miércoles, 29 de enero de 2020

Miscelánea 29/01/2020




Por James Cifuentes Maldonado

La Tristeza. Gran parte de mis inquietudes existenciales han girado alrededor de varios sentimientos, entre otros, el amor y la tristeza; hace poco, en la novela biográfica “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince, una obra maravillosa que estoy leyendo tarde, sobre la tristeza encontré esta perla preciosa: “... para sentir el único consuelo que se siente en la tristeza, que es el hundirse más en la tristeza, hasta ya no poderla soportar.”, la cual compartí en Facebook, arrojándola como se arrojan ciertos contenidos en la galería de las redes sociales, para ver quién muerde el anzuelo muy poco apetecido de la profundidad.

La frase es un lamento de Héctor Abad Faciolince, por el fallecimiento de un familiar, y aunque perder a un ser querido es algo que jamás se repara, con semejante laceración el autor nos invita a considerar que hasta el más grande dolor y la más honda caída tienen un límite, y a partir de ahí sólo queda volver a sonreír y volver a comenzar.

Ricardo González, un amigo digital, ripostó inmediatamente, cuestionándome porque, según él, estaba haciendo apología de la tristeza; esa réplica me animó y quise dar mayor contexto a la publicación, aclarando que la misma iba dirigida a dos personas que aprecio mucho, Johanna y Juan Carlos, que hace ya un tiempo tuvieron la más grande de las pérdidas que se puede tener, la desaparición prematura de su hija Daniela, a quien tuve como alumna en un breve paso mío por la cátedra de Derecho Comercial en la Universidad Libre.

La experiencia de Johanna y Juan Carlos me marcó tremendamente y la vi retratada en uno de los pasajes de la novela de Abad, en el que cuenta, en un modo muy singular, las circunstancias en que murió su hermana Marta, víctima de un cáncer antes de cumplir los 17 años.  La reflexión sobre la tristeza me hizo recordar que siempre he pensado que los momentos de dolor extremo, aún los más agobiantes, aún aquellos en los que nos enfrentamos a la muerte, terminan siendo un punto de inflexión que lleva al posterior impulso de rehacer la vida.

Sí, pareciera que soy apologista de la tristeza, pero resulta que la tristeza es un estado válido de la humanidad, diría que uno de los más útiles, en la medida en que luego de la introspección espiritual a la que lleva, que suele ser fuente de grandes inspiraciones, nos permita recrearnos y levantarnos.

La tristeza es necesaria, es buena; siempre y cuando nos concedamos el derecho y la libertad de sentirla,… si dejamos que llegue y que pase.

miércoles, 22 de enero de 2020

Miscelánea 22/01/2020


Por James Cifuentes Maldonado 

Don Álvaro Ramírez González, y me refiero a él con el título de Don, porque efectivamente se lo ha ganado, como ciudadano, como dirigente, como exalcalde de Pereira y especialmente como empresario, y por tanto, el respeto y el protocolo me obligan, ya que no tenemos la suficiente confianza; es más, es muy posible que Don Álvaro ni siquiera se acuerde de mí, y por ello pongo de presente que tuve la oportunidad de ser su subalterno, cuando él fue miembro de la Junta en una sociedad en la que yo fungía como Secretario General. 

Don Álvaro, con todo su bagaje, encarna, para mí, la más pura expresión de un opinador natural, de una persona que piensa y que además comunica sus pensamientos sin ambages, sin eufemismos, sin matices; es un hombre recio en el hablar, que se le nota cuando escribe, quizás porque, además de las ideas, expresa pasiones; no se guarda nada, con ese agudo interés por los temas políticos y de ciudad; por eso suelo leerlo, como un ejercicio que me permite permanentemente confrontar las perspectivas que yo no tengo. 

La semana pasada Don Álvaro intituló su columna en el Diario como “El cáncer de la desinformación”; luego de reivindicar los ideales partidistas, liberal y conservador, que, según él, ya no tienen los medios de información, en detrimento del periodismo, razonamiento que no acabo de entender, le dio palo al expresidente Santos, señalándolo de haber prostituido la verdad a costa de los dineros del Estado. 

Semejantes afirmaciones, y otras, según las cuales el poder “prostituyente” de Santos llevó a la desgracia a medios tan influyentes y arraigados como el Canal UNO, CM&, la Revista Semana y a la W Radio, cuentan con un común denominador: fueron emitidas sin respaldo en cifras o estadísticas que las sustentaran. 

