miércoles, 27 de noviembre de 2019

Miscelánea 27/11/2019




Por James Cifuentes M.


La deuda social de Colombia, no es del gobierno Duque, ni atribuible al de Santos, ni siquiera al de Uribe, aunque a este último se le deben varios retrocesos, especialmente en temas laborales; el hueco es histórico y se remonta a la aristocracia que sobrevino a la independencia y ha ostentado el poder, siendo inferior al desafío y al progreso que deberíamos tener como nación en el siglo 21.

Pero cada gobierno representa la suma de la institucionalidad del Estado, y como tal, responde por toda la brecha social acumulada en su momento; ahí no hay cortes ni glosas; Iván Duque hoy es el presidente de Colombia, con todo lo bueno y lo malo que ello represente; quien toma las riendas del país no puede invocar el beneficio de inventario; por algo y para algo se hace elegir.

Al presidente Duque le ha faltado liderazgo, su propio liderazgo, ese que tanto mostró cuando era un fogoso congresista, antes de volverse preso de una candidatura y ahora de un cargo, instrumentalizado por una agenda y un estilo que le han impuesto desde su partido, desde los grupos económicos y desde los gremios.

ANIF planteó el salario mínimo diferencial para los jóvenes; FENALCO propuso eliminar la indemnización por despido, horas extras y dominicales, y los fondos privados sentenciaron que es inminente aumentar la edad de pensión. Sí, es cierto, el Presidente no lanzó el “paquetazo”, pero los gremios lo hicieron por él, como una forma de medirle el aceite a la gente.

Con la marcha del 21N por lo menos quedó una cosa clara y es que hay otra Colombia más allá del uribismo; que los inconformes también cuentan, que tienen algo para decir, para exigir y para esperar; que el Presidente debe gobernar para todos y no solamente para sus electores.

Sí, es cierto, a Duque lo pusimos todos, porque así funciona la democracia; le dimos un mandato y un tiempo y hay que dejarlo gobernar, lo cual no significa que no pueda reclamársele pacíficamente aquello en lo que debe enderezar, empezando con un discurso más prudente, volcado a la reconciliación y a la paz; la paz que no ha vuelto trizas pero que anda mal herida.

Adenda. He notado que en redes sociales otra vez nos quieren tirar la carnada de Gustavo Petro, para deslegitimar la protesta social, como factor de división y de polarización, como sucedió en las elecciones presidenciales, en las que la resistencia a la Colombia Humana precipitó la elección de Duque. Esta vez, a los oportunistas, les recuerdo: Petro puede marchar, pero no es el dueño de la marcha.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Miscelánea 20/11/2019



Por James Cifuentes M.


Quienes me conocen, saben de mi permanente cantaleta por el arribismo que suele haber en el fútbol; no me cabe en la cabeza que no seamos seguidores de las causas que por ancestro y por arraigo nos pertenecen; no entiendo a los que se declaran hinchas de equipos de ciudades en las que no han vivido ni trabajado, con las que no tienen ninguna relación o ni siquiera saben pronunciar el nombre.

Me desconciertan los que, con vanagloria y pretendida exclusividad, presumen de ser fanáticos del Barcelona, del Manchester o del Bayern Múnich; y ni qué decir de los que van por ahí reivindicando que sólo son fieles al “buen futbol” y que por eso les parece muy harto, muy chichi o muy poca cosa el torneo colombiano; que si mucho ven los partidos de la selección, por el jolgorio.

Pero no se trata solo de fútbol; de lo que hablo es de un instinto. Normalmente cualquier persona, por indiferente que sea, siente afinidad o simpatía por quienes de alguna manera lo identifican o lo representan, no importa lo que hagan o en lo que compitan. Si canaleando en el televisor nos topamos con una partida de ajedrez, un chico de billar, de tejo o de sapo y uno de los contendientes es un paisano, muy posiblemente nos detendremos, veremos el juego y esperaremos que gane el coterráneo; es natural.

Como pereirano, no encuentro normal, no me nace, llenarme la boca alardeando de ser hincha de Nacional, de América, Junior o Millonarios, o de cualquier otro plantel afincado más allá de mi propio patio. Me parece postizo, facilista y acomodado, despreciar lo local por seguir lo foráneo, por el mero hecho de que el de afuera tiene la estantería llena de trofeos y el de mi tierra solo frustraciones y fracasos. Así, tristemente, se han levantado las nuevas generaciones, que le sacan el cuerpo al sufrimiento y quieren encontrarlo todo hecho, hasta los títulos, así no sean suyos y no les tomen sabor.

Desde que tengo memoria, he seguido al Deportivo Pereira, he sido hincha en el estadio, a veces de radio y, en otras, desesperado por no saber cómo quedó el último partido, con esa extraña satisfacción y ese gustico que se siente cuando me dicen que el Depor ganó. Creo no ser el único que siente así.

Cualquier otro equipo, por triunfador que sea, no me causa frío ni calor, no me hace vibrar ni me apasiona como lo hace El Amado, de la misma forma en que me mueven mis raíces, mis padres, mis hermanos o mis hijos, incluso mis buenos vecinos; ¿por qué? … porque son míos.

