Siguiendo con la estrategia de decir las cosas que a la galería le gusta escuchar, este Gobierno, fiel a su promesa de campaña, se la juega con un proyecto de decreto cuyo impacto será el retroceso de la jurisprudencia en materia de dosis mínima y dosis de aprovisionamiento en el consumo de narcóticos, en menoscabo del derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad, que es una conquista social de la Constitución del 91; bajo la premisa de que la cadena del narcotráfico se verá golpeada si se concentran los esfuerzos en perseguir a los jíbaros, cuando en la práctica se va a perseguir a la gente y no a las mafias y bandas criminales, comprometiendo las libertades civiles.
A los jíbaros no les va a pasar nada, lo único que se lograría con el arrevesado proyecto es que se arme una cacería que lleve a las redes del microtráfico a buscar nuevas alternativas para continuar su negocio, en razón de los operativos y el asedio de los uniformados de la Policía Nacional y que, por efectos de la restricción de la oferta y la demanda, la droga en las calles suba de precio, lo que terminaría siendo más pernicioso que lo que ahora tenemos, porque de alguna parte habrá de salir el dinero.
Que el tabaco es nocivo, por supuesto, que el alcohol es el detonante de gran parte de los problemas de la sociedad, ¿quién lo puede negar?, y que las drogas son una amenaza para la juventud, es indiscutible. En los foros donde arenguemos y pontifiquemos con estas tesis, saldremos en hombros, sin lugar a dudas, pero ¿y entonces? ¿Nos quedamos en el mero enunciado, en la emotividad del discurso y en el natural y obvio rechazo que esos temas deben ocasionar? o ¿asumimos con realismo y sin dobleces que esos problemas existen, que no se resuelven con una norma represiva y nos decidimos a abordarlos desde sus verdaderas raíces? ¿Ah?
En un eventual escenario de legalización de las drogas, de las duras y de las blandas, muy pocas personas adultas, por no decir que nadie, de las que hoy no consumen drogas, se volcarían a consumirlas; por una razón muy sencilla, esas personas tienen claro que no las necesitan, tienen claras sus consecuencias y tienen la estructura y el criterio suficiente para vivir sin ellas y decir “no, gracias”. Luego, el problema de la legalización se circunscribe a las personas que ya consumen drogas y a los menores que no lo han hecho y están expuestos a caer en ellas.
Sobre los adictos es claro que constituyen un problema de salud pública y desde esta perspectiva debe actuar el Estado, con programas integrales que procuren su recuperación en términos de tratamiento médico, desintoxicación y asistencia psicosocial.
En relación con los jóvenes sanos, los que están creciendo, mantenerlos alejados de la tentación del consumo constituye una tarea que fundamentalmente corresponde a los padres en casa, y obviamente me refiero a los hogares promedio que tienen a papá y mamá comprometidos con la crianza de los hijos, porque para los hogares atípicos o disfuncionales la estrategia deberá además involucrar a otros actores como las instituciones educativas y las autoridades de familia.
Entonces, que Colombia sea el productor del 80% de la cocaína que se consume en el mundo, y que pongamos gran parte de los muertos que resultan de su espiral de violencia, por la clandestinidad de ese mercado, además de las distorsiones socioeconómicas y políticas, por la gran influencia que ejerce el narcotráfico y que se traducen en criminalidad y corrupción, nos da la legitimidad para abanderarnos, sin ambages y sin populismos, de la causa de la legalización; muy a pesar de la hipocresía de la sociedad y de los gobiernos de los Estados Unidos que en gran medida son responsables de la problemática, como quiera que constituyen el principal destino de la producción.
Legalización SI; no hay de otra, sea que alcancemos o no a verlo en esta centuria; algún día la sensatez brillará, como sucedió el siglo pasado cuando se normalizó el consumo de alcohol y lo que era una renta exclusiva de las mafias se convirtió en uno de los principales ingresos de los Estados, que entendieron que prohibir y criminalizar los vicios es multiplicar el problema a la máxima potencia.
Con la naturaleza humana no se puede pelear, solo regularizar y controlar. Por odioso que nos parezca siempre habrá fumadores, bebedores, jugadores y consumidores de psicoactivos; y ni que hablar de la prostitución, para la que siempre habrá clientes y personas dispuestas, por una razón u otra, a prestar el servicio; y, si nos queda duda, consultemos la historia en los más de 5000 años que se dice tiene la civilización.
La lucha contra las drogas, en la forma en que la hemos venido dando, es una causa perdida y los políticos lo saben, lo que pasa es que admitirlo no es popular ni da votos.