
Por James Cifuentes Maldonado
El proceso de paz en Colombia no se inició en el
año 2012, no es un invento de un partido ni de un candidato presidencial; el acuerdo
al que nos estamos aproximando, empezó a construirse hace 25 años con la
Constitución del 91, sobre la cual se erigieron los nuevos valores del Estado
colombiano y las nuevas instituciones y herramientas que han permitido los
avances de cada gobierno en su particular estilo, con sus énfasis y sus
prioridades, con sus logros y sus equivocaciones, para llegar a la coyuntura en
la que hoy estamos. Porque la Constitución Política de un país es en sí misma
un pacto de paz, el más grande de todos, que fija las condiciones de cara a una
sociedad más justa y civilizada.
A quienes deslegitiman la negociación y quieren ver
el proceso de paz como un pelotón de fusilamiento, hay que precisarles que esa
idea de cierre vengativo, de ajusticiamiento, solo es posible cuando hay un
ganador en el conflicto, situación que no se ha dado Colombia, a pesar de
tantos años de disparos y de tanta sangre derramada. Por ello, aunque a muchos
les resulte irritante, los delegados del Gobierno que estuvieron en La Habana,
que actuaron en nombre del Estado, se sentaron en la misma mesa con los
guerrilleros, que asistieron en igual número de delegados, tomaron agua de la
misma jarra y fueron atendidos por los gobiernos facilitadores de Cuba y
Noruega exactamente en las mismas condiciones.
Es probable que los diálogos con las Farc, al haber
sido promocionados pomposamente sobre la base de “la verdad, la
reparación y la justicia”, hayan generado expectativas equivocadas o
desmesuradas, producto del desconocimiento de cómo es que en la práctica se
desarrollan este tipo de procesos, cuando se ha elegido la solución política,
donde toca “masticar poquito y tragar muy grueso”.
La reparación y la justicia son elementos
simbólicos, ya que, de un lado, no existen los medios suficientes para que
todas las víctimas queden enteramente resarcidas; los muertos no pueden
volverse a la vida y las viudas, los huérfanos y los mutilados no dejarán de
serlo; y de otro lado, el concepto de justicia del que se habla en un proceso
de paz no es la justicia ordinaria, no es aquella que se practica normalmente
en los tribunales nacionales; de lo que se habló en la Habana no fue de eso,
como tampoco en Sur África o en Irlanda, donde hoy por hoy y a pesar de tantas
infamias, tan antiguas y tan profundas, lograron reconciliarse.
Así pues que, si queremos ver a Timochenko, a Iván
Márquez y a todos los guerrilleros, vestidos de rayas, dentro de una jaula
colgando de una polea, exhibidos en horario triple A, cual trofeos de guerra,
como hicieron con Abimael Guzmán en el Perú, el momento no es ahora y el SI
a los acuerdos no es la opción; deberíamos entonces votar NO en el
plebiscito del 2 de octubre y seguir matándonos, otros 50 años; fácil.