabajar pero también para hacer ejercicio, que debía reaccionar ágilmente para habilitar los establecimientos de comercio con el registro de los protocolos, y todo ello, en suma, hace que yo perciba que a partir del próximo 1° de septiembre el país entero va a vivir unas condiciones de una nueva normalidad que en Pereira venimos gozando hace ya varios meses.

Yo soy de la idea que ya estamos demasiado abiertos, por lo menos en Pereira; basta con salir a la calle y ver o recorrer la región un fin de semana. Las nuevas medidas nacionales, para el caso nuestro, no impactan. Los resultados actuales como los tenemos en Pereira, de contagiados, fallecidos y recuperados, no son catastróficos y aún con el folclorismo  que nos caracteriza, son producto principalmente del distanciamiento social y la asepsia que corresponden a esfuerzos individuales.

Es claro que la “nueva normalidad” no significa que podamos hacer fiestas o reuniones familiares que impliquen aglomeraciones, nos tenemos que cuidar afuera y aun en casa. Jamás salir sin tapabocas, no tocarnos los ojos ni la nariz y lavarnos las manos constantemente. Soy del pensar que la vida y la economía deben seguir, con sus cuidados y sus riesgos, con responsabilidad y en esto cada uno responde por sí mismo.  Eso es lo que hay, eso es lo que toca.



miércoles, 19 de agosto de 2020

Miscelánea - Nos quieren volver a enfrentar

 

Por James Cifuentes Maldonado

Conociendo los orígenes liberales y la mente abierta de Eduardo Cardona Mora, no puedo menos que sentir desaliento al ver cómo alguien tan brillante insiste en hacer maromas para congraciarse y graduarse de uribista. No entiendo cómo un partido como el Centro Democrático, en el poder, ya no en la oposición, sigue con ese discurso fatal de crisis y de hecatombe para mantener capturado el estado de opinión, so pretexto del fantasma del Castro-chavismo, manido tema sobre el cual recientemente el exconcejal escribió una columna insólita e infortunada que tituló “Bienvenidos al Prechavismo”.

Pretenden seguir con el cuento de que las Farc, con 60 mil votos y unas curules prestadas, tienen un poder y una penetración que francamente son de ficción, porque además de ser torpes en sus planteamientos, como en la negación del reclutamiento de menores,  está demostrado que Colombia no los quiere; Las Farc y el Castro-chavismo son amenazas refritas y traídas de los cabellos para ponernos a botar corriente, para agitar los ánimos y distraernos de lo verdaderamente importante, y no me refiero al proceso judicial de Uribe, sino a la espiral de violencia que se ha reactivado en los dos últimos años y que el Gobierno insiste en minimizar calificándolas como meras hipótesis sobre ajustes de cuentas entre bandidos.

En Colombia siempre ha imperado un Establecimiento que ha combatido con mayor o menor intensidad a los revoltosos, Uribe tuvo los mayores éxitos y ganó toda su popularidad por su mano dura, y eso como política en su momento estuvo bien, pero los males de la Colombia profunda ya no se limitan a los guerrilleros, y aunque eso siga siendo un problema latente con el ELN y siga siendo útil para construir narrativas que generan votos, el tema de fondo es la corrupción, es la injusticia, es el abandono de los territorios, es la inequidad social, es la indolencia frente al sacrificio de los más débiles. Esa realidad de 210 años de democracia aparente, de violencias cíclicas y de atraso, no se la debemos a Cuba o Venezuela, salvo que asumamos que la trajo Bolívar; todo eso es nuestro y es lo que no hemos sido capaces de cambiar, porque hay un sector del país empeñado en que siga siendo así.

Hoy nos quieren volver a enfrentar a medio país con la otra mitad, sobre un embrollo que se resume en la metida de pata de un señor que, para demostrar su inocencia y trasladar las acusaciones a sus antagonistas, por un presunto soborno a testigos, quizás equivocó el camino; asunto que sólo admite argumentos legales y no pasionales, siendo infame que muchos pretendan patentar el exabrupto de que cualquier juicio que se le haga a Uribe necesariamente tiene que ser político y no jurídico.

Uribe, para todos sus seguidores podrá ser muy honorable, eso no se discute, porque ello depende de una escala ética y subjetiva que es respetable; el problema es determinar si el expresidente es responsable o no de lo que se le sindica y eso corresponde solo al ámbito jurídico y no al de las meras opiniones. Porque, si así fuera, en este país siempre se impondrá la verdad de quien sea más eficiente para manipular los medios y del que sea capaz de gritar más fuerte. Si así fuera, la democracia en Colombia sería un remedo, reducida al que sea más efectivo copando y troleando las redes sociales.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Miscelánea - Los deportistas de la pandemia

 

Por James Cifuentes Maldonado

 

Cuando a finales de abril, en el decreto nacional que actualizó las instrucciones para el aislamiento se incluyó una excepción para “fabricación, reparación, mantenimiento y compraventa de repuestos y accesorios de bicicletas convencionales y eléctricas”, tal y como hoy está  fijada en el decreto 1076 del 28 de julio, quienes hacemos el seguimiento de la norma pensamos que la medida obedecía fundamentalmente a generar alternativas de movilidad, especialmente para los trabajadores y de paso obtener una ganancia ambiental y ecológica.

