martes, 25 de septiembre de 2018

Lo que nos gusta oír - Una visión del problema inventado del narcotráfico



Por James Cifuentes Maldonado

Siguiendo con la estrategia de decir las cosas que a la galería le gusta escuchar, este Gobierno, fiel a su promesa de campaña, se la juega con un proyecto de decreto cuyo impacto será el retroceso de la jurisprudencia en materia de dosis mínima y dosis de aprovisionamiento en el consumo de narcóticos, en menoscabo del derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad, que es una conquista social de la Constitución del 91; bajo la premisa de que la cadena del narcotráfico se verá golpeada si se concentran los esfuerzos en perseguir a los jíbaros, cuando en la práctica se va a perseguir a la gente y no a las mafias y bandas criminales, comprometiendo las libertades civiles.

A los jíbaros no les va a pasar nada, lo único que se lograría con el arrevesado proyecto es que se arme una cacería que lleve a las redes del microtráfico a buscar nuevas alternativas para continuar su negocio, en razón de los operativos y el asedio de los uniformados de la Policía Nacional y que, por efectos de la restricción de la oferta y la demanda, la droga en las calles suba de precio, lo que terminaría siendo más pernicioso que lo que ahora tenemos, porque de alguna parte habrá de salir el dinero.

Que el tabaco es nocivo, por supuesto, que el alcohol es el detonante de gran parte de los problemas de la sociedad, ¿quién lo puede negar?, y que las drogas son una amenaza para la juventud, es indiscutible. En los foros donde arenguemos y pontifiquemos con estas tesis, saldremos en hombros, sin lugar a dudas, pero ¿y entonces? ¿Nos quedamos en el mero enunciado, en la emotividad del discurso y en el natural y obvio rechazo que esos temas deben ocasionar? o ¿asumimos con realismo y sin dobleces que esos problemas existen, que no se resuelven con una norma represiva y nos decidimos a abordarlos desde sus verdaderas raíces? ¿Ah?

En un eventual escenario de legalización de las drogas, de las duras y de las blandas, muy pocas personas adultas, por no decir que nadie, de las que hoy no consumen drogas, se volcarían a consumirlas; por una razón muy sencilla, esas personas tienen claro que no las necesitan, tienen claras sus consecuencias y tienen la estructura y el criterio suficiente para vivir sin ellas y decir “no, gracias”. Luego, el problema de la legalización se circunscribe a las personas que ya consumen drogas y a los menores que no lo han hecho y están expuestos a caer en ellas.

Sobre los adictos es claro que constituyen un problema de salud pública y desde esta perspectiva debe actuar el Estado, con programas integrales que procuren su recuperación en términos de tratamiento médico, desintoxicación y asistencia psicosocial.

En relación con los jóvenes sanos, los que están creciendo, mantenerlos alejados de la tentación del consumo constituye una tarea que fundamentalmente corresponde a los padres en casa, y obviamente me refiero a los hogares promedio que tienen a papá y mamá comprometidos con la crianza de los hijos, porque para los hogares atípicos o disfuncionales la estrategia deberá además involucrar a otros actores como las instituciones educativas y las autoridades de familia.

Entonces, que Colombia sea el productor del 80% de la cocaína que se consume en el mundo, y que pongamos gran parte de los muertos que resultan de su espiral de violencia, por la clandestinidad de ese mercado, además de las distorsiones socioeconómicas y políticas, por la gran influencia que ejerce el narcotráfico y que se traducen en criminalidad y corrupción, nos da la legitimidad para abanderarnos, sin ambages y sin populismos, de la causa de la legalización; muy a pesar de la hipocresía de la sociedad y de los gobiernos de los Estados Unidos que en gran medida son responsables de la problemática, como quiera que constituyen el principal destino de la producción.

Legalización SI; no hay de otra, sea que alcancemos o no a verlo en esta centuria; algún día la sensatez brillará, como sucedió el siglo pasado cuando se normalizó el consumo de alcohol y lo que era una renta exclusiva de las mafias se convirtió en uno de los principales ingresos de los Estados, que entendieron que prohibir y criminalizar los vicios es multiplicar el problema a la máxima potencia.

Con la naturaleza humana no se puede pelear, solo regularizar y controlar. Por odioso que nos parezca siempre habrá fumadores, bebedores, jugadores y consumidores de psicoactivos; y ni que hablar de la prostitución, para la que siempre habrá clientes y personas dispuestas, por una razón u otra, a prestar el servicio; y, si nos queda duda, consultemos la historia en los más de 5000 años que se dice tiene la civilización.

La lucha contra las drogas, en la forma en que la hemos venido dando, es una causa perdida y los políticos lo saben, lo que pasa es que admitirlo no es popular ni da votos.

viernes, 15 de junio de 2018

He decidido que mi voto pese



Por James Cifuentes Maldonado



Embargado por la tusa que me dejó el tiro en el palo que pegó Sergio Fajardo con sus 4.600.000 votos, que casi lo ponen en la segunda vuelta presidencial, e impulsado por los motivos que me llevaron a ejercer ese voto de esperanza pero sobre todo de conciencia, decidí votar en blanco en la definición entre Gustavo Petro e Iván Duque.

