jueves, 30 de abril de 2020

Miscelánea - Que resista el Deportivo Pereira


Por James Cifuentes Maldonado
Una amiga me compartió un meme en el que el Ministro de Salud estaría anunciando que el Fútbol Profesional Colombiano no iría más por  lo que resta de 2020, versión que inmediatamente el Gobierno Nacional matizó, precisando que la puerta aun no está cerrada en esta materia tan cara a los afectos de los hinchas y seguidores que somos muchos; decía mi amiga: “del ahogado el sombrero” indicándome que por lo menos tendremos al Deportivo Pereira un año más en la A; triste y pírrica ganancia que nos dejaría el COVID-19.
Si las cosas hoy quedaran congeladas en la Liga Bet-Play, las tablas darían cuenta de que, jugadas 8 fechas, el Pereira ocupa el puesto 10 con 11 puntos, 4 menos que el primero que es Atlético Nacional, es decir que aquí no se ha resuelto nada y, en mi opinión, no habría ninguna posibilidad de dar un orden en la clasificación, lo que implicaría para la historia del país que en el año 2020 el futbol fue fallido, que no hubo vencedores ni vencidos.
De cara al descenso, Boyacá Chicó, Jaguares y el amado Matecaña simplemente aplazarían la discusión para 2021, y, dadas las circunstancias de la crisis que empieza a afectar a los equipos, para el año próximo se volvería a barajar y a repartir nuevamente ya que, para nadie es un secreto que la fase pacífica del encierro ya ha terminado y han empezado a darse las desavenencias entre directivos, técnicos y jugadores, por el factor dinero, lo cual puede llevar al traste el proceso no solo del Deportivo Pereira sino de muchos planteles, porque casi mes y medio de cuarentena nos han demostrado que cuando se para la producción no hay capital que aguante y que en la hecatombe confirmamos que los pobres son más pobres y que los ricos no lo son tanto, o por lo menos eso es lo que nos hacen parecer.
Para nada siento gozo  porque el Pereira siga en la A, gracias a la parálisis y arrinconados por un virus, comprometiéndose todo un proceso que desde el ascenso nos tenía de plácemes, causando buenas sensaciones en el retorno y encaminados en el sueño de alcanzar una estrella.
Si por culpa de la pandemia el técnico Craviotto y sus dirigidos llegaran a tomar las de villa diego, porque “amor con hambre no dura” y “por la plata baila el mono”, sería una pena pero lo entendería. Sin embargo les pido que se llenen de valor y de templanza, como lo estamos haciendo todas las familias pereiranas, para que resistan. Volver juntos ya sea en el segundo semestre o en 2021, al margen de lo económico, sería muy meritorio y significativo.

El reto de la virtualidad


 
Por James Cifuentes Maldonado
 
 
Luis García Quiroga puso el dedo en la llaga esta semana, cuando abordó la realidad del uso de las herramientas tecnológicas y las nuevas formas de comunicación; pero no lo hizo en un escenario cualquiera, lo hizo refiriéndose al analfabetismo digital en las instituciones educativas. Con su experiencia de comunicador en la Universidad Libre, Luis nos puso a pensar en que subsisten maestros, muy prestantes y preparados en los temas que imparten, pero que tienen próxima la fecha de vencimiento, porque solo conciben una forma de hacer su trabajo: La magistralidad, y por eso los llamó “educadores dinosaurios” y los responsabilizó de ser los caciques de la “tribu de los poca lucha”.
 
Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones ya no son tan nuevas; de hecho muchos jóvenes de la presente generación, algunos por iniciativa propia y no por el estímulo de sus papás o sus profesores, han crecido con ellas en los últimos 20 años y no conocen un mundo sin correos electrónicos, sin cartas en Word, sin hojas de Excel y sin presentaciones en PowerPoint o PDF, mientras que otros hemos envejecido viendo pasar esas facilidades como amenazas y no como oportunidades.
 
Toda esa resistencia al cambio, a pesar de los avances de la legislación desde 1999, venía siendo pacífica hasta el momento, en todos los contextos, en el laboral, en el educativo, en el judicial, en la gestión de los asuntos del Estado, etc., pero simplemente porque no nos habíamos enfrentado a una circunstancia extrema, en la que nos quedáramos sin opciones, como la suscitada con la pandemia, en la que hemos tenido que parar, encerrarnos y punto.
 
