miércoles, 10 de junio de 2020

Miscelánea

Por James Cifuentes Maldonado

 

Yo tengo un amigo que cuando siente que un asunto lo supera o que es incapaz de transmitir un determinado concepto, cierra la conversación recurriendo a una ingeniosa frase: “En la vida hay ciertas cosas más fáciles de entender que de explicar”. La frase constituye una máxima perfectamente aplicable a muchas situaciones, en muchos escenarios, sobre todo aquellos en los cuales la información es fragmentaria o insuficiente, o en todo caso, en esos asuntos donde es imposible proclamar una verdad, o por lo menos nadie puede reivindicarla, por razones técnicas.

Lo que pasa en Colombia con la situación del expresidente Álvaro Uribe Vélez, es uno de esos fenómenos indescifrables, cuya discusión y resolución nos tomará algunas décadas más.  Héroe, prócer y prohombre para unos; monstruo, villano y delincuente para otros, pero de ninguna manera un personaje que nos deje indiferentes; eso dependerá de la idea que cada quien tenga sobre la mejor forma de conducir un gobierno y una nación; sobre el mayor o menor grado de autoridad o de fuerza que se deba utilizar.

Así, para algunos, el expresidente Uribe es un buen padre de familia, un poco enérgico y gruñón, que con determinación tomó las decisiones administrativas y militares que otros no tomaron y llevaron al país a sentir una forma de paz y de progreso que hace mucho tiempo no se sentían, como poder viajar por carretera y volver a las fincas, porque estábamos eternizados en una confrontación sin sentido, con unos vándalos y unos terroristas sin causa, haciendo “pescas milagrosas” y dedicados a desdibujar las instituciones con su anarquismo.

Para otros, Uribe es un autoritario, al que no le importan las formas, los métodos, ni las realidades sociales que no sean las que interesan a su clase y su establecimiento rural y agropecuario, empeñado en mantener el poder político y económico, de cualquier manera y a cualquier costo; al que no le importan los medios, sino sólo los resultados, así tenga que fabricarlos; al que la paz le cabe en la cabeza únicamente como la expresión de la victoria del más fuerte. 

En una serie que están pasando actualmente por distintas plataformas, entre ellas YouTube y WhatsApp, crudamente y sin eufemismos han llamado a Uribe “Matarife”, y, como era de esperarse, han reaccionado muchos en favor del expresidente y otros, que no son pocos, celebrando el contenido y el terrible apelativo.  Lo cierto es que hoy es imposible darle la razón a los unos o a los otros, porque estamos frente a unos hechos que en realidad a muy pocos les constan, y que, a falta de pruebas, el prejuicio dependerá de la orilla ideológica en la que nos ubiquemos y del deseo con el que estemos pensando; porque Uribe es y será, por mucho tiempo, la representación de una de esas cosas que son más fáciles de entender que de explicar.

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