miércoles, 27 de marzo de 2024

Miscelánea - El Dios mío

 

Foto tomada de: https://www.educaciontrespuntocero.com/recursos/dia-mundial-naturaleza/


Por James Cifuentes Maldonado


Es natural, inevitable creer en Dios si, un día, cuando tuvimos un sueño por cumplir o el infortunio o la enfermedad tocaron a nuestra puerta, cerramos los ojos, apretamos los puños y pedimos con todas las fuerzas de nuestro corazón y lo pedido llegó, la mala hora pasó y la enfermedad tuvo remedio; sin embargo en esto hay algo que no entiendo, que no me cuadra ¿de cuál o de cuántos dioses estamos hablando? 

Yo pienso que necesariamente debe haber tantos dioses como creyentes,  porque carece de sentido que muchos pidan y que a unos les respondan y a otros no, o que un mismo Dios sea capaz de conceder a unos lo que por fuerza le tiene que negar a otros; de ser así, el Dios de todos sería un dictador arbitrario e injusto, ese que dicen que juega a los dados y sonríe socarronamente sentado en un trono en un rincón del universo. 

Entonces, yo sí creo en Dios, pero en el “Dios mío”, en ese al que agradezco cuando las cosas me salen bien o al que le pregunto ¿por qué a mí? si me salen al revés; ese Dios que invoco cuando estoy feliz, cuando tengo miedo o me impaciento, ese Dios al que le encomiendo mis hijos o en el que pienso cuando le pido la bendición a mi madre; ese Dios propio, fruto de mis súplicas y de mis deseos, que sólo vive en mi conciencia y por tanto sólo se ocupa de mí, para darme o negarme, para premiarme o castigarme, según mis méritos.  

Yo creo en “mi Dios” en ese que sólo decide mí destino y no tiene otros quehaceres ni compromisos, que no tiene que debatirse entre salvar a los israelíes y dejar morir a los palestinos; ese que no tiene que elegir si la guerra la deben ganar los rusos o los ucranianos; yo creo en ese “Dios mío” que jamás tiene dilemas ni predicamentos, porque sólo yo puedo orarle y pedirle, para mí o incluso intercediendo por otros; porque ese Dios y yo tenemos una línea directa, exclusiva, que no admite llamadas tripartitas ni cultos masivos, que no necesita operadora ni intermediarios; yo creo en ese Dios íntimo que no se fija en pasiones ni trivialidades como resolver si permite que gane el Medallo y que pierda Nacional, o que en la Champion clasifique el Real Madrid y que eliminen al Barcelona.

Yo creo en “mi Dios”, en ese que sólo me representa a mí, que no necesita ministros ni delegados, que no recauda diezmos, que no pide limosna ni mercadea estampitas ni trafica con indulgencias.   Creo en ese Dios que no está hecho a mi semejanza, porque no está fuera, porque en realidad está dentro, porque vive en mí, porque yo lo he creado como mi único tótem y a él me entrego como una hoja se entrega al remolino; en ese Dios confío cuando no tengo el control de las cosas, cuando se agotan las opciones y se acaban las respuestas.

Alguien me preguntará, y además de ese Dios a solas, que reina en la intimidad de cada quien, cuál es el Dios que está en todas partes, el omnipotente, el que lo domina todo, el que dicta los designios del cosmos y de nuestro planeta, y yo les diré que, en efecto, también reconozco a ese Dios, que también existe, que tiene nombre y que, hasta que haya una mejor verdad, es el que Baruch Spinoza llamó Naturaleza, a la que todos nos debemos, naturaleza de la que venimos y a la que vamos, por el destino cíclico y eterno de la materia.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Miscelánea - Es fácil querer al Grande Matecaña

 


 Por James Cifuentes Maldonado

 

 

Mucho se dice que el Deportivo Pereira tiene una de las mejores hinchadas del país; es posible que no sea la más numerosa, por el tamaño de la ciudad, pero sin duda alguna que si es la más fiel y sobre todo la más agradecida. Y es que se tiene que estar muy motivado para ir a futbol un domingo a las 8:30 de la noche, que es el bonito horario que nos han programado en los últimos 2 partidos de locales, pero lo más sorprendente aún es que muchas personas empiezan a hacer el ingreso al estadio desde que abren las puertas a eso de las 4 de la tarde.  

 

El pasado domingo caminaba desde mi casa rumbo al Hernán Ramírez y pensaba que la ruta estaba muy sola, que casi no se veía gente, y me lo explicaba en el hecho de que Águilas Doradas, aunque es un equipo emergente con muy buenas campañas en los últimos años, quizás no sea el mejor gancho para asegurar una nutrida asistencia, pero, ¡oh sorpresa!, cuando subí a la gradería oriental pude notar que ya estaba casi llena, y en el estadio ya calentaban la garganta más 16 mil personas vestidas de amarillo y rojo.

