Por James Cifuentes Maldonado
Conducir
un taxi es más que un oficio, es toda una profesión, por el impacto que
esa actividad tiene en la sociedad, tanto para los lugareños en un
pequeño pueblo o en una gran
ciudad, o para los foráneos que la visitan. Un turista podrá generarse
un prejuicio y esparcir por el mundo la buena o la mala fama de todo un
país, simplemente por la atención que reciba de un taxista.
Un
día, mientras ventaneaba haciéndole la digestión al almuerzo, desde el
cuarto piso de la sede de la extinta Telefónica de Pereira, en la
carrera 10 entre calles 15 y 16, me tocó
ver cuando un taxi se detuvo en la mitad de la vía y el conductor abrió
una de las puertas traseras, para que desde afuera dos maleantes se
abalanzaran sobre el pasajero, lo sacaran a la fuerza del vehículo y lo
atracaran. Eso pasó ante mis ojos incrédulos,
mientras el taxista arrancaba raudo y doblaba por la calle 14, impune,
en medio de la muchedumbre cómplice que solía frecuentar esa antigua
olla.
En
otra ocasión, se me fue la mano con los espirituosos y el dependiente
del bar donde estaba me empacó en un UBER, el cual no solamente me llevó
al conjunto donde vivía,
sino
que además se tomó el trabajo, prácticamente,
de cargarme hasta la puerta de la casa, donde me recibió mi señora
muerta de la risa; el UBER se fue y regresó a los 20 minutos, para
devolvernos el iPhone recién comprado que se me había quedado en la
silla del carro; esta es la hora que aún no salimos del
asombro; en Colombia no estamos acostumbrados a semejantes muestras de
honradez.
En
muchos casos manejar un taxi no es algo que se elige, sino que emerge
con las circunstancias, como un plan B o plan C; un escampadero para
quienes no encuentran más que hacer
para ganarse la vida y eso explicaría la falta de vocación y de
compromiso para prestar un buen servicio, defecto muy usual en los
señores de la denominada “mancha amarilla”, que contrasta con la
disposición y el buen trato que los usuarios reciben de los
conductores que llegan por las plataformas.
Pero
las plataformas son ilegales, porque lo dice un papel, y eso es lo
relevante; ¡qué carajos eso de la calidad y la tecnología!, ¡a la porra
lo que digan los usuarios!, si paradójicamente,
en el transporte público individual, lo que menos cuenta es el
individuo; lo verdaderamente importante es el monopolio y los cupos
congelados, para especular con ellos y hacer más ricos a los dueños, que
normalmente no son los taxistas, quienes sólo se limitan
a cumplir con la entrega y a sobrevivir.
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