jueves, 11 de agosto de 2016

Alerta máxima en los olímpicos.





Por James Cifuentes Maldonado

Que los escenarios no estarían a tiempo, que la inseguridad de Rio de Janeiro no daría tregua; que la inestabilidad política, por los escándalos de corrupción de los últimos gobiernos, lanzaría a la gente a las calles para sabotear el evento; que muchos atletas le sacarían el cuerpo a Rio 2016 por el riesgo del zika o simplemente porque los juegos se hicieran en Suramérica; que la amenaza terrorista de los radicales, de los jihadistas;  en fin, recientemente no recuerdo unos juegos olímpicos más tensos que los que hemos visto inaugurar el pasado viernes  en Brasil. 

Pero la anarquía y el fantasma del terrorismo ya no son exclusivos del subdesarrollo, emergen hasta en los países más poderosos y más organizados; para la muestra los flemáticos ingleses que se polarizaron y rompieron la unidad europea con el triunfo del brexit, o los españoles que con dos elecciones no han podido armar la coalición de gobierno.  

En Estados Unidos las cosas están a punto de quedar patas arriba con una carrera presidencial que está demostrando que las maquinarias ya no son lo que eran, que los partidos están perdiendo su ascendencia y que los fenómenos mediáticos como el protagonizado por Donald Trump son una terrible opción de poder, impulsados por la inconformidad de unas minorías cansadas y unidas por la inmediatez y la capilaridad de las redes sociales, montados en una peligrosa ola de nacionalismo. 

Inglaterra, Francia, Bélgica y los mismos gringos, están pagando el precio de su colonialismo, están sufriendo la pésima decisión de repartirse el Medio Oriente hace 70 años, disponiendo los límites de un puñado de naciones sin miramiento alguno del desarraigo cultural que estaban generando y las nefastas consecuencias que hoy estamos presenciando con la paranoia de ISIS que ha puesto en jaque a los europeos y a toda la humanidad, con fanáticos y desadaptados parapetados en todos los rincones del mundo, como soldados ad honorem  de una nueva y terrible forma de guerra, desde las trincheras de internet, dispuestos a sacrificar su vida por un minuto de exposición y de “reconocimiento” en televisión. 

El problema entonces no es Río, no es Brasil, no es Suramérica, el problema somos todos, musulmanes, cristianos y políticos, que no respetamos la autodeterminación y la diversidad de los pueblos y queremos evangelizar a la fuerza y meter nuestras narices en todas partes, para sacar provecho en el nombre de dios. 

Con todo y el nerviosismo, la apertura de los juegos de Rio 2016 fue formidable, un espectáculo lleno de creatividad y simbolismo, ambientado en la fiesta y la alegría latinoamericana, recordándole al mundo la importancia del espíritu deportivo pero además haciendo conciencia sobre el valor de la vida que hoy despreciamos y del planeta que estamos asesinando.  

Nunca vi un fuego olímpico tan emocionante como el que hoy arde en el Maracaná, tan brillante como el oro del pesista colombiano Oscar Figueroa que, en buena hora, nos ayudó a pasar el trago amargo de la caída del ciclista Sergio Luis Henao.

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