miércoles, 4 de diciembre de 2019

Miscelánea 4/12/2019




Por James Cifuentes M.

Lo particular de vivir en las ciudades es que compartimos sus espacios con personas con las que deberíamos ser más solidarios, pero no es así; la ciudad es la selva; aunque vamos y venimos por las mismas calles y hasta nos cruzamos a las mismas horas y nos reconocemos, no somos empáticos. Muy seguros y muy cómodos en nuestros carros, unos más lujosos que otros, algunos traslúcidos otros incógnitos por el polarizado, hemos venido perdiendo la perspectiva de nuestro entorno.
 
Ignoramos, por insignificantes, a los que se transportan de manera alternativa, a los que caminan, a los que patonean por gusto, por deporte, por salud, o como último recurso, para ahorrarse un pasaje y comprarse un pan o una bolsa de leche.
 
El ensimismamiento que produce ir sobre 4 ruedas, con aire acondicionado y protegidos por las latas, no dejan espacio a la consideración que deberíamos tener con los que caminan y con los que transitan en sus bicicletas y que claramente son más vulnerables. No somos capaces de ponernos en el lugar del peatón ni del ciclista, ni siquiera de acordarnos que nosotros mismos eventualmente también caminamos y también pedaleamos por la misma vía que disputamos, en la que debemos caber todos.

Suelo ser peatón y ciclista, y pierdo la fe en la gente cuando quienes me rebasan, ni siquiera me ven de reojo, no se fijan en mí y no tienen la más mínima precaución al pasar por mi lado, sin reducir la velocidad ni medir la distancia; el confort de sus vehículos, que son como burbujas, no les permiten recordar que la carretera es angosta o de doble sentido, que en una curva o en la otra se pueden encontrar con alguien y ser parte de un accidente.

En días de lluvia he recibido el pantano de las llantas en mis zapatos y en mi ropa, porque algunos de mis paisanos iban tan rápido que no me vieron, o lo que es peor, sí alcanzaron a verme, pero no les pareció importante cuidarme, como se debe cuidar a todos los peatones y ciclistas que no sabemos quiénes son, pero que podrían ser los hijos de nuestro vecino.

La próxima vez que se encuentren un grupo caminantes o de ciclistas, en la carretera estrecha o congestionada, oríllense, denles prelación y permitan que ellos pasen; seguramente van a sentir la calidez de unas personas muy sorprendidas y agradecidas.

La paz no es solamente la del silencio de los fusiles y la quietud de las botas, la paz empieza por nosotros, con esas pequeñas cosas que nos recuerdan que somos los mismos, que somos hermanos, aunque con distintos apellidos.

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