Defendí mi posición argumentando la pertinencia del voto en blanco como una expresión válida de la democracia, como una protesta ante las ofertas programáticas de los candidatos en carrera que no satisfacen mis convicciones ni llenan mis expectativas. De manera pública, en 2 ocasiones ratifiqué mi intención como una actitud de coherencia.

Como es bien sabido por todos, en esta ocasión el voto en blanco ha generado dos particulares reacciones; por un lado la presión de los que creen en la Colombia Humana y ven en la opción neutral un desperdicio y una forma de asegurar el triunfo del uribismo y, por otro lado, el oportunismo de la derecha que sabe que el voto en blanco, en las especiales circunstancias de la segunda vuelta es un factor que divide y garantiza la victoria de quien puntea en las encuestas.

Pues bien, como yo no soy ajeno a las dinámicas de la política, y como no puedo ser ciego, ni sordo y mucho menos indolente; he cambiado de parecer, aunque mis convicciones sobre el Estado y cómo debería ser su gobierno no han cambiado.

He entendido que las razones que en su momento me llevaron a votar por la Alianza Colombia seguirán ahí, encarnadas en el mismo Sergio Fajardo o en quien en todo caso enarbole las banderas de la política decente y el combate a la corrupción en todas sus formas, que es en suma el principal problema de esta nación, más que la subversión, como ya ha quedado demostrado.

Tres semanas me han servido para analizar todas las perspectivas y para procesar el duelo, ahora tengo claro que a Fajardo hay que dejarlo ir.

Ahora entiendo que Colombia está viviendo un momento histórico, único, nunca antes visto, en el que estamos a punto de dar un giro hacia una forma de gobernar más altruista y sensible, en la construcción de nuevas formas de progreso, más sostenibles, más amigables con el medio ambiente y más coherentes con la búsqueda de la justicia social.

Hoy entiendo que Colombia está partida en dos, y que cada una de esas dos partes representa el país que quiero y el país que no quiero; hoy tengo claro que, por lo menos en teoría, las dos ofertas que quedan en carrera están sustentadas en unos postulados y unos principios contrapuestos sobre las finalidades del Estado y las mejores formas y métodos de conducirlo y que, en esa medida, yo no puedo ser indiferente y debo tomar partido.

Por lo tanto, manteniéndome firme en los cuestionamientos y en los aspectos que no me gustan de Gustavo Petro, que en su mayoría tienen que ver con su carácter, le voy a dar la oportunidad a la Colombia Humana; por mí, por Colombia y por los muchos amigos que han creído en ese proyecto como la alternativa que más se ha acercado a ese punto de inflexión y a ese relevo en el poder que el país necesita.

Una de las razones que genera incertidumbre con Petro Presidente es el de la gobernabilidad, en el sentido de que en principio no tiene las mayorías en el congreso y eso limitará las reformas e iniciativas que se propone; no obstante esa dificultad es parte del proceso y no puede ser razón suficiente para desvirtuar por anticipado la propuesta socialdemócrata que más lejos ha llegado y que pase lo que pase debe continuar, hasta que fructifique, con Petro o sin él.

viernes, 1 de junio de 2018

LA TRAMPA DEL VOTO EN BLANCO.



Por James Cifuentes Maldonado


Me han preguntado si me he resuelto a votar en blanco; a los interesados les contesto: SI, pero esperémonos un tantico.

La primera reacción de quienes queremos ejercer el voto a conciencia, con criterio y no como un mero acto reflejo de nuestra precaria democracia, ha sido votar en blanco, y así lo he venido pensando, pero, cuando a uno le toca ver que todas las fuerzas establecidas que decían pensar diferente, en la medida en que van siendo descartadas se suben al bus del que se asoma como ganador, sin ningún reparo ético ni respeto por las colectividades que los respaldan, es necesario reconsiderar.

La principal característica de la política colombiana es el oportunismo, y por eso fue que en el momento en que el uribismo se dio cuenta que el mejor escenario de debate para la presidencia era con Petro, llegaron al punto de hablar bien de él, reconociendo que era un buen candidato, para asegurar que fuera su adversario en segunda vuelta; y ahí si despejemos la X; 

Ahora es igual, como los de Duque se han percatado que tienen, en teoría, los votos suficientes para ganar el 17 de junio, se quieren asegurar de que Petro no les dé una sorpresa, y por eso han empezado a trabajar y a inducir en los indecisos la idea del voto en blanco y a jugar con el dilema moral y con la psique de quienes votamos por Fajardo.

Entonces, esperemos hasta que llegue el día. Porque, con jugadas como las de Vargas Lleras y Gaviria, apenas estamos descubriendo que estábamos durmiendo con el enemigo. Ya no sabemos quién es quién y es necesario asegurarnos.

Para decidirse a votar por Duque o en blanco la única razón no puede ser el perverso y manipulador argumento de que Colombia con Petro se va tornar como Venezuela, así como dijeron que las Farc se iban a tomar el Congreso; con investigar un poquito nos daremos cuenta que eso no es tan probable, por mil razones y circunstancias que como sociedