Por James Cifuentes Maldonado
En el caso de la tragedia del Portal de la Villa, al hacer el seguimiento desde el 11 de junio de 2019 cuando se dio el primer gran deslizamiento, con los 4 muertos a bordo y el cierre de la variante La Romelia El Pollo, la primera conclusión que surge es que un año pasa muy rápido y que las cosas no se dan cuando las autoridades quieren sino cuando se puede. En su momento el municipio declaró el estado de ruina de todas las viviendas de la referida urbanización y de las 49 viviendas afectadas del Barrio Matecaña, ordenándose su inmediata demolición. Viendo el estado de cosas hoy, con un nuevo evento, sobre el que incluso dicen generó un desplazamiento de tierra del doble del año pasado, a nadie le cabe duda en cuanto que las decisiones tomadas por la anterior administración fueron acertadas y oportunas, sin embargo es increíble reconocer que han debido pasar 13 meses y una nueva avalancha para que se pudiera iniciar la demolición como en efecto sucedió el pasado lunes.
Los motivos, muchos, entre ellos la resistencia que un par de propietarios hicieron a la orden de demolición, a través de la interposición de recursos legales e incluso una acción de tutela que les fuera negada. Todo este trámite se extendió hasta el pasado mes de junio, cuando las dos familias que aun habitaban sendas viviendas de la manzana 11 tenían que haber desocupado. Pero no, fue necesario que la naturaleza se manifestara nuevamente y que las autoridades volvieran a hacer presencia en la zona del siniestro para percatarse de la situación y proceder perentoriamente y sin más dilaciones a la desocupación, en los términos en que lo prevé el artículo 202 del Código Nacional de Seguridad y Convivencia, ejecutada este fin de semana.
Las familias argumentaron que la aseguradora no les ha cumplido con el pago, que el municipio no dispuso alternativas de reubicación y además que ellas tenían la confianza de que la ubicación actual de sus viviendas no hacía pensar en riesgo alguno. Lo del seguro y la reubicación es discutible, pero es un hecho que desde hace un año la zona ya no era apta para vivir y seguir allá era una irresponsabilidad; sin embargo, son comprensibles la angustia, la impotencia y los sueños rotos que todo este drama ha significado para unos seres humanos a los que, al final, les tocó irse para volver a empezar en otro lado.
El alcalde de Pereira, Carlos Maya, al preguntársele sobre el nivel de compromiso de la pista del Aeropuerto Matecaña, a raíz del nuevo deslizamiento, afirmó, a manera de alegoría, que cada vez que juega la Selección Colombia todos nos volvemos técnicos de futbol, puntualizando que el aeropuerto no está en riesgo inminente o que no se pueda manejar.
Entonces, ¿quien tuvo la culpa? … Me temo que nadie; porque hace 70 años, cuando el aeropuerto era una mera visión, nada de lo que ha pasado se avizoraba y todo lo desarrollado, salvo las invasiones, se dio bajo el amparo de la norma que era legítima y que hoy peregrinamente desvirtuamos con el espejo retrovisor.
Y
es verdad, en estos casos a mayor ignorancia nos sentimos más
empoderados y con autoridad de cuestionar, sobre todo cuando se pierde
el partido; cuando la Selección gana, ganamos todos, pero si los
resultados son adversos, los más legos suelen tener la explicación
irrefutable del fracaso, el dedo listo para señalar y la lengua afilada
para acusar.