miércoles, 25 de diciembre de 2019

Miscelánea 25/12/2019

Por James Cifuentes M.

En la Navidad los cristianos celebran el nacimiento de Jesús como la renovación de la esperanza; el tiempo mágico para dar gracias y hacer y promesas y peticiones. Aun los que poco entienden de religión, decoran su casa con luces y con mucho color, incluso hacen la novena en familia, alrededor de un pesebre o de un árbol, rezando oraciones y cantando villancicos, que muchos no entienden.
Las personas se tornan más simpáticas; las industrias, los comerciantes y los gobiernos de las ciudades gastan grandes presupuestos para adornar las fachadas de sus sedes, las calles y los edificios oficiales, pero ese derroche a nadie le preocupa, porque lo reclaman tanto los creyentes como los escépticos, que se contagian del “Espíritu Navideño”.
Los comercios venden en un mes lo que no venden el resto del año; en la economía abunda el dinero, así sea que provenga del gota-gota o de la casa de empeño; las calles se colman de carros y de gente, no se puede caminar; se incrementan los hurtos, el atraco y el fleteo y en general aumenta la inseguridad, porque todos quieren hacer su propia fiesta.
Vuelven a cantar y lo hacen mejor, Guillermo Buitrago, Joaquín Bedoya, Tania, Pastor López, Rodolfo Aicardi, Lisandro Meza, Armando Hernández, Darío Gómez y muchos más, de una lista numerosa y fija; de hecho, suenan canciones que no se oyen sino por esta época como “Las Tres Marías”, “El hijo Ausente”, “La fiesta de mi pueblo”, “La Matica”, y qué decir de “Esta navidad no es mía”, “Mamá dónde están los juguetes”, “Yo no olvido el año viejo” o “Cinco Pa las doce”; canciones para gozar y para llorar.
Con los ánimos desaforados, por las grandes ingestas de licor, aumentan los problemas de convivencia, se dispara el número de lesionados y las muertes por las riñas, los accidentes de tránsito y el uso de la pólvora. Así, la Navidad para algunos es alegría y para otros se convierte en tragedia.
En Navidad y en la víspera del nuevo año la gente se siente más dispuesta a dar y a compartir, como no pasa en ninguna otra época del año; la nación entera pone en pausa sus problemas, como una tregua impuesta por la tradición; aun, quienes están de luto encuentran espacio para reconfortar su espíritu; unos porque a la media noche del 24 de diciembre llega el Niño Dios y otros simplemente porque al final del 31 de diciembre se resetea el contador de las pérdidas y los propósitos no cumplidos, comienza una nueva ilusión y una nueva oportunidad, porque la vida sigue.
Felices fiestas para todos.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Miscelánea 18/12/2019



Por James Cifuentes M.


Creí oportuno hacer a un lado la seriedad de 11 meses y medio, soltar la pesada carga de este país político y permanentemente crispado; dejar de oír noticias, desconectarme del móvil y de las redes, quitarme el rictus de angustia, soltarme para escribir de temas más amables, hablar de lo que quiere mi amigo Ricardo Orrego, al que lo abruma la actualidad nacional; hablar de lo que le gusta a todos, del jolgorio, de los buñuelos y la natilla, de los sancochos, del marrano, de los paseos empresariales de fin de año, de las reuniones familiares, de la comida, de la bebida, de los abrazos, de los reencuentros, de los perdones, de las risas y las alegrías, de los llantos emocionados, de las bienvenidas y de las reconciliaciones; hablar de las anchetas, de los villancicos, de la prima y de los regalos.

¡Qué carajos! así tiene que ser, para eso es diciembre, para eso inventamos la Navidad; porque, como canta el Gran Combo “si el año pasao tuvimos problemas, tal vez este año tengamos más”, porque en esta época se da el único consenso posible entre los colombianos, ricos o pobres, blancos o negros, azules o colorados: LA FIESTA; y tenemos que parar; parar incluso de marchar y silenciar las cacerolas y así poder escuchar la música, la parrandera, la raspa, la de siempre, esa que forma parte de nuestro ADN y no nos puede faltar.

Pero no, por más que quise vaciar mi mente e hilar algo bonito con todo lo que arriba he enunciado, no fui capaz. Aunque todo está dispuesto, las calles iluminadas y las casas adornadas, por más que en todas las emisoras se vende el espíritu navideño como pan caliente y los comercios están abarrotados, a estas alturas del mes, no logré sintonizarme con este tiempo, porque no estoy en paz, porque pareciera que en Colombia la única forma de alcanzar la paz es muriendo.

Esta columna que apuntaba a ser festiva, no lo es; la Miscelánea de hoy tiene otro motivo: La guerra; la guerra que tampoco es lo que creíamos, porque los que la negaban terminaron prefabricándola con muertos, como los del cementerio de Dabeiba, Antioquia, y quién sabe cuántos cementerios más; muertos que no son buenos muertos, ajusticiados disfrazados de combatientes, puestos en fosas comunes, convertidos en números, para llenar  informes y lograr ascensos.

La guerra y los horrores, sobre los que algunos compatriotas callan convenientemente, constituyen hoy la triste y la oscura víspera de la Noche Buena y el Año Nuevo, que para muchos colombianos no serán felices.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Miscelánea 11/12/2019




Por James Cifuentes M.