Un lector, el señor Leonardo Díaz Villegas, le cursó una carta a Don Álvaro, en la cual puntualmente se refirió a los números de la circulación física y digital de la Revista Semana, cuyo análisis descarta que esa casa editorial esté en la ruina, como lo afirmó Don Álvaro, precisándole que la única vez que Semana ha tenido un descenso significativo de suscriptores fue durante el tiempo en que el columnista Daniel Coronell dejó de escribir. 

Es claro que opinar es una expresión libre, desprovista de ciertos rigores y formalidades, pero ello no puede ser absoluto ni carente de responsabilidad y ponderación; porque, si así lo hiciéramos, nos convertiríamos entonces en parte del “cáncer” que el mismo Don Álvaro lamenta y reprueba.

miércoles, 15 de enero de 2020

Miscelánea 15/01/2020


 Por James Cifuentes Maldonado
Conducir un taxi es más que un oficio, es toda una profesión, por el impacto que esa actividad tiene en la sociedad, tanto para los lugareños en un pequeño pueblo o en una gran ciudad, o para los foráneos que la visitan. Un turista podrá generarse un prejuicio y esparcir por el mundo la buena o la mala fama de todo un país, simplemente por la atención que reciba de un taxista.
Un día, mientras ventaneaba haciéndole la digestión al almuerzo, desde el cuarto piso de la sede de la extinta Telefónica de Pereira, en la carrera 10 entre calles 15 y 16, me tocó ver cuando un taxi se detuvo en la mitad de la vía y el conductor abrió una de las puertas traseras, para que desde afuera dos maleantes se abalanzaran sobre el pasajero, lo sacaran a la fuerza del vehículo y lo atracaran. Eso pasó ante mis ojos incrédulos, mientras el taxista arrancaba raudo y doblaba por la calle 14, impune, en medio de la muchedumbre cómplice que solía frecuentar esa antigua olla.
En otra ocasión, se me fue la mano con los espirituosos y el dependiente del bar donde estaba me empacó en un UBER, el cual no solamente me llevó al conjunto donde vivía,  sino que además se tomó el trabajo, prácticamente, de cargarme hasta la puerta de la casa, donde me recibió mi señora muerta de la risa; el UBER se fue y regresó a los 20 minutos, para devolvernos el iPhone recién comprado que se me había quedado en la silla del carro; esta es la hora que aún no salimos del asombro; en Colombia no estamos acostumbrados a semejantes muestras de honradez.
En muchos casos manejar un taxi no es algo que se elige, sino que emerge con las circunstancias, como un plan B o plan C; un escampadero para quienes no encuentran más que hacer para ganarse la vida y eso explicaría la falta de vocación y de compromiso para prestar un buen servicio, defecto muy usual en los señores de la denominada “mancha amarilla”, que contrasta con la disposición y el buen trato que los usuarios reciben de los conductores que llegan por las plataformas.
Pero las plataformas son ilegales, porque lo dice un papel, y eso es lo relevante; ¡qué carajos eso de la calidad y la tecnología!, ¡a la porra lo que digan los usuarios!, si paradójicamente, en el transporte público individual, lo que menos cuenta es el individuo; lo verdaderamente importante es el monopolio y los cupos congelados, para especular con ellos y hacer más ricos a los dueños, que normalmente no son los taxistas, quienes sólo se limitan a cumplir con la entrega y a sobrevivir.

miércoles, 8 de enero de 2020

Miscelánea 08/01/2020



Por James Cifuentes M.

Me despierta el rugir de los motores de un avión, anunciándome que son las 5:20 a.m, que hay buen clima y el vuelo Pereira - Panamá - Miami ha salido puntual del aeropuerto Matecaña; en 10 minutos más Marco Fidel, mi vecino, cruzará raudo por el frente de mi casa rumbo al trabajo, recordándome que es un nuevo día hábil, que arranca una semana corta, luego del puente de Reyes Magos, recordándome que ya estamos instalados en 2020, que las fiestas ya pasaron, que el tiempo sigue su carrera imparable y que hay que volver a producir; que nos veremos otra vez cara a cara con la rutina, ese monstruo que empezará a tragarse el año bisiesto que apenas nace y que morirá en otros 358 amaneceres, llevándose otro pedazo de nuestra vida, de una existencia cada vez más vertiginosa, más surrealista, en la que los meses ya no son meses sino microsegundos, que se consumen en la vorágine de la televisión, el celular y las redes sociales.

