Por James Cifuentes M.
Cuando
nos levantamos en la mañana el desayuno suele estar servido, al medio
día la casa arreglada; para el almuerzo y la cena, simplemente nos
llaman y acudimos a la mesa, para que
nos atiendan, sabiendo que alguien previamente puso la plata, alguien
hizo la compra y alguien cocinó, aunque no nos preguntemos cómo fue
posible.
Diariamente,
en nuestro entorno doméstico, alguien toma decisiones por nosotros,
como qué comer o qué beber, si se arregla o no la llave del baño que se
dañó, si se cambia de automóvil
o si se compra una licuadora nueva, si nos endeudamos más o si gastamos
menos. Así mismo, en el devenir
de
las cosas públicas, todo se hace y alguien lo
hace; bien, regular o mal, en mayor o menor medida, pero se hace; así a
nosotros no nos importe o no sepamos cómo ni quién ha sido el
responsable; alguien tiene la atribución para actuar por nosotros,
incluso sin que hayamos intervenido en su elección.
Alguien
barre las calles o las deja sucias; alguien controla el espacio público
o permite su invasión; alguien le paga a los profesores o se olvida de
ellos; alguien contrata los médicos
del puesto de salud o los despide; alguien mantiene el coliseo o deja
que se caiga; alguien dirige el tráfico o lo entorpece; alguien impone
las multas y alguien las cobra; alguien nos da seguridad o nos
atropella; alguien condena a los delincuentes o los
deja libres; alguien nos incluye o alguien nos ignora.
En
algún lugar, alguien hace bien su trabajo o simplemente firma y cobra;
alguien decreta los impuestos y alguien se los roba; alguien invierte
bien los recursos públicos y alguien
los derrocha; alguien cumple la ley y la hace cumplir y alguien se hace
el de la vista gorda.
Tanto
en la casa como en la vida del Estado, en sus distintas
manifestaciones, en el barrio, en la comuna, en el municipio, en el
departamento o en la nación, que igual son nuestras
casas, solo que mucho más grandes, más complejas y tal vez más
desorganizadas, alguien administra o lo deja de hacer, y eso
necesariamente nos afecta.
Cuando
mis conciudadanos dicen que no votan, que no les interesa, que no les
importan las elecciones, porque eso no sirve para nada, a mí me dan
ganas de reír y de llorar, y no sé dimensionar
si dicen semejante barbaridad por frustración o por mera ignorancia; me
late que puede ser más por lo segundo, porque para percibir si las
cosas van bien o van mal, para entender y ejercer la democracia, hay que
estar mínimamente educados e informados... y
comprometidos.
Muy cierto. Cada decisión nos involucra así que debemos saber elegir a nuestros gobernantes con conciencia y no por algún interés particular.
ResponderEliminarEn total acuerdo, cuando se tengan veedores, personeros, contralores y cuanta cias se imagenen que si hagan su trabajo, podremos dormir tranquilos... Hoy no, y seguramente desde enero 1 de 2020...tampoco.
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