Ese absurdo status quo está llegando a su fin, porque hoy, a la brava, estamos entendiendo que muchas cosas de la vida productiva pueden hacerse a distancia, incluso con mayor calidad y eficiencia, por la reducción de costos de desplazamiento y las implicaciones ambientales que ello conlleva.
 
Agradezco a las directivas del Colegio Bethlemitas de Pereira, que nos lanzó, así sin más, a ese desafiante mundo de las clases virtuales, de las plataformas y los repositorios, sin que tuviéramos ni idea de cómo funcionaban, pero con la imperiosa necesidad de hacerlo, por el bien de nuestros hijos. Llevamos varias semanas de angustias, los niños, los papás y los profesores, dándonos contra las paredes, pero comprendiendo que hay formas distintas, y hasta mejores, de enseñar y de aprender.
 
Por esto, y por mucho más es que, luego del Covid-19, nada debería ser igual.

Flor de un día


 
 
Por James Cifuentes Maldonado
 
 
Más grave que la pandemia, pareciera ser la falta de información real y confiable que nos indique cómo estamos y para dónde vamos. Hasta ayer los números, aunque graves, con  casi 3000 contagios y más de una centena de muertos, indicarían que la situación está controlada y no debería salirse de madre y tornarse como en Italia, España o Estados Unidos. Pareciera que somos afortunados, que tomamos decisiones a tiempo y pareciera que, a pesar de los indisciplinados, la mayoría de los colombianos hemos sido sensatos y hemos aceptado darnos la casa por cárcel, sin saber hasta cuándo.
 
Estamos aguantando, mirando de reojo y con algo de inquietud la billetera y la nevera, pensando en aquellos que dependen de que nuestras tarjetas pasen en los cajeros y no nos causen vergüenzas en los supermercados. Es inevitable imaginar que esto llegue a suceder o que la anarquía se tome nuestras ciudades y que el dinero no sirva de nada, si los establecimientos llegan a cerrar por el desabastecimiento o el vandalismo. Pareciera que vamos bien, solo porque estamos quietos, pero el encierro es una seguridad que ya empieza a parecer precaria.
 
No creo ser el único al que se le haya cruzado por la mente un desenlace apocalíptico; es inevitable, como inevitable ha sido toda esta sobredosis de trascendentalidad que nos han metido por los oídos y los ojos a través de las redes. A estas alturas ya he escuchado una docena de versiones distintas de la canción “Resistiré”, ya no me cabe una cadena de oración más  y perdí la cuenta de los mensajes que me invitan a volver a la esencia humana.
 
El existencialismo desbordado que estamos experimentando por estos días, me hace recordar las veces que he estado parado frente al cajón de un difunto, de un pariente o un amigo que se ha ido y me ha puesto a reflexionar sobre lo frágiles que somos los humanos y lo fugaz que es la vida, creo que no hay un momento de mayor claridad y de mayor contrición que ese, que nos invade de propósitos de cambio, de buenas intenciones que subsisten mientras estamos en el velorio y, cuando mucho, mientras pasa el novenario.
 
Presiento que, así como se nos pasa de rápido la conciencia reveladora que deja la muerte de un ser querido y se nos desvanecen los arrebatos de integridad, los terrícolas superaremos la pandemia, y en unos meses habremos olvidado sus angustias, volveremos a ser los mismos y ya no tendremos ni idea de qué era lo esencial ni por qué era tan importante ser solidarios. Espero, de corazón, equivocarme.

miércoles, 8 de abril de 2020

Miscelánea 8/4/2020




Por James Cifuentes Maldonado


Me referiré a un artículo de Luis Fernando Ángel Moreno, en Tiempo Digital, un medio hondureño, en el cual de manera cruda y con un realismo que desgarra, se nos brinda una visión distinta sobre lo que es y lo que representa la Economía en la vida de todos los seres humanos, desde aquellos que dominan el ajedrez de los negocios y las finanzas, pasando por los ciudadanos promedio, como yo, que somos meras fichas en el tablero, hasta aquellos que ni siquiera cuentan porque no tienen nada.  Nos hace ver que la Economía, que hoy está en jaque, es un interés y entraña un riesgo que va más allá del simple hecho de que los ricos se vuelvan pobres, porque la Recesión puede ser un monstruo quizás más grande que la misma pandemia, por el caos y la violencia que puede llegar a desatar.

