Por James Cifuentes Maldonado
Hay cosas que por más que correspondan a nuestra cultura a nuestra idiosincrasia, analizadas desde el más elemental sentido común, jamás podrán aceptarse o verse como normales, cosas a las que uno nunca se acostumbra.
No me acostumbro a la estupidez, y, perdónenme, pero no veo como más calificar las escenas del pasado viernes del tristemente célebre “Día sin IVA”, de personas agolpadas en la entrada de Alkosto y otras grandes superficies; me pareció de lo más absurdo y surrealista que, mientras el mundo entero lucha por sobrevivir frente a la pandemia con medidas duras como el aislamiento, mientras los países y las economías se desfondan por la amenaza del contagio y mientras miles de hogares cuelgan el trapo rojo en las fachadas de sus casas, otros miles de irresponsables se arriesguen a hacer filas y montoneras, seguramente para comprar elementos que no son de primera necesidad.
Bien complicada la tuvo, en sus declaraciones a la radio por lo sucedido, el presidente de FENALCO, quien muy diplomáticamente, en favor de los comerciantes, reconoció que efectivamente quedaban muchas lecciones aprendidas, pero que no todo era malo porque se dinamizó la economía; pero, se pregunta uno a qué costo y en beneficio de quién hubo tal dinamismo, si el Estado renunció a percibir un billón de pesos por concepto de impuestos, con cuya redistribución se apalancan los programas sociales de los más pobres y, para colmo de males, la mayor parte de los bienes que se vendieron en el pandemónium del Día sin IVA fueron dispositivos móviles, computadores y electrodomésticos, en su mayoría importados, con lo que eso significa para la mano de obra nacional.
¿Día sin IVA? Sí, pero privilegiando los canales electrónicos y generando las medidas que pongan en cabeza de los comerciantes parte de la responsabilidad y que no termine siendo que las autoridades deban lidiar solas con la situación salida de madre, como sucedió en Cali y de alguna forma aquí en Pereira.
PDTA. No me acostumbro a los conductores de carro que transitan por las vías rurales de nuestro municipio y cuando se encuentran con un ciclista o grupo de ciclistas no tienen la cortesía ni la más mínima consideración de seguridad disminuyendo o incluso deteniendo su vehículo; eso no les cuesta nada y por el contrario significa un gran gesto de respeto y de civilidad. Yo, que transito con alguna frecuencia las veredas de Pereira en mi bicicleta de montaña, sé lo bien que se siente y la sorpresa que es compartir la vía con un conductor amable y lo frustrante que es dar con unos energúmenos al volante que en vez de considerar y proteger tiran el carro y obligan a que prácticamente el ciclista o el caminante se vayan a la cuneta, para que ellos pasen.