miércoles, 29 de julio de 2020

Miscelánea - Profetas de lo que ya pasó

 

Por James Cifuentes Maldonado 

En el caso de la tragedia del Portal de la Villa, al hacer el seguimiento desde el 11 de junio de 2019 cuando se dio el primer gran deslizamiento, con los 4 muertos a bordo y el cierre de la variante La Romelia El Pollo, la primera conclusión que surge es que un año pasa muy rápido y que las cosas no se dan cuando las autoridades quieren sino cuando se puede. En su momento el municipio declaró el estado de ruina de todas las viviendas de la referida urbanización y de las 49 viviendas afectadas del Barrio Matecaña, ordenándose su inmediata demolición. Viendo el estado de cosas hoy, con un nuevo evento, sobre el que incluso dicen generó un desplazamiento de tierra del doble del año pasado, a nadie le cabe duda en cuanto que las decisiones tomadas por la anterior administración fueron acertadas y oportunas, sin embargo es increíble reconocer que han debido pasar 13 meses y una nueva avalancha para que se pudiera iniciar la demolición como en efecto sucedió el pasado lunes.  

Los motivos, muchos, entre ellos la resistencia que un par de propietarios hicieron a la orden de demolición, a través de la interposición de recursos legales e incluso una acción de tutela que les fuera negada. Todo este trámite se extendió hasta el pasado mes de junio, cuando las dos familias que aun habitaban sendas viviendas de la manzana 11 tenían que haber desocupado. Pero no, fue necesario que la naturaleza se manifestara nuevamente y que las autoridades volvieran a hacer presencia en la zona del siniestro para percatarse de la situación y proceder perentoriamente y sin más dilaciones a la desocupación, en los términos en que lo prevé el artículo 202 del Código Nacional de Seguridad y Convivencia, ejecutada este fin de semana.  

Las familias argumentaron que la aseguradora no les ha cumplido con el pago, que el municipio no dispuso alternativas de reubicación y además que ellas tenían la confianza de que la ubicación actual de sus viviendas no hacía pensar en riesgo alguno. Lo del seguro y la reubicación es discutible, pero es un hecho que desde hace un año la zona ya no era apta para vivir y seguir allá era una irresponsabilidad; sin embargo, son comprensibles la angustia, la impotencia y los sueños rotos que todo este drama ha significado para unos seres humanos a los que, al final, les tocó irse para volver a empezar en otro lado.  

El alcalde de Pereira, Carlos Maya, al preguntársele sobre el nivel de compromiso de la pista del Aeropuerto Matecaña, a raíz del nuevo deslizamiento, afirmó, a manera de alegoría, que cada vez que juega la Selección Colombia todos nos volvemos técnicos de futbol, puntualizando que el aeropuerto no está en riesgo inminente o que no se pueda manejar.  

Entonces, ¿quien tuvo la culpa? … Me temo que nadie; porque hace 70 años, cuando el aeropuerto era una mera visión, nada de lo que ha pasado se avizoraba y todo lo desarrollado, salvo las invasiones, se dio bajo el amparo de la norma que era legítima y que hoy peregrinamente desvirtuamos con el espejo retrovisor. 

Y es verdad, en estos casos a mayor ignorancia nos sentimos más empoderados y con autoridad de cuestionar, sobre todo cuando se pierde el partido; cuando la Selección gana, ganamos todos, pero si los resultados son adversos, los más legos suelen tener la explicación irrefutable del fracaso, el dedo listo para señalar y la lengua afilada para acusar.

Miscelánea - El sinsentido común

                                                                    Foto tomada de CONTRAINFO

 

 

Por James Cifuentes Maldonado

 

 

Si me tocara definir la expresión “sentido común”, sin acudir a Google, diría que es la capacidad que tenemos las personas de entender ciertas cuestiones de manera fácil, sin mayores requerimientos de información o de inteligencia; es la comprensión de algunos temas o la respuesta a ciertas preguntas que por su carácter primario cualquier individuo mínimamente preparado estaría en capacidad de dar, sin necesidad de sofisticados estudios o confusos razonamientos. Sin embargo, esa facultad que por naturaleza y por lógica debería prevalecer no es tan común, o por lo menos no hace parte del vademécum de nuestros dirigentes a la hora de aplicar los remedios a los males que nos aquejan, sin ser capaces de, entre dos flagelos, elegir el menos peor.

 

Entender los efectos de la oferta y la demanda no debería ser tan difícil, siendo de Perogrullo que en un contexto de gran presión y necesidad, a menor disponibilidad de un bien, producto o servicio, mayor será su precio, y viceversa, y eso se entiende de una con ejemplos como el petróleo, el café, el arroz, la leche o, para no ir muy lejos, lo que sucedió con el gel antibacterial y los tapabocas, en los inicios de la pandemia.