 

La ocasión lo ameritaba, con un Deportivo Pereira sin perder en las últimas 9 fechas y disputando el primer lugar de la clasificación con Tolima, yendo de menos a más, después de iniciar la Liga I de 2024 con un empate y dos derrotas. Un motivo adicional era volver a ver a Leonel Álvarez parado en la raya luego del canazo de 6 fechas que le dieron por protestar los malos arbitrajes. 

 

Muchos temíamos que se rompiera el encanto y que el equipo cayera precisamente con el retorno de “El Tierno”; pero se repitió la historia, Pereira volvió a ganar, aunque hay que decir que debió afrontar uno de los rivales  más duros que le han tocado, que se plantó con una defensa férrea y le apostó al contragolpe y a los lanzamientos largos, de hecho, empezó ganando con uno de ellos en el minuto 15; 0-1 en el marcador, pero las tribunas no callaron y el equipo reaccionó como ha aprendido a hacerlo y rápidamente en menos de 4 minutos “el científico” Darwin Quintero le puso un balón como con la mano a Faber Gil, quien por la punta derecha y con dos soberbias gambetas rompió el cerrojo dorado y empató para alegría de todos.

 

Alguien me preguntará ¿qué tiene esta versión del Deportivo Pereira para que le esté yendo tan bien?  y le respondo, más de lo mismo a lo que ya nos estamos acostumbrando: muy buenas contrataciones, un puñado de hombres que lo dejan todo en la cancha y el respaldo de una hinchada que no para de alentar, ni siquiera cuando la cosa se pone cuesta arriba. Yo lo veo con más pinta de campeón que en 2022, con el nivel superlativo que le están dando el arquero Ichazo, Darwin Quintero, Andrés Ibargüen y “el acrobático Faber Gil.  En general el desempeño de todo el equipo titular se resuelve por lo alto, con un elemento adicional, tenemos recambio y nos estamos dando el lujo de cuidar y consentir en su recuperación al 9, a Gonzalo Lencina, que al parecer va muy bien, igual que la de Jhonny Vásquez.  


Se puede soñar con otro título señores, con la certeza de que si este equipo vuelve a torneos internacionales la va a romper, porque todas las virtudes y potencialidades que le vimos en el proceso con el Profe Alejandro Restrepo han evolucionado y se han llevado a la mejor expresión ahora con Leonel.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Miscelánea - Con el corazón



Por James Cifuentes Maldonado

La semana pasada, cuando les iba a contar el trance con mi hija a la hora de elegir una carrera universitaria, hice una semblanza de todas las peripecias que yo mismo sufrí para poder llegar a ser lo que soy, les conté las circunstancias en que terminé siendo abogado; como recompensa de ese ejercicio me llegó un mensaje de una colega a la que aprecio mucho y le tengo una enorme gratitud por el gusto de haber trabajado con ella y por las puertas que le abrió en un momento dado a mi vida profesional, Carolina Echeverri González; a Caro le gustó mucho la historia y me relevó de la pena que sentí por estar contando por estos medios las anécdotas personales y las afugias de mi juventud.

Mi amiga me dijo que recordar era muy bonito, porque la acción de recordar, de remontarse a otros tiempos, otras épocas, encierra un significado que yo no imaginaba, me explicó que recordar es “pasar por el corazón”. El diccionario de la RAE dice que recordar es “pasar a tener en la mente algo del pasado”; teniendo clara la acción, entonces hay que agregar que hay cosas en la vida que queremos y nos da gusto recordar y otras que no, de tal manera que las cosas que nos gustan, que nos hacen sentir satisfacción son aquellas que no solamente se nos vienen a la mente sino que además las pasamos por el tamiz del corazón, porque encierran sentimientos, páginas de nuestras vidas escritas con tinta indeleble. Entiendo que, más o menos, así lo explicó Eduardo Galeano en su Libro de los Abrazos.

Yo deduzco que las personas de buen corazón, las que tienen el corazón más grande, pueden disfrutar más y mejor el pasado, y posiblemente pueden experimentar más fácilmente la felicidad.   Ya entiendo por qué es tan especial cuando recordamos y mucho más cuando ese ejercicio lo hacemos en conjunto con otras personas, con la familia, con los amigos; imagínense muchos corazones vibrando al mismo tiempo alrededor de las mismas historias y de los mismos hechos.  Pensándolo bien, yo a eso lo llamo nostalgia y es lo que hace que el camino hacia la vejez sea más llevadero y quizás sea el motivo para que muchos se digan que todo tiempo pasado fue mejor y que recordar es vivir.

