miércoles, 16 de octubre de 2019

Miscelánea



Por James Cifuentes M.
Cuando nos levantamos en la mañana el desayuno suele estar servido, al medio día la casa arreglada; para el almuerzo y la cena, simplemente nos llaman y acudimos a la mesa, para que nos atiendan, sabiendo que alguien previamente puso la plata, alguien hizo la compra y alguien cocinó, aunque no nos preguntemos cómo fue posible.
Diariamente, en nuestro entorno doméstico, alguien toma decisiones por nosotros, como qué comer o qué beber, si se arregla o no la llave del baño que se dañó, si se cambia de automóvil o si se compra una licuadora nueva, si nos endeudamos más o si gastamos menos. Así mismo, en el devenir  de las cosas públicas, todo se hace y alguien lo hace; bien, regular o mal, en mayor o menor medida, pero se hace; así a nosotros no nos importe o no sepamos cómo ni quién ha sido el responsable; alguien tiene la atribución para actuar por nosotros, incluso sin que hayamos intervenido en su elección.
Alguien barre las calles o las deja sucias; alguien controla el espacio público o permite su invasión; alguien le paga a los profesores o se olvida de ellos; alguien contrata los médicos del puesto de salud o los despide; alguien mantiene el coliseo o deja que se caiga; alguien dirige el tráfico o lo entorpece; alguien impone las multas y alguien las cobra; alguien nos da seguridad o nos atropella; alguien condena a los delincuentes o los deja libres; alguien nos incluye o alguien nos ignora.
En algún lugar, alguien hace bien su trabajo o simplemente firma y cobra; alguien decreta los impuestos y alguien se los roba; alguien invierte bien los recursos públicos y alguien los derrocha; alguien cumple la ley y la hace cumplir y alguien se hace el de la vista gorda.
Tanto en la casa como en la vida del Estado, en sus distintas manifestaciones, en el barrio, en la comuna, en el municipio, en el departamento o en la nación, que igual son nuestras casas, solo que mucho más grandes, más complejas y tal vez más desorganizadas, alguien administra o lo deja de hacer, y eso necesariamente nos afecta.
Cuando mis conciudadanos dicen que no votan, que no les interesa, que no les importan las elecciones, porque eso no sirve para nada, a mí me dan ganas de reír y de llorar, y no sé dimensionar si dicen semejante barbaridad por frustración o por mera ignorancia; me late que puede ser más por lo segundo, porque para percibir si las cosas van bien o van mal, para entender y ejercer la democracia, hay que estar mínimamente educados e informados... y comprometidos.

2 comentarios:

  1. Muy cierto. Cada decisión nos involucra así que debemos saber elegir a nuestros gobernantes con conciencia y no por algún interés particular.

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  2. En total acuerdo, cuando se tengan veedores, personeros, contralores y cuanta cias se imagenen que si hagan su trabajo, podremos dormir tranquilos... Hoy no, y seguramente desde enero 1 de 2020...tampoco.

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