miércoles, 13 de marzo de 2024

Miscelánea - Con el corazón



Por James Cifuentes Maldonado

La semana pasada, cuando les iba a contar el trance con mi hija a la hora de elegir una carrera universitaria, hice una semblanza de todas las peripecias que yo mismo sufrí para poder llegar a ser lo que soy, les conté las circunstancias en que terminé siendo abogado; como recompensa de ese ejercicio me llegó un mensaje de una colega a la que aprecio mucho y le tengo una enorme gratitud por el gusto de haber trabajado con ella y por las puertas que le abrió en un momento dado a mi vida profesional, Carolina Echeverri González; a Caro le gustó mucho la historia y me relevó de la pena que sentí por estar contando por estos medios las anécdotas personales y las afugias de mi juventud.

Mi amiga me dijo que recordar era muy bonito, porque la acción de recordar, de remontarse a otros tiempos, otras épocas, encierra un significado que yo no imaginaba, me explicó que recordar es “pasar por el corazón”. El diccionario de la RAE dice que recordar es “pasar a tener en la mente algo del pasado”; teniendo clara la acción, entonces hay que agregar que hay cosas en la vida que queremos y nos da gusto recordar y otras que no, de tal manera que las cosas que nos gustan, que nos hacen sentir satisfacción son aquellas que no solamente se nos vienen a la mente sino que además las pasamos por el tamiz del corazón, porque encierran sentimientos, páginas de nuestras vidas escritas con tinta indeleble. Entiendo que, más o menos, así lo explicó Eduardo Galeano en su Libro de los Abrazos.

Yo deduzco que las personas de buen corazón, las que tienen el corazón más grande, pueden disfrutar más y mejor el pasado, y posiblemente pueden experimentar más fácilmente la felicidad.   Ya entiendo por qué es tan especial cuando recordamos y mucho más cuando ese ejercicio lo hacemos en conjunto con otras personas, con la familia, con los amigos; imagínense muchos corazones vibrando al mismo tiempo alrededor de las mismas historias y de los mismos hechos.  Pensándolo bien, yo a eso lo llamo nostalgia y es lo que hace que el camino hacia la vejez sea más llevadero y quizás sea el motivo para que muchos se digan que todo tiempo pasado fue mejor y que recordar es vivir.

Volviendo al presente les cuento que mi hija finalmente decidió no seguir mis pasos y se inclinó por la comunicación social, pero antes de decidirse me comentó que tenía una gran preocupación, me preguntó que si ella cuando se graduara iba a encontrar trabajo y que si iba a poder vivir de esa profesión; yo le respondí que en la situación de ella, distinta a la mía, esas cuestiones no se cavilan cuando se inicia una carrera, que por lo menos ella no tiene que hacerlo porque me tiene a mí; que el único requisito,  además de poder matricularse, es que le guste y viva la experiencia, lo demás vendrá por añadidura y no tiene que ser dinero.

Como puede verse, mi hija tiene mi respaldo, porque soy de la opinión que cualquier persona que se forme en cualquier otra disciplina posteriormente podrá ser un muy buen abogado, cuando quiera fortalecer sus competencias, no sucede igual cuando es al contrario; los abogados entramos y no solemos salir de esa senda y estamos condenados a ver el mundo desde esa sola perspectiva.

En la próxima Miscelánea les contaré lo que pienso del periodismo por estos días.

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