Por James Cifuentes M.
Quienes me conocen, saben de mi permanente cantaleta por el arribismo que suele haber en el fútbol; no me cabe en la cabeza que no seamos seguidores de las causas que por ancestro y por arraigo nos pertenecen; no entiendo a los que se declaran hinchas de equipos de ciudades en las que no han vivido ni trabajado, con las que no tienen ninguna relación o ni siquiera saben pronunciar el nombre.
Me desconciertan los que, con vanagloria y pretendida exclusividad, presumen de ser fanáticos del Barcelona, del Manchester o del Bayern Múnich; y ni qué decir de los que van por ahí reivindicando que sólo son fieles al “buen futbol” y que por eso les parece muy harto, muy chichi o muy poca cosa el torneo colombiano; que si mucho ven los partidos de la selección, por el jolgorio.
Pero no se trata solo de fútbol; de lo que hablo es de un instinto. Normalmente cualquier persona, por indiferente que sea, siente afinidad o simpatía por quienes de alguna manera lo identifican o lo representan, no importa lo que hagan o en lo que compitan. Si canaleando en el televisor nos topamos con una partida de ajedrez, un chico de billar, de tejo o de sapo y uno de los contendientes es un paisano, muy posiblemente nos detendremos, veremos el juego y esperaremos que gane el coterráneo; es natural.
Como pereirano, no encuentro normal, no me nace, llenarme la boca alardeando de ser hincha de Nacional, de América, Junior o Millonarios, o de cualquier otro plantel afincado más allá de mi propio patio. Me parece postizo, facilista y acomodado, despreciar lo local por seguir lo foráneo, por el mero hecho de que el de afuera tiene la estantería llena de trofeos y el de mi tierra solo frustraciones y fracasos. Así, tristemente, se han levantado las nuevas generaciones, que le sacan el cuerpo al sufrimiento y quieren encontrarlo todo hecho, hasta los títulos, así no sean suyos y no les tomen sabor.
Desde que tengo memoria, he seguido al Deportivo Pereira, he sido hincha en el estadio, a veces de radio y, en otras, desesperado por no saber cómo quedó el último partido, con esa extraña satisfacción y ese gustico que se siente cuando me dicen que el Depor ganó. Creo no ser el único que siente así.
Cualquier otro equipo, por triunfador que sea, no me causa frío ni calor, no me hace vibrar ni me apasiona como lo hace El Amado, de la misma forma en que me mueven mis raíces, mis padres, mis hermanos o mis hijos, incluso mis buenos vecinos; ¿por qué? … porque son míos.
Pereira en la A, o en la B, no importa.
Total, es la ciudad, la bandera y la gente q nos anima en cada partido... Los chuzos de mil, el bus directo con atudante gritando... Estadio, estadio
ResponderEliminar