Pereira en la A, o en la B, no importa.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Miscelánea 13/11/2019


Por James Cifuentes M.
Un amigo muy pensante y aficionado a los cálculos políticos, ante lo apretado de los resultados electorales, me compartió su versión sobre lo acontecido recientemente en Pereira; me dijo, ¡hermano!, aquí no ha pasado nada nuevo, y me echó, más o menos, el siguiente cuento.
Una vez, un alcalde fue elegido con una votación histórica, con un importante respaldo popular, una permanente y buena conexión con la gente, con ejecutorias en obras concretas y visibles, que dejaron huella y le generaron gran reconocimiento; luego, la casa política de ese alcalde, como era apenas normal, le apostó a la continuidad de su proyecto y tiró al ruedo a otra de sus fichas, y aunque volvieron a contar con el favor de las mayorías, éstas ya no fueron tan holgadas, lo que le supuso al nuevo alcalde tener que afrontar una realidad muy distinta.
En esa parte del relato, mi amigo hizo un alto, me miró y me preguntó, ¡viejo!, ¿de quiénes estoy hablando?; yo, sin pensarlo mucho, le respondí: ah, eso me suena a Juan Pablo Gallo y su transición a Carlos Maya; sin haberme dejado de mirar, con los ojos bien abiertos, el sujeto dijo: No, hablo de Israel Londoño y de Enrique Vásquez.
Sin que yo alcanzara a salir de mi desconcierto, tratando de recapitular en el tiempo y aterrizando en la obviedad de lo que me habían planteado, mi contertulio, para establecer el factor común entre las dos historias, me hizo remontar al Príncipe de Maquiavelo, recordándome que el poder es un asunto cíclico, que se sucede entre los mismos bandos, así algunos ciudadanos cándidos, como yo, no lo notemos.
Me recordó mi amigo, que Maquiavelo planteó algo así como que había dos formas de ejercer el poder, una, la de aquellos territorios sujetos a un imperio, como en oriente, que inicialmente ofrecían mayor dificultad pero que, después de conquistados, retenerlos era más fácil, porque ya estaban adaptados a la idea de un solo y permanente dominador; y la otra, la de los territorios bajo la monarquía, como la europea, donde el rey era impuesto como resultado de las intrigas y consejas de los cortesanos, y así, mantener el poder monárquico era más efímero y más complejo, porque siempre había alguien dispuesto a dar la batalla para deponer al soberano.
Supongo que  el alcalde electo, Carlos Maya, se ha leído el Príncipe y sabe que lo que viene para él no será lo mismo que le tocó a Gallo, y quizás por ello, entiendo, que ha venido esmerándose en dejar bien claro su mensaje en cuanto que la que se avecina será una administración incluyente y no revanchista ni sectaria, en la que participarán todos los que deban participar, porque su premisa no es la pugna por unos puestos, sino por la gobernabilidad, que garantice que se le pueda cumplir, no solo a los que hicieron su campaña, sino principalmente a la ciudad.
Es un hecho que El Cambio logró un segundo tiempo, pero Maya sabe que, por la dinámica natural del poder, será difícil otra oportunidad, y, por lo tanto, no bastará con hacer lo mismo que su antecesor, tendrá que hacer MÁS.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Miscelánea 06-11-2019

  
Por James Cifuentes M.

Creía que las elecciones terminaban el domingo a las 6 de la tarde, con las tendencias ya consolidadas y todo consumado para los elegidos y para los “quemados”; pero no; luego del preconteo, sigue el escrutinio, proceso del que la opinión pública poco se ocupa, y con el que se valida el ejercicio que se hace en los puestos de votación, porque las elecciones se ganan o se pierden mesa por mesa, y por ello es que el sistema electoral está diseñado para que la mayor parte de los controles y garantías se ejerzan desde allí.
Presencié los escrutinios del proceso del pasado 27 de octubre, realizados en Expofuturo, y siento el deber ciudadano de contarle a los risaraldenses y a los pereiranos, que se trata de un trámite absolutamente asegurado y transparente, desde los protocolos y procedimientos fijados en el Código Electoral, pero principalmente desde la integridad de las personas que los ejecutan en cada una de las Comisiones Escrutadoras, compuestas por funcionarios, entre ellos jueces y notarios, rodeados de testigos, que no tienen la más mínima intención de torcer los números, porque se juegan no solo su prestigio sino que, además, correrían el riesgo de incurrir en delitos electorales e ir a la cárcel. Eso es así de claro.
Los ajustes derivados de un escrutinio suelen ser mínimos. Teniendo en cuenta que el preconteo de votos es manual, pueden darse inconsistencias, generalmente asociadas a errores de transcripción de los jurados, en las sumas o de apreciación, particularmente en los votos anulados, de tal forma que un candidato puede llegar a crecer en votos en una mesa, pero al mismo tiempo disminuir en otra, lo cual puede ser determinante en el caso de las últimas curules a corporaciones públicas.
Tratándose de cargos uninominales, como la alcaldía, 5.000 votos entre el ganador y el segundo, son considerados un margen estrecho, pero eso es desde el punto de vista político, porque en el escrutinio, de acuerdo con lo explicado, es muy improbable que una diferencia así pueda revertirse.
La Organización Electoral es una institución seria, de la cual puedo asegurar, en Risaralda, funciona correctamente, en cuanto hace al operativo del día de las votaciones y a los escrutinios por parte de la Registraduría, y por ello lamento la actitud de quienes, para deslegitimar el proceso y justificar sus fracasos, atacan unos resultados, que si les hubieran favorecido, no tendrían discusión.
Los escrutinios no quitan ni ponen, solo corrigen y refrendan lo que ya pasó.