Por James Cifuentes Maldonado
Antes de unas elecciones, la opinión pública, esa inmensa mayoría de ciudadanos que botan corriente y arreglan el país en las cafeterías, sumada a la minoría que efectivamente ejerce el voto, es como una masa sin criterio; las manos que estrujan esa masa y que le dan forma, son los largos tentáculos de los medios de comunicación, que van más allá del deber de informar, toman partido y, sin disimulo alguno, utilizan una poderosa herramienta, que yo imagino como un gran rodillo representado en las encuestas.
Todo empieza, tanteando el terreno, lanzando nombres, como elevando cometas para ver cuál llega más lejos; no es relevante si son reconocidos o no; precisamente las encuestas en muchos casos se hacen no tanto para consultar la percepción del público sino para inducirla y para visibilizar a los que alguien dijo.
Echados los nombres al vuelo, el rodillo mediático se pone en acción, yendo y viniendo todos los días a todas horas, permitiendo la excesiva exposición de los que “alguien dijo”, con entrevistas, notas de farándula o con lo que sea. En la radio y en la televisión los elegibles son abordados para hablar de su obra y milagros; con simpatía cuentan cómo se llaman sus mascotas y hasta hacen el ridículo cantando, para mostramos su faceta más humana.
Así se va amasando la democracia, muy intensamente, hasta que los nombres que al principio no decían nada, quedan puestos en órbita y prácticamente sembrados en el imaginario de la gente; así se construye, o mejor, se manipula la opinión pública, y utilizo precisamente el verbo manipular a propósito del escándalo de Facebook y Cambridge Analítica.
A medida que el rodillo mediático y las encuestas hacen su trabajo, los postulantes empiezan a inflarse, como la levadura en el pan, y de un momento a otro unos desconocidos se vuelven personajes de talla nacional, con mayor o menor favorabilidad, eso no importa, el hecho es que terminan convertidos en “firmes” candidatos, solo porque las encuestas lo dicen. La gente ya se refiere a ellos con propiedad, como si se conocieran bien, y luego los eligen, graduándolos de estadistas por el camino corto.
Pueda ser que Humberto de la Calle, el único presidenciable con carrera y quilates, se mantenga firme en su aspiración, no solo para dar cumplimiento a la ley y a la consulta que lo erigió como candidato, sino para que no ayude a dar ese entierro de quinta que le quieren dar al Partido Liberal, los congresistas que ya están ofreciendo sus votos al mejor postor.