Por James Cifuentes M.
Creí
oportuno hacer a un lado la seriedad de 11 meses y medio, soltar la pesada
carga de este país político y permanentemente crispado; dejar de oír noticias,
desconectarme del móvil y de las redes, quitarme el rictus de angustia,
soltarme para escribir de temas más amables, hablar de lo que quiere mi amigo
Ricardo Orrego, al que lo abruma la actualidad nacional; hablar de lo que le
gusta a todos, del jolgorio, de los buñuelos y la natilla, de los sancochos,
del marrano, de los paseos empresariales de fin de año, de las reuniones
familiares, de la comida, de la bebida, de los abrazos, de los reencuentros, de
los perdones, de las risas y las alegrías, de los llantos emocionados, de las
bienvenidas y de las reconciliaciones; hablar de las anchetas, de los
villancicos, de la prima y de los regalos.
¡Qué
carajos! así tiene que ser, para eso es diciembre, para eso inventamos la
Navidad; porque, como canta el Gran Combo “si el año pasao tuvimos problemas,
tal vez este año tengamos más”, porque en esta época se da el único consenso
posible entre los colombianos, ricos o pobres, blancos o negros, azules o
colorados: LA FIESTA; y tenemos que parar; parar incluso de marchar y silenciar
las cacerolas y así poder escuchar la música, la parrandera, la raspa, la de
siempre, esa que forma parte de nuestro ADN y no nos puede faltar.
Pero
no, por más que quise vaciar mi mente e hilar algo bonito con todo lo que
arriba he enunciado, no fui capaz. Aunque todo está dispuesto, las calles iluminadas
y las casas adornadas, por más que en todas las emisoras se vende el espíritu
navideño como pan caliente y los comercios están abarrotados, a estas alturas
del mes, no logré sintonizarme con este tiempo, porque no estoy en paz, porque
pareciera que en Colombia la única forma de alcanzar la paz es muriendo.
Esta
columna que apuntaba a ser festiva, no lo es; la Miscelánea de hoy tiene otro
motivo: La guerra; la guerra que tampoco es lo que creíamos, porque los que la
negaban terminaron prefabricándola con muertos, como los del cementerio de
Dabeiba, Antioquia, y quién sabe cuántos cementerios más; muertos que no son
buenos muertos, ajusticiados disfrazados de combatientes, puestos en fosas
comunes, convertidos en números, para llenar informes y lograr ascensos.
La
guerra y los horrores, sobre los que algunos compatriotas callan
convenientemente, constituyen hoy la triste y la oscura víspera de la Noche
Buena y el Año Nuevo, que para muchos colombianos no serán felices.
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