Por James Cifuentes Maldonado
La tecnología revolucionó el uso del teléfono, pasando de la modalidad fija a la móvil hace unos 30 años, con una mayor disponibilidad de los usuarios y la inmediatez de la comunicación.
Lo normal antes, si a uno lo llamaban al celular, salvo que se tratara de avanzadas horas de la noche o de la mañana, era que uno contestara, porque conversar en tiempo real o sostener un diálogo de viva voz era lo más eficiente, en tanto los mensajes cortos de texto no eran una buena opción; luego apareció el pin de BlackBerry y posteriormente el WhatsApp, que permitieron comunicaciones de texto simultáneas, en las cuales luego se pudieron compartir archivos con contenidos audiovisuales; una maravilla para comunicarnos, para entretenernos y, lo que creo más importante, la utilidad y el impacto que ello significó en términos de productividad en el ámbito laboral, con la segunda gran revolución luego de la movilidad, la interacción a través de los grupos; hoy por hoy un usuario promedio puede pertenecer a unos 10 o 20 grupos de WhatsApp entre familiares, de amigos y de trabajo.
A donde quiero llegar con esta disertación no es al hecho de lo mucho que ahora se puede hacer con el teléfono móvil y con las aplicaciones sino a lo mucho que dejamos de hacer, ya que irónicamente, pudiendo dialogar más ya no lo hacemos tanto. Según el diccionario dialogar significa comunicarse con palabras, hablar, conversar, platicar, charlar, departir, parlamentar; pero resulta que ahora la gente no habla, no conversa, no dialoga, con el placer y la claridad que ello conlleva; no, ahora la gente, cuando no se envía mensajes de texto, se envía audios.
Hacer llamadas de audio por la red de telefonía y aún por las aplicaciones como WhatsApp, que dicen son más seguras, son prácticas en vía de extinción; en su lugar, quizás por la aparente comodidad de que la comunicación no tiene que ser continua, ya que entre audio y audio pueden pasar minutos, horas y hasta semanas, la gente se comunica a través de grabaciones de voz. Aparentemente esa forma de comunicarse, muy utilizada por los jóvenes, es funcional y es inofensiva, sin embargo llamo la atención sobre los riesgos.
Intercambiar audios de manera indiscriminada y descontrolada, sin considerar la posibilidad del mal uso que nuestros interlocutores hagan de esos audios, es peligroso, máxime cuando las grabaciones pueden darse en estados de animosidad, de alteración y se dicen cosas altisonantes, agresivas, indiscretas o incluso ofensivas o hirientes no solo para los destinatarios directos del audio sino para terceras personas que en principio no hacen parte de la “conversación” a los que luego les pueden compartir esos audios, incluso editados. En muchos casos hay un exceso de confianza y una gran imprudencia al sostener comunicaciones a través de audios.
En materia de comunicaciones los códigos sociales han cambiado, cada vez llamamos menos por teléfono, porque eso se ha vuelto exótico, muy raro y hasta mal visto; ya no es normal o natural simplemente marcar el número para hablar, para dialogar de manera expedita, porque corremos el gran riesgo de molestar y ser inoportunos, por esa razón ha hecho carrera que si uno quiere hablar con alguien debe primero ponerle un mensaje consultándole si se puede.
A esto hemos llegado. En un futuro ya no habrá más “cuelga tu … no,
cuelga tu”.
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