 

Llevamos casi medio siglo escuchando y viendo noticias sobre los éxitos y reveses de la estéril guerra contra el narcotráfico, siempre creciente y cada vez con menos sentido, que alguien por allá lejos declaró por nosotros y en la que los colombianos ponemos casi todo, el ingenio emprendedor, el producto y por supuesto la violencia y los muertos, todo, menos la capacidad de autodeterminarnos y acabarla, porque lo más absurdo de este asunto es que quienes en mayor medida impulsan el auge de la industria con el consumo de narcóticos nos imponen esa guerra y hasta nos dan plata para comprar armas, para que no paremos de matarnos, aunque la marihuana y la coca sigan fluyendo a borbotones en la clandestinidad, en beneficio de las estructuras mafiosas, de izquierda y de derecha, cada vez más ricas y más poderosas, contaminando la economía y desmoronando la institucionalidad.

 

Pregunta ¿el combate contra el comercio ilícito de alucinógenos durante más de 40 años ha mostrado resultados que en suma puedan anticipar que algún día el Estado impondrá su ley, que ya nadie los consumirá y que nadie los venderá? Absolutamente NO. Nada hace pensar que eso vaya a suceder.

 

Mientras tanto los positivos que dan las autoridades, las capturas y las bajas, las incautaciones, las pequeñas y aun las grandes, seguirán siendo minúsculos esfuerzos de algunos hombres y mujeres valerosos y honestos, que cuando más servirán para ganar ascensos y crecer en popularidad, pero que jamás harán la diferencia, no dejarán de ser meras gotas en el océano de corrupción y criminalidad que propician las rentas ilícitas, como alguna vez lo fueron el juego, el tabaco y el alcohol, vicios que hoy hacen viable el presupuesto de los departamentos.


Enlace de interés:

https://www.contrainfo.com/13537/la-guerra-contra-el-narcotrafico-no-es-contra-el-narcotrafico-parte-2/

MISCELÁNEA 14 07 2020


 

 

Por James Cifuentes Maldonado

 

Hace un año bauticé con el nombre de “Miscelánea” este espacio de opinión que se me permitiera en el desaparecido periódico LA TARDE y que luego me dejaran continuar en la nueva era de EL DIARIO de Pereira. Vengo escribiendo siempre los miércoles, casi sin falta, desde hace más de un lustro, cuando empecé a ocupar el lugar que lentamente fuera dejando el médico Julio Sánchez Arbeláez, por motivos de salud; algo muy especial para mí, por lo que significó ocupar la tribuna de uno de los más avezados y curtidos en el oficio, que hizo célebre la tradicional “Minicolumna de Medusa”.

 

Ponerle nombre a una columna es un privilegio que está reservado para quienes se han forjado un sitio importante en las lides editoriales, con ejemplos de gran estatura que se me vienen a la cabeza como La Columna de D'Artagnan de Roberto Posada en El Tiempo, el siempre inteligente y divertido “Postre de Notas” de Daniel Samper Pizano en la Revista Carrusel, o, a nivel más parroquial, los célebres “Cantos de Maldoror” de Miguel Álvarez de los Ríos, las urticantes “Herejías” de Juan Manuel Buitrago y el “Escampavía” de Juan Guillermo Ángel.  Por consiguiente, tratar de emular a esos virtuosos de la pluma no deja de ser sumamente pretensioso.

 

Pero debo confesar que la Miscelánea no surgió por motivos muy trascedentes sino por física pereza de buscarle título a mis textos, esfuerzo que cada semana se me hacía descomunal e incluso más engorroso que escribirlos. El impacto de una columna de opinión depende del titular, el cual invita inmediatamente a leerla, cuando es sugestivo, o lleva a descartarla si no nos dice nada. Ahora, además de ser una comodidad, es un riesgo, porque dar un nombre habitual a un espacio editorial supone la confianza de que existen lectores asiduos que siempre lo buscarán, con la curiosidad de conocer los contenidos, lo cual representa el cielo para quienes nos arriesgamos a expresar lo que pensamos.

 

No es menor la admiración que siento entonces por los columnistas que se la juegan por titular de manera diferente sus aportes cada semana, como lo hacen Luis García Quiroga, Alfonso Gutiérrez Millán, Ernesto Zuluaga, Martha Elena Bedoya, Adriana Vallejo o Julian Cárdenas, entre otros, muy calificados opinadores con los que suelo informarme y educarme.

 

PDTA. Sobre las ejecutorias en los 6 meses de la actual administración, que no son pocas, solo diré que, a pesar de que gran parte de la gestión se ha  volcado a los desafíos que trajo el COVID-19, el alcalde Maya ha sabido sacar adelante el componente estratégico de la ciudad y le ha puesto el pecho a las situaciones difíciles, como las suscitadas en las actuaciones de algunos de sus colaboradores, ratificando, como lo hizo en reciente rueda de prensa, sin necesidad de que se lo preguntaran, la confianza que tiene en el buen desenlace de las investigaciones. Al parecer, al alcalde no le gustan las cuerdas pisadas.

miércoles, 8 de julio de 2020

Miscelánea 08-07-2020

Por James Cifuentes Maldonado

Ernesto Zuluaga, en su columna de El Diario, la semana pasada hizo un abordaje diferente del incidente en Pueblo Rico, poniendo el dedo en la llaga al afirmar, sin ambages, que lo sucedido con la niña embera fue motivo de un gran despliegue informativo para “exacerbar los corazones”, que sin embargo no consultó la realidad de los hechos, que indicarían que los indígenas de esa región son los propiciadores de situaciones tan lamentables, porque sus tradiciones arrojan a sus menores a las prácticas sexuales a muy temprana edad y que, en el caso puntual de lo sucedido con los soldados del Batallón San Mateo, las relaciones con la menor, aunque claramente abusivas y reprochables, al parecer, habrían sido consentidas, por dinero, a ciencia y paciencia de los progenitores.