Precisamente, esta semana yo reflexionaba que en Colombia la medida de mayor impacto, la única que depende de nosotros, ya la tomamos, El Aislamiento, mientras pasa lo que tiene que pasar, para entender cómo se comporta el virus en nuestro medio, en nuestra idiosincrasia folclórica e indisciplinada. Si las cifras hasta ayer son fiables, parece que la cosa no es, o no sería, tan desastrosa; aunque 46 muertos, mediatizados y amplificados minuto a minuto por las redes sociales y los noticieros ya son un desastre, que paradójicamente se nos muestra más grande que el que diariamente se da en el mundo por patologías comunes o por hambre.

Pero es verdad, no podremos estar encerrados indefinidamente, como un torero que se mete al burladero a esperar que el toro se calme; todos y cada uno de nosotros con nuestras propias fuerzas tendremos que enfrentar ese toro que es el COVID-19; más temprano que tarde tendremos que salir a trabajar, o por lo menos los que por simples razones de materialidad o logística tienen que hacerlo, como hoy lo hacen los recolectores de basura, los transportadores, los domicilios, los enfermeros y los médicos.

Más temprano que tarde tendremos que seguir construyendo las casas y los edificios que dejamos empezados, alguien tendrá que recoger la cosecha cafetera y alguien tendrá que hacer mover las fábricas, cuando se agoten los inventarios en los supermercados y en los almacenes.

Y si, el mundo habrá cambiado; en adelante nos acompañará la paranoia e iremos por ahí con tapabocas y el spray de alcohol en la mano, y todos los transeúntes serán amenazas y hasta nuestros amigos y parientes serán sospechosos; por un tiempo morirán los besos y los abrazos, irónicamente por AMOR.

Miscelánea 1/04/2020





Por James Cifuentes Maldonado


Imposible abordar un tema que no sea el actual, como sucede hoy con la emergencia, o como cuando estamos en época preelectoral y en los tintiaderos solo se habla de política, o como cuando  antes, durante y después de los mundiales, desayunamos, almorzamos y comemos fútbol. Pero ahora es diferente; con el COVID-19 estamos  viviendo algo inusitado, a escala global y sin referentes en la historia de la humanidad, lo que de una vez me lleva a advertirles a mis lectores que llevaremos a cuestas la pandemia por mucho tiempo más, incluso por el resto de nuestras vidas.  Como han titulado desde la obviedad muchos diarios y revistas  “nada volverá a ser igual”.

Sin embargo,  bajo la superficie  que domina la escena mundial y nacional, es decir, el virus, con los contagiados, los muertos y los recuperados, el país sigue fluyendo, sigue siendo el mismo, lo que antes pasaba sigue pasando; la política sigue ahí, aunque adormilada, por suerte para algunos a los que les ha caído de perlas el aislamiento. En condiciones normales el escándalo de la “Ñeñe política” hubiera dado para ríos y mares de tinta, separatas en todos los periódicos y especiales con múltiples panelistas en todas las emisoras y noticieros, así no llegáramos a ningún Pereira.

Qué importa una noticia más sobre narcotraficantes, campañas financiadas con dineros sucios y reinas de belleza mal emparentadas,  si eso ha sido parte de nuestra historia en 4 décadas y muy pocos en la clase dirigente de este país tienen la autoridad moral para  hacer reproches y juicios al respecto. Nadie va a caer por lo que se dice de la campaña de Iván Duque en la Costa, porque nadie ha caído en el pasado; todo se resumirá en que el Ñeñe Hernández era un bocón y un deslenguado, con la ventaja de que él ya no está para refutarlo.

No cayó Turbay con su estatuto de seguridad, no cayó Gaviria con la Catedral, no cayó Samper con su 8000 y su elefante, no cayó Pastrana con su Caguán, no cayó Uribe con todas sus investigaciones y cientos de funcionarios sancionados y encarcelados, no cayó Santos por su audacia y mano extendida a la subversión para hacer la paz.

Entonces, de ninguna manera nos conviene que Duque se tambalee y menos que caiga ahora, cuando políticamente con él no ha sucedido nada distinto de lo ocurrido con sus antecesores. A Duque hay que  fortalecerlo. Al margen de que nos simpatice o no, el país entero necesita unirse alrededor del Presidente, contra la pandemia y con un solo propósito: salvar vidas.