Por James Cifuentes
Maldonado
La Tristeza. Gran parte
de mis inquietudes existenciales han girado alrededor de varios sentimientos,
entre otros, el amor y la tristeza; hace poco, en la novela biográfica “El olvido que seremos” de Héctor Abad
Faciolince, una obra maravillosa que estoy leyendo tarde, sobre la tristeza
encontré esta perla preciosa: “... para
sentir el único consuelo que se siente en la tristeza, que es el hundirse más
en la tristeza, hasta ya no poderla soportar.”, la cual compartí en
Facebook, arrojándola como se arrojan ciertos contenidos en la galería de las
redes sociales, para ver quién muerde el anzuelo muy poco apetecido de la profundidad.
La frase es un lamento de
Héctor Abad Faciolince, por el fallecimiento de un familiar, y aunque perder a
un ser querido es algo que jamás se repara, con semejante laceración el autor nos
invita a considerar que hasta el más grande dolor y la más honda caída tienen
un límite, y a partir de ahí sólo queda volver a sonreír y volver a comenzar.
Ricardo González, un
amigo digital, ripostó inmediatamente, cuestionándome porque, según él, estaba
haciendo apología de la tristeza; esa réplica me animó y quise dar mayor
contexto a la publicación, aclarando que la misma iba dirigida a dos personas
que aprecio mucho, Johanna y Juan Carlos, que hace ya un tiempo tuvieron la más
grande de las pérdidas que se puede tener, la desaparición prematura de su hija
Daniela, a quien tuve como alumna en un breve paso mío por la cátedra de
Derecho Comercial en la Universidad Libre.
La experiencia de
Johanna y Juan Carlos me marcó tremendamente y la vi retratada en uno de los
pasajes de la novela de Abad, en el que cuenta, en un modo muy singular, las
circunstancias en que murió su hermana Marta, víctima de un cáncer antes de cumplir
los 17 años. La reflexión sobre la
tristeza me hizo recordar que siempre he pensado que los momentos de dolor
extremo, aún los más agobiantes, aún aquellos en los que nos enfrentamos a la
muerte, terminan siendo un punto de inflexión que lleva al posterior impulso de
rehacer la vida.
Sí, pareciera que soy
apologista de la tristeza, pero resulta que la tristeza es un estado válido de
la humanidad, diría que uno de los más útiles, en la medida en que luego de la introspección
espiritual a la que lleva, que suele ser fuente de grandes inspiraciones, nos
permita recrearnos y levantarnos.
La tristeza es
necesaria, es buena; siempre y cuando nos concedamos el derecho y la libertad de
sentirla,… si dejamos que llegue y que pase.