Una sicóloga, con amplia experiencia en poblaciones indígenas, en la misma tesis del columnista, me manifestó que efectivamente en esas comunidades, so pretexto de la autonomía y de las costumbres ancestrales, se cometen arbitrariedades, especialmente con los niños y particularmente con las mujeres, quienes en muchos casos viven prácticamente sometidas a sus maridos, aunque ellas en su cosmovisión no sean conscientes o no juzguen lo que les pasa como un yugo, producto del machismo.

Quizás, bajo el amparo de la ley que los reconoce y pretende protegerlos, usufructuando el asistencialismo estatal, nuestros aborígenes han perdido el valor del trabajo, abandonando las actividades que históricamente les permitían su subsistencia, prefiriendo dedicarse a la mendicidad e incluso tolerar la prostitución de sus niñas. Me comentan que en algunos territorios es común ver a las indígenas apostarse en las afueras de las cantinas a esperar que sus hombres se emborrachen y salgan para emprender el regreso a casa, con las mujeres detrás y sus hijos a la espalda, la espalda de ellas, por supuesto.

Aunque lo planteado por Ernesto, agrega otros elementos culturales e incluso jurídicos, que harán parte de la investigación y de momento nos brindan otra perspectiva del asunto, un abuso es un abuso y más grave cuando se involucran niños, a los que se debe proteger; los soldados debían tener claro que no podría tratarse de un servicio, que sus acciones no se limitaban a sexo por plata, que era un delito.

No es menos cierto que los indígenas, aun con su imaginario y su cultura que los hacen diferentes, cuentan con plena capacidad de discernimiento y entienden perfectamente cómo funciona el mundo que ellos llaman “occidental”, con sus beneficios, sus vicios y sus reglas, entrando y saliendo del mismo según les convenga.

Para pensar: El abusador, sea guerrillero, cura, deportista, militar o profesor, no es abusador en razón de su profesión, su hábito o su uniforme, sino por los vacíos y sombras de su formación y por los vericuetos insondables de la naturaleza humana. No importa cómo se vistan, los abusadores están en cualquier parte.

miércoles, 1 de julio de 2020

Miscelánea


Por James Cifuentes Maldonado

 

Cuando suceden situaciones tan desgraciadas, tan indignantes, que van más allá de la mera corrupción y nos muestran lo retorcido y lo más oscuro del comportamiento humano, como los que tienen que ver con la trata de personas o los abusos sexuales, sea que estos provengan de particulares o sean protagonizados por servidores públicos, y puntualmente cuando esos servidores hacen parte de los organismos de seguridad, llamados precisamente a proteger la vida y la integridad de las personas, … cuando eso pasa, se me estruja el alma y pierdo la fe, en la humanidad, en el Estado y en las instituciones.

Siento mucha pena, porque pienso en mis propios hijos y en que ellos pudieran ser las víctimas; pienso en lo vulnerables que son y me sobrecojo, al sentir que en este mundo nadie está seguro, en ninguna parte.

Siento pena, pero ni siquiera por los implicados directamente, que al final son dueños de su suerte y deberán responder o no en la medida en que las evidencias los respalden y los liberen o los incriminen y los hundan.

En estos casos, no puedo evitar imaginar el huracán de sensaciones que deben afrontar los dolientes de esas personas; la contrariedad, el desconcierto, la angustia y la devastación de esos padres, de esos hermanos y de esos amigos que quizás se preguntarán, sin respuestas, cómo carajos ese ser querido terminó metiéndose en semejante lío, como el sucedido aquí nada más en Santa Cecilia, con los abusos de que fuera objeto una menor indígena, tristemente por parte de un puñado de jóvenes, que con su actuar, ya confeso, arruinaron la vida de una niña y de paso enterraron a los 20 años sus propios sueños y las esperanzas que sólo se pueden alimentar y construir en libertad.

Ahora, por tratarse de soldados regulares de extracción humilde, algunos ya han prejuzgado con hipótesis que explicarían su actuar por provenir de hogares disfuncionales, sin arraigo familiar y sin el acompañamiento y la formación suficiente en valores y principios, que nos dejarían en el escenario de que los padres de esos soldados de alguna forma, por acción o por omisión, son igualmente responsables de la tragedia causada por sus hijos.

Pero no, esa hipótesis me parece facilista, poco consecuente y poco realista; como padre de familia yo prefiero hacer la contrición y asumir que esos soldados también son mis hijos, que esos jóvenes a los que el sistema obliga a prestar un servicio para el cual no están preparados, también son responsabilidad mía y de toda la sociedad, que prefiere señalar y rasgarse las vestiduras antes que entender que todo lo bueno y lo malo que brota de nuestro suelo… es nuestra obra.