Por James Cifuentes Maldonado
Sucede, cuando estamos en los preparativos de un viaje o de una fiesta y nos llega la noticia de que un ser querido ha desaparecido o que lo aqueja un feroz cáncer terminal, o cuando estamos estudiando la ampliación de nuestra empresa o nuestro negocio y llega una catástrofe, un terremoto, un incendio o una inundación, y lo destruye todo. Cuando esas cosas pasan, los planes se van a la porra, nos concentramos en lo que la situación y el instinto de conservación nos dictan como lo esencial. Normalmente superamos las crisis, porque tenemos la capacidad de adaptación y la resiliencia para soportar el dolor y seguir adelante, pero en algunos casos no, y eso también hace parte de ser humanos.
Las instituciones a pesar de las tragedias no sucumben ni desaparecen, se adaptan, se reconstruyen, se transforman y siguen avanzando, con o sin nosotros. Dentro de 50 o 100 años alguien contará la historia de Colombia y de nuestra ciudad, y habrá un capítulo especial para la pandemia del coronavirus, con las estadísticas sobre los contagiados, los recuperados y los muertos, las empresas que quebraron, los desempleados que quedaron y el desastre económico. Seremos víctimas anónimas, unos mejor librados que otros, pero ninguno ileso; seremos números, en los niveles más bajos, que solo podrán ir para arriba, hacia la recuperación.
El primero de enero de 2020, nadie imaginaba el país que tres meses más tarde debería conducir Iván Duque, o la Pereira que le tocaría gobernar a Carlos Maya; pero ya está, simplemente sucedió; el destino o la divina providencia, esas cosas con las que nos debatimos diariamente, lo quisieron así, el virus llegó, lo alteró todo, pero los planes oficiales siguen.
Sea que sobrevivamos o no al Covid-19, este país y esta ciudad permanecerán; al final la mayoría seremos olvidados; los gobernantes quizás no, si lo hacen bien, y si les ayudamos en la tarea y en el interés común de construir un mejor futuro para las próximas generaciones.
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