viernes, 15 de junio de 2018

He decidido que mi voto pese



Por James Cifuentes Maldonado



Embargado por la tusa que me dejó el tiro en el palo que pegó Sergio Fajardo con sus 4.600.000 votos, que casi lo ponen en la segunda vuelta presidencial, e impulsado por los motivos que me llevaron a ejercer ese voto de esperanza pero sobre todo de conciencia, decidí votar en blanco en la definición entre Gustavo Petro e Iván Duque.

Defendí mi posición argumentando la pertinencia del voto en blanco como una expresión válida de la democracia, como una protesta ante las ofertas programáticas de los candidatos en carrera que no satisfacen mis convicciones ni llenan mis expectativas. De manera pública, en 2 ocasiones ratifiqué mi intención como una actitud de coherencia.

Como es bien sabido por todos, en esta ocasión el voto en blanco ha generado dos particulares reacciones; por un lado la presión de los que creen en la Colombia Humana y ven en la opción neutral un desperdicio y una forma de asegurar el triunfo del uribismo y, por otro lado, el oportunismo de la derecha que sabe que el voto en blanco, en las especiales circunstancias de la segunda vuelta es un factor que divide y garantiza la victoria de quien puntea en las encuestas.

Pues bien, como yo no soy ajeno a las dinámicas de la política, y como no puedo ser ciego, ni sordo y mucho menos indolente; he cambiado de parecer, aunque mis convicciones sobre el Estado y cómo debería ser su gobierno no han cambiado.

He entendido que las razones que en su momento me llevaron a votar por la Alianza Colombia seguirán ahí, encarnadas en el mismo Sergio Fajardo o en quien en todo caso enarbole las banderas de la política decente y el combate a la corrupción en todas sus formas, que es en suma el principal problema de esta nación, más que la subversión, como ya ha quedado demostrado.

Tres semanas me han servido para analizar todas las perspectivas y para procesar el duelo, ahora tengo claro que a Fajardo hay que dejarlo ir.

Ahora entiendo que Colombia está viviendo un momento histórico, único, nunca antes visto, en el que estamos a punto de dar un giro hacia una forma de gobernar más altruista y sensible, en la construcción de nuevas formas de progreso, más sostenibles, más amigables con el medio ambiente y más coherentes con la búsqueda de la justicia social.

Hoy entiendo que Colombia está partida en dos, y que cada una de esas dos partes representa el país que quiero y el país que no quiero; hoy tengo claro que, por lo menos en teoría, las dos ofertas que quedan en carrera están sustentadas en unos postulados y unos principios contrapuestos sobre las finalidades del Estado y las mejores formas y métodos de conducirlo y que, en esa medida, yo no puedo ser indiferente y debo tomar partido.

Por lo tanto, manteniéndome firme en los cuestionamientos y en los aspectos que no me gustan de Gustavo Petro, que en su mayoría tienen que ver con su carácter, le voy a dar la oportunidad a la Colombia Humana; por mí, por Colombia y por los muchos amigos que han creído en ese proyecto como la alternativa que más se ha acercado a ese punto de inflexión y a ese relevo en el poder que el país necesita.

Una de las razones que genera incertidumbre con Petro Presidente es el de la gobernabilidad, en el sentido de que en principio no tiene las mayorías en el congreso y eso limitará las reformas e iniciativas que se propone; no obstante esa dificultad es parte del proceso y no puede ser razón suficiente para desvirtuar por anticipado la propuesta socialdemócrata que más lejos ha llegado y que pase lo que pase debe continuar, hasta que fructifique, con Petro o sin él.

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