Volviendo al presente les cuento que mi hija finalmente decidió no seguir mis pasos y se inclinó por la comunicación social, pero antes de decidirse me comentó que tenía una gran preocupación, me preguntó que si ella cuando se graduara iba a encontrar trabajo y que si iba a poder vivir de esa profesión; yo le respondí que en la situación de ella, distinta a la mía, esas cuestiones no se cavilan cuando se inicia una carrera, que por lo menos ella no tiene que hacerlo porque me tiene a mí; que el único requisito,  además de poder matricularse, es que le guste y viva la experiencia, lo demás vendrá por añadidura y no tiene que ser dinero.

Como puede verse, mi hija tiene mi respaldo, porque soy de la opinión que cualquier persona que se forme en cualquier otra disciplina posteriormente podrá ser un muy buen abogado, cuando quiera fortalecer sus competencias, no sucede igual cuando es al contrario; los abogados entramos y no solemos salir de esa senda y estamos condenados a ver el mundo desde esa sola perspectiva.

En la próxima Miscelánea les contaré lo que pienso del periodismo por estos días.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Miscelánea - El camino


Por James Cifuentes Maldonado

Hace poco me tocó el complejo momento de apoyar a mi hija en la toma de la decisión sobre qué carrera estudiar. Para los hijos ese destino se va perfilando por la senda ya construida y por las señales que uno como padre va mostrando, sin embargo, en mi caso no resultaba tan claro porque haberme convertido en abogado fue la suma de muchas circunstancias y escollos que debí sortear como las limitaciones económicas y el hecho mismo de que para personas de mi condición estudiar en la universidad no era una opción, porque en principio no conté con alguien en casa que me animara, por la misma razón, porque, sin plata y proviniendo de una familia pobre, de extracción rural, cuyo mayor nivel de formación lo tenía un tío que alcanzó a hacer la mitad de la secundaria, ser profesional ni siquiera alcanzaba a ser un sueño, porque uno no puede soñar lo que no sabe que existe.

Con mucho sacrificio mi madre, ya viuda, me posibilitó la primaria que hice en la desaparecida Escuela Nacional de Varones Antonio Nariño, como diría El Flecha de David Sánchez Juliao “tronco de nombre  pa 3 salones”; quedaba en la esquina de la carrera 13 con calle 21, donde hoy funciona una estación de servicio; luego me matriculó en el INEM que, para mediados de los ochentas, era lo último en guarachas por aquello del modelo de Educación Media Diversificada, lo más parecido a una universidad, estaba construido por bloques y los estudiantes iban y venían entre ellos porque había un salón para cada asignatura y en cada cambio sonaba una campana, como diría Juanes “una chimba parce”. La institución brindaba 4 ramas o posibilidades de formación: la académica, la comercial, la promoción social y la técnica; luego de haber rotado por ellas en los dos primeros años, escogí la última por la simple razón de que por ahí se fueron todo mis compañeros. Fue la primera gran mala decisión que tomé en mi vida, porque mi perfil no era técnico, pero no tuve quien me lo advirtiera.

Cursando 8º en el INEM desvié el camino, a mis 14 años conocí la noche, mal aconsejado por un compañero que tenía nombre de poeta, estaba próximo a cumplir los 18 y era medio gigoló; en fin, el resultado es que dejé de ir a clases, perdí el cupo en el INEM, mi mamá ya no pudo hacer más por mí y terminé graduándome de bachiller por mis propios medios cuando ya contaba con 22 años, en un colegio nocturno. Pero precisamente, estudiando de noche, en 11, apareció el primer ángel, un profesor de psico orientación que medía como 2 metros, de mal carácter, quien convenció a todo el curso de que teníamos que ir a la universidad, que no sabía cómo pero que debíamos hacerlo; para animarnos nos regaló el pre-ICFES que él mismo nos dictaba cada semana.

Con un puntaje muy bueno en las Pruebas de Estado, que me hubiera permitido ser médico, ya con 23 años y sin tiempo para perder, un segundo ángel, un funcionario de la gobernación, me sugirió ir a la Universidad Libre a estudiar Derecho, porque ser abogado era lo mío, me dijo … y le creí; hice una rifa para pagar la matrícula del primer año y el resto lo pagué financiado con letras. La cosa salió bien, no me hice millonario, como De la Espriella, pero encontré mi vocación.

En la próxima Miscelánea les contaré cómo me fue decidiendo con mi hija.