La realidad superó las previsiones de la que en principio consideré era una medida más, sin mayor impacto. Si hoy nos damos una vuelta por las carreteras intermunicipales y las rutas y caminos rurales, encontramos una escena que jamás vimos ni en los mejores momentos del ciclismo, desde cuando se puso de moda, por las gestas de nuestros escarabajos; verdaderos enjambres de pedalistas en todas las variedades y presentaciones, ocupando el ancho de la calzada hasta llegar a convertirse en aglomeraciones y focos de riesgo sanitario, como los que se generan los fines de semanas en la vía al corregimiento de la Florida.

En la Florida, territorio de mayor vocación turística del municipio, hay sentimientos encontrados por parte de las autoridades y la comunidad, puesto que la afluencia de gente le viene bien a la reactivación económica, por el movimiento de los establecimientos de comercio, principalmente de comida, sin embargo no son indiferentes al compromiso que ello significa para la salud pública no solo de los lugareños sino de todos los visitantes que un solo día han llegado a contarse en más de 3000.

Cuando el confinamiento más severo pasó y se flexibilizó la práctica deportiva en espacios abiertos, yo pensé que habrían de volcarse a practicar ejercicio los que de manera regular lo han hecho en las vías activas; pero no, lo que observamos es una verdadera toma de la ciudad en la que de un momento a otro todos nos volvimos deportistas, exploradores del campo y fanáticos de la vida sana, donde es obvio concluir que ese inusitado espíritu deportivo no es más que la forma de escape que se nos hizo propicia sin violar la ley, ya que solo bastan un par de tenis y una cachucha o bajar la bicicleta que llevaba años colgada en el patio, para recobrar la libertad.

Lo delicado es que muchos no se han tomado el tema con seriedad y prácticamente se han lanzado a las calles a correr y pedalear sin contar con los más mínimos cuidados, lo que ha incrementado la ocurrencia de accidentes y quebrantos de salud, incluso fatales. A raíz del masivo uso de la bicicleta  en la pandemia, las autoridades nacionales han revelado el repunte de la accidentalidad con una variación del 31% de enero a julio de 2020, respecto del mismo periodo en el año anterior, con un total de 246 ciclistas muertos, lo que es un claro llamado a cuidarnos del virus de la Covid-19, pero también del virus de la imprudencia.

No basta con saber montar bicicleta, hay que tener un mínimo de pericia y técnica para capotear los distintos terrenos y los vehículos en la vía; no es lo mismo darse una vuelta por la manzana que subir la variante Condina o bajar a la Virginia; si no se es precavido se pueden tener percances y hasta morir en el intento…  pensémoslo.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Miscelánea - El Expresidente que nunca fue


Por James Cifuentes Maldonado  


Omar Rincón, reconocido crítico de televisión, a mi juicio, ha sido el único en este país que ha dicho algo razonable en relación con Álvaro Uribe y la permanente polarización que genera el expresidente. Según Rincón, el problema es que no ha sido posible que alguno de los numerosos procesos judiciales abiertos a este personaje avance y llegue a término, para que se establezca una verdad oficial; siempre, por algún motivo, los expedientes de Uribe se enredan, se dilatan y no llegan a ninguna parte.

Todo lo que se podía decir de Uribe ya se dijo y ejercicios de documentación tan audaces y desafiantes como la serie Matarife, ciertamente no aportan nada nuevo a la discusión, porque recaban en lo que ya se ha ventilado públicamente, pero que es inocuo porque no lo ha declarado un juez, haciendo que caigamos en el escenario que más le ha convenido al expresidente, el de la mera confrontación verbal, agitando, confundiendo y aprovechando el estado de opinión, a través de acusaciones y contraacusaciones, sin que jamás se llegue a la discusión de lo que en verdad importa: los hechos.

Ni Uribe ni su partido se han pronunciado concretamente sobre lo qué pasó o no pasó con la Seguridad Democrática, para descartar que las masacres y genocidios que se le achacan a dicha política tuvieron conexión con su gobierno. Uribe jamás le ha plantado cara a los colombianos de una manera genuina para defender sus actuaciones como director de la Aeronáutica Civil, ni ha tratado de desvirtuar sus supuestos vínculos con el cartel de Medellín, como tampoco ha fijado su posición sobre los falsos positivos ni los excesos ya probados por la justicia en el caso de varios militares de altísimo rango, algunos de los cuales se acogieron a la JEP y han hecho serias revelaciones sobre la realidad de la guerra sucia que involucró y sacrificó a civiles inocentes con tal de mostrar resultados.