Me niego a encender la radio, porque ya sé lo que dirán en el noticiero, seguramente hablarán de hechos nuevos que paradójicamente ya no son noticia y no nos conmueven; dirán, por ejemplo, que ha sido asesinado otro líder social; que un motociclista murió cuando intentaba adelantar un camión por la derecha; que capturaron a un funcionario público por corrupto; que una mujer fue brutalmente golpeada por su marido, que abusaron de un niño; que el dólar subió, que el petróleo bajó, que el euro se mantiene, que se está disparando el desempleo, que se reactivará el paro y que llegarán más venezolanos; que James Rodríguez se recuperó, pero no es titular en el Real Madrid y que, aunque Dios no lo quiera, el medio oriente volverá a estallar en guerra, esta vez por el arrebato de Donald Trump que se quiere reelegir.

Aún sin salir de la resaca de diciembre y sin tapar los rotos que dejó la generosidad del espíritu navideño, hoy hacemos cuentas de servilleta con el aumento del salario y nos alistamos para comprar cuadernos y útiles escolares; luego, inesperadamente, nos toparemos en la calle a una señora con la cruz tiznada en la frente quien nos ubicará en el inicio de la cuaresma y nos dirá que la Semana Santa es inminente, que habrá tiempo para rezar y volver a descansar; superada esa pasión, vendrán otras menos amables como el pago del predial, el rodamiento del carro, el impuesto de renta y las demás cargas que nos imponen  los deberes ciudadanos.

En un abrir y cerrar de ojos volverá a ser octubre, y estaremos diciendo, otra vez, ¡esto se acabó!

viernes, 3 de enero de 2020

Miscelánea 03/01/2020

Por James Cifuentes M.

Iniciando la campaña, mi colega Luis García, lanzó una curiosa frase, respecto de lo que podría representar Carlos Maya en la carrera por la alcaldía de Pereira, en términos de que sería “mal candidato pero buen administrador”, y pareciera estarse confirmando lo segundo, cuando el burgomaestre electo se ha hecho esperar más de lo acostumbrado, en el anuncio de los miembros de su gabinete.
Estábamos en ascuas, pero no solamente el pueblo raso sino que la incertidumbre pesaba hasta en las entrañas del Equipo del Cambio, que vivió días aciagos por la suspensión de Juan Pablo Gallo, debiendo afrontar un empalme y una transición del poder en circunstancias atípicas, aunque el mandatario encargado, Carlos Andrés Hernández, no fue inferior al compromiso y no solo mantuvo a flote el barco sino que además mostró interesantes resultados, aun con las complejidades del último trimestre del año, con Halloween, protestas sociales y la época decembrina a bordo.
Era previsible que la designación de los secretarios de despacho, los directores y gerentes de los entes descentralizados, sería un verdadero chicharrón, con el desafío de dejar contentas a todas las fuerzas que se atribuyen la razón del triunfo en el “votofinish” del 27 de octubre, con el deber de generar una oxigenación con nuevas figuras y lo embarazoso de prescindir de algunos alfiles que confiaban en su continuidad.
Se dice que fueron varios los borradores revisados y afinados hasta que se consolidó la lista con la que tomaron la foto el pasado viernes en el Móvich, y que para mi gusto, en su mayoría, resultó un acierto, que pone de presente que el nuevo alcalde tiene un alto sentido de la responsabilidad y no se quiere equivocar.
Destaco los nombramientos en Gobierno con Álvaro Arias, una muy buena noticia para una secretaría de gran relevancia y enormes desafíos; de Dora Ospina en Hacienda, Gustavo Rivera en Deportes, Fredy Ruano en Tecnologías de la Información, Yesid Rozo en Planeación, Juan Carlos Restrepo en Infraestructura, Luz Adriana Restrepo en Jurídica y Juliana Loaiza en Comunicaciones, que dicen mucho del nivel de reconocimiento del Alcalde frente a la capacidad técnica y de trabajo.
Muy promisoria expectativa para el profe Leonardo Huerta en Educación, Pacho Valencia en el Aeropuerto, Guillermo Fletcher en Vivienda y Sergio Trejos en Movilidad. En los demás cargos me atengo el buen criterio del ahora Alcalde Maya, esperando se supere a sí mismo como copartícipe y continuador del Cambio.