Vía Whatsapp recibí un audio en el que se invita a dar la firma para el proyecto de referendo con el que se pretende recortar el congreso, unificar las altas cortes y reducir la Justicia Especial para la Paz a una simple sala o apéndice de la Corte Suprema de Justicia. Al respecto tengo que decir que se trata de esas iniciativas muy de moda en redes sociales, impulsadas por un sector cercano al autoritarismo, que le gusta la fuercita y que le hablen grueso; esas propuestas que impactan por efectistas y por obvias, pero que no corresponden a nuestra idiosincrasia .

Acaso ¿quién no quisiera tener un aparato legislador eficiente, con el tamaño ideal que nos represente a todos, sin intereses particulares y sin corrupción? ¿Quién no quisiera una justicia pronta e imparcial? ¿Quién no quisiera que Colombia viviera en paz, sin que esa paz signifique la solución para unos y el agravio de otros que no aceptan ninguna forma de reconciliación que no sea la utopía de cero impunidad?

Todos queremos lo mismo, sin duda; la cuestión es cómo; si lo hacemos por la vía de la imposición o del consenso, en un país que sobradamente ha demostrado tener dos tipos de visiones, la del SI y la de NO, que se proyecta en todas nuestras cuestiones como nación. La mitad de Colombia quiere perdonar y la otra no; la mitad defiende las libertades individuales y las nuevas realidades y la otra se empeña en un modelo de Estado que impone su propio concepto de familia; la mitad quiere marchar porque se cansó de esperar, sin eco a sus reclamos y la otra se opone porque está cómoda en su imaginario de país, con la alacena llena y la cuenta en verde.

Bajo la premisa de evitar que el país se vaya a un extremo ideológico, algunos quieren lanzarnos al extremo contrario, pasando por alto que ambas posturas son radicales y perniciosas. Las instituciones no se mejoran desmontándolas, sino educando a la gente para que las reconozca en su verdadera dimensión.

Una pena que un excelente comunicador como Herbin Hoyos, el promotor del citado referendo, después del magnífico trabajo que hizo en la radio, en los peores tiempos de la violencia guerrillera, se haya empeñado en seguir exprimiendo el conflicto para sus propios intereses, invitando a la polarización y despreciando las oportunidades de la paz.

Es aberrante el argumento maniqueo de que hay que “salvar” a Colombia, repitiéndolo una y otra vez, sin explicar fundadamente de qué es que la tenemos que salvar, si no es de nuestra propia mezquindad.

Sí, es un hecho, Colombia está partida en dos, pero el mundo también, incluso el universo, dentro del cual todo se mueve por el impulso de fuerzas contrarias, como en el ying y el yang, que suelen chocar pero de cuya armonización surge el equilibrio y por lo tanto el progreso. Es cuestión de reconocernos y ponernos de acuerdo.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Miscelánea 4/12/2019




Por James Cifuentes M.

Lo particular de vivir en las ciudades es que compartimos sus espacios con personas con las que deberíamos ser más solidarios, pero no es así; la ciudad es la selva; aunque vamos y venimos por las mismas calles y hasta nos cruzamos a las mismas horas y nos reconocemos, no somos empáticos. Muy seguros y muy cómodos en nuestros carros, unos más lujosos que otros, algunos traslúcidos otros incógnitos por el polarizado, hemos venido perdiendo la perspectiva de nuestro entorno.
 
Ignoramos, por insignificantes, a los que se transportan de manera alternativa, a los que caminan, a los que patonean por gusto, por deporte, por salud, o como último recurso, para ahorrarse un pasaje y comprarse un pan o una bolsa de leche.
 
El ensimismamiento que produce ir sobre 4 ruedas, con aire acondicionado y protegidos por las latas, no dejan espacio a la consideración que deberíamos tener con los que caminan y con los que transitan en sus bicicletas y que claramente son más vulnerables. No somos capaces de ponernos en el lugar del peatón ni del ciclista, ni siquiera de acordarnos que nosotros mismos eventualmente también caminamos y también pedaleamos por la misma vía que disputamos, en la que debemos caber todos.

Suelo ser peatón y ciclista, y pierdo la fe en la gente cuando quienes me rebasan, ni siquiera me ven de reojo, no se fijan en mí y no tienen la más mínima precaución al pasar por mi lado, sin reducir la velocidad ni medir la distancia; el confort de sus vehículos, que son como burbujas, no les permiten recordar que la carretera es angosta o de doble sentido, que en una curva o en la otra se pueden encontrar con alguien y ser parte de un accidente.

En días de lluvia he recibido el pantano de las llantas en mis zapatos y en mi ropa, porque algunos de mis paisanos iban tan rápido que no me vieron, o lo que es peor, sí alcanzaron a verme, pero no les pareció importante cuidarme, como se debe cuidar a todos los peatones y ciclistas que no sabemos quiénes son, pero que podrían ser los hijos de nuestro vecino.

La próxima vez que se encuentren un grupo caminantes o de ciclistas, en la carretera estrecha o congestionada, oríllense, denles prelación y permitan que ellos pasen; seguramente van a sentir la calidez de unas personas muy sorprendidas y agradecidas.

La paz no es solamente la del silencio de los fusiles y la quietud de las botas, la paz empieza por nosotros, con esas pequeñas cosas que nos recuerdan que somos los mismos, que somos hermanos, aunque con distintos apellidos.