Desde hace 10 años Uribe ha dicho de todo y en todos los tonos, pero nunca se ha referido a lo sucedido; en su lugar frente a cada denuncia siempre se ha mostrado reactivo defendiendo su honor. Y a propósito de dignidades, escuché al presidente Iván Duque dando declaraciones en las que justamente ponía de presente la integridad de su mentor, sobre la base de los resultados que mostró en el combate contra la insurgencia e incluso contra el paramilitarismo, pero la reflexión que aquí surge es que la honorabilidad no se atribuye solamente por los resultados sino que también se gana por las formas y la transparencia de los métodos, de donde se generan todas las sospechas y las zonas grises de la Seguridad Democrática.

Por lo menos algunos ministros se dieron la licencia de decir impertinencias, como que el asesinato de líderes sociales obedece a líos de faldas o que la inseguridad en ciertas regiones se limita al robo de ropa extendida, pero Uribe, ni eso. ¡Ah!, perdón, haciendo memoria, de unos muchachos que aparecieron muertos, Uribe dijo que seguramente no estarían cogiendo café.

Se ha conocido que el General (r) del Ejército, Henry Torres Escalante, admitió saber en su momento, año 2007, sobre los falsos positivos y haber omitido el deber de investigar, porque le interesaron más los reconocimientos. Se pregunta uno entonces, ¿cómo puede ser que alrededor de Álvaro Uribe hayan gravitado tantas irregularidades, que directa o indirectamente ayudaron a apuntalar su fama y su prestigio, sin que él haya estado al tanto, y sin que ni siquiera le hayan generado la más mínima responsabilidad política, como sucede en muchos países civilizados en los que, por elefantes más pequeños, se caen los ministros y los presidentes?

Hoy, a raíz de la sorpresiva e inédita medida de detención al expresidente Uribe, ordenada por la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, en desarrollo del proceso que se le adelanta por presunto soborno a testigos, sus seguidores dicen que es una injusticia y que es una decisión política, y sus detractores dicen todo lo contrario, porque nadie está por encima de la ley y del Estado de Derecho; democráticamente ambas posiciones, como opiniones, son legítimas, sin embargo la verdad verdadera finalmente la establecerá el Juez y esto es más democrático aún, y es lo único relevante.

Los seguidores de Uribe lo defienden y lo justifican a rabiar, pero mucho me temo que no es porque consideren que no cometió los reprochables actos de los que se le acusa, sino porque en el fondo estiman que, sean ciertos o no, el Expresidente ha actuado en bien de la patria; ¿cómo lo hizo? no importa. Es un fenómeno de ética colectiva, proclive a las salidas de fuerza, que incide en la forma de ser y de pensar de media Colombia, en la cual impera el fatídico principio de que el fin justifica los medios.

En Colombia no termina un escándalo para que empiece otro, y de alguna forma estamos acostumbrados a la corrupción de los servidores públicos y a la impunidad; sin embargo cuando los involucrados son los presidentes, estos, al terminar su período, normalmente se marginan de la política y hasta de la vida pública, en un tiempo sabático, y ese distanciamiento y la majestad que surge sobre la figura de los ya Expresidentes, de alguna manera conllevan como una especie de borrón y olvido y les confieren un estatus que los ubica en un olimpo, más allá del bien y del mal.

Pero Uribe, en su particular estilo, rompió esa tradición, no se salió nunca de la fogonera de la política y se hizo elegir senador, para seguir dando guerra y manejando los hilos de su proyecto, pero al mismo tiempo seguir bajo el escrutinio de la opinión pública, sobre todo bajo la lupa implacable de sus contradictores. Desde todo punto de vista, puede decirse que eso era innecesario y significaba un retroceso. Uribe ha debido ser más inteligente, reivindicarse con su familia y mantenerse más a la sombra, manejar su causa desde sus cuarteles de invierno y no exponerse tanto.

Si Uribe se hubiera dado su lugar de Expresidente y estadista, respetable para siempre, se hubiera evitado tanta pugnacidad y tantas investigaciones y sobre todo no se hubiera metido en el galimatías de denunciar al senador Cepeda por falsos testigos con el resultado adverso que ya se conoce.

Uribe erigió una buena obra en su primer cuatrienio, porque hizo lo que ningún presidente había hecho en 50 años, despertar el país del marasmo de un conflicto degradado y sin sentido, pero quiso ir más allá y, luego de acomodar la Constitución para tener un segundo período, siguió creciendo y alcanzó la gran estatura que tiene hoy, exponiéndose a demasiados riesgos y costos para cuidar y perpetuar su obra, los 3 huevitos, la cual está a punto de no tener un final feliz; final feliz que debió haber sido hace 10 años cuando desocupó la Casa de Nariño.