Por James Cifuentes M.
En la Navidad los cristianos celebran el nacimiento de Jesús como la renovación de la esperanza; el tiempo mágico para dar gracias y hacer y promesas y peticiones. Aun los que poco entienden de religión, decoran su casa con luces y con mucho color, incluso hacen la novena en familia, alrededor de un pesebre o de un árbol, rezando oraciones y cantando villancicos, que muchos no entienden.
Las
personas se tornan más simpáticas; las industrias, los comerciantes y
los gobiernos de las ciudades gastan grandes presupuestos para adornar
las fachadas de sus sedes,
las calles y los edificios oficiales, pero ese derroche a nadie le
preocupa, porque lo reclaman tanto los creyentes como los escépticos,
que se contagian del “Espíritu Navideño”.
Los
comercios venden en un mes lo que no venden el resto del año; en la
economía abunda el dinero, así sea que provenga del gota-gota o de la
casa de empeño; las calles
se colman de carros y de gente, no se puede caminar; se incrementan los
hurtos, el atraco y el fleteo y en general aumenta la inseguridad,
porque todos quieren hacer su propia fiesta.
Vuelven
a cantar y lo hacen mejor, Guillermo Buitrago, Joaquín Bedoya, Tania,
Pastor López, Rodolfo Aicardi, Lisandro Meza, Armando Hernández, Darío
Gómez y muchos más,
de una lista numerosa y fija; de hecho, suenan canciones que no se oyen
sino por esta época como “Las Tres Marías”, “El hijo Ausente”, “La
fiesta de mi pueblo”, “La Matica”, y qué decir de “Esta navidad no es
mía”, “Mamá dónde están los juguetes”, “Yo no olvido
el año viejo” o “Cinco Pa las doce”; canciones para gozar y para
llorar.
Con
los ánimos desaforados, por las grandes ingestas de licor, aumentan los
problemas de convivencia, se dispara el número de lesionados y las
muertes por las riñas, los
accidentes de tránsito y el uso de la pólvora. Así, la Navidad para
algunos es alegría y para otros se convierte en tragedia.
En
Navidad y en la víspera del nuevo año la gente se siente más dispuesta a
dar y a compartir, como no pasa en ninguna otra época del año; la
nación entera pone en pausa
sus problemas, como una tregua impuesta por la tradición; aun, quienes
están de luto encuentran espacio para reconfortar su espíritu; unos
porque a la media noche del 24 de diciembre llega el Niño Dios y otros
simplemente porque al final del 31 de diciembre
se resetea el contador de las pérdidas y los propósitos no cumplidos,
comienza una nueva ilusión y una nueva oportunidad, porque la vida
sigue.
Felices fiestas
para todos.