miércoles, 23 de noviembre de 2022

Miscelánea - Ver o no ver el mundial

 


Por James Cifuentes Maldonado 

 

 

Para completar esa dinámica extraña en la que ha entrado el mundo en la última década por cuenta de las redes sociales y en los últimos tres años por la pandemia y sus consecuencias, todo parece indicar que por estos días el dilema de ser o no ser se reedita en si vemos el mundial o no vemos el mundial.  

 

Como Vicente va para donde va la gente, púes hablemos del mundial, para que no desentonemos y no terminemos viéndonos como unos viejitos gagás radicalizados por la indignación de moda, en este caso por los casi 7000 trabajadores, en su mayoría emigrantes, que dicen que murieron en Qatar, por cuenta de la construcción de los 8 estadios que nadie sabe para qué quedarán sirviendo luego de que pase el evento. Porque, ese es el punto, hoy por hoy estar “in” consiste montarse en la ola de la indignación del momento; un día por los derechos de las mujeres, otro día por los animales que son seres sintientes, pidiendo que viva el toro y que muera el torero; otro día por la reforma tributaria que es razonable y necesaria si la decreta el político de nuestros afectos pero que es terrible y reprobable si la dispone nuestro contrario, aunque al final sea impajaritable que cada cuatrienio nos claven 2 reformas, una empezando y otra al final, y así, desde que tengo memoria.  

 

Para no ir muy lejos, en Colombia ya llevamos unos años discutiendo por el número clave del horror, las 6402 víctimas mortales que dicen que dejaron los falsos positivos, que dicen que fueron auspiciados por la derecha extrema, que dicen que fue liderada en dos gobiernos por ese personaje, para unos, perverso, y para otros, un héroe, que no voy a nombrar, porque ¡ajá!, mejor deje así.   

 

Pero, volvamos a Qatar; la cuestión es que, así como no me constan los falsos positivos de mi país, no me constan los muertos del mundial, aunque, si el río suena, no debe ser porque estén cogiendo café.  

 

Sentí la tentación de romperme las vestiduras y publicar en mis redes, que las leo yo y 4 gatos, cuando más, que no vería el mundial, y así, con ese arrebato, posarme en uno de los extremos de este planeta bipolar en que se ha convertido la tierra, pero no, decidí que me dejaría llevar por los instintos, y mis instintos hicieron que ni siquiera me diera cuenta de que la inauguración de Qatar 2022 fue el pasado domingo y que el partido inaugural entre los anfitriones y los ecuatorianos era rayando el medio día; total, me los perdí porque andaba ocupado en cosas de mayor significado para mí.  

 

Por supuesto, mis lectores estarán pensando, ¡no joda!, pero si es el mundial, y el fútbol no tiene fronteras, y no importa si Colombia juega o no juega, sigue siendo el espectáculo “más grande del mundo”, como diría el finado Alberto Piedrahita; pero no, no puedo engañar al corazón y fingir, como algunas señoras casadas; no soy capaz de simular que siento lo mismo viendo un Colombia – Alemania que viendo Marruecos - Croacia, sería mentir.  

 

Entonces, siendo natural e inevitable, vibrar sólo con mi Selección Colombia y delirar sólo con mi Deportivo Pereira, estaré pendiente de cómo avanzan las primeras rondas en Qatar y cuando algún partido despierte mi interés o me emocione, por ejemplo, si clasifican los suramericanos, prenderé el televisor. 


miércoles, 16 de noviembre de 2022

Condenados al éxito, no se admite el fracaso

 


Por James Cifuentes Maldonado 

 

Absorto en mis pensamientos, desatados por esa sensación de angustia existencial y miedo al futuro que he venido notando en muchas personas, especialmente en los jóvenes, que en el escenario de las redes sociales y la tecnología se sienten exigidos y superados por referentes de éxito que estiman nunca alcanzarán. Las redes les han venido mostrando a nuestros muchachos un mundo ideal de felicidad y prosperidad fácil, exprés, que los sustrae de sus propias realidades, pero lo peor, lanzándoles el mensaje de que todo es perfecto y que no hay lugar para los fracasos, de hecho, que todo sucede tan rápido que no hay lugar para el error.  

 

A los jóvenes: Les digo que, si en algún momento sienten que les falta algo, que la mejor versión de ellos no ha llegado, sean pacientes y tengan en cuenta que la sabiduría de los sabios llega al final de sus días, porque es sobrenatural saber sin haber visto, sin haber tocado, sin haber sentido, sin haber vivido; que no hay viaje ni destino, ni metas ni sueños cumplidos, si no hay movimiento, si no hay recorrido; que en el viaje no existen los errores, sólo accidentes en el camino. Que la plenitud, que la realización total, consistirá en poder llegar a entender esto de una manera serena y a conciliarnos con nosotros mismos y que irónicamente eso solo sucederá al final de ese camino. Que mientras existamos mientras tengamos conciencia, permanentemente seremos una obra inacabada que sólo se completará con la muerte y la muerte llegará inexorablemente, en algunos casos con previo aviso, pero nunca jamás preguntará si estamos listos, por eso no podemos darnos el lujo de quedarnos en el suelo en la primera caída.  

 

A los viejos: La mayor preocupación que solemos tener quienes nos embarcamos en la aventura de criar una familia gira al rededor del futuro de los hijos, y no quisiéramos irnos sin que sus necesidades quedaran resueltas, entendiendo por ello su educación, su formación y hasta su actividad económica o su empleo. Es frecuente que los seres humanos, ciertas personas organizadas, tengan la obsesión de dejar asegurados todos sus asuntos antes de irse, sin embargo, hay que tener claro de qué después que morir nada de lo que dejemos será problema nuestro y que nuestra descendencia tendrá que lidiar con lo mucho o con lo poco que quede, en la forma, en la cantidad y con los líos que sean.  Por eso no vale la pena cavilar tanto y resulta más importante disfrutar lo que se tiene en el presente, con esos seres queridos.  

 

Adenda. Por situaciones de orden personal y familiar que he venido sorteando, por estos días he estado bastante reflexivo y trascendente, al punto que no sé dónde ponerme con toda esta sensibilidad que no me deja espacio para abordar los temas cotidianos de la ciudad, del país y ahora ultimo de mi Deportivo Pereira.   Sobre el Amado hoy solo atinaré a decir que era previsible que cayera como lo hizo en Bogotá, ante Sata Fe y Millonarios, que si bien fueron superiores no arrollaron a los matecañas que dieron ventaja con acciones aisladas como la expulsión de un jugador y un gol en contra.  Agregaré que los puntos de la clasificación están en casa y que seguramente mi equipo, si no clasifica a la final, por lo menos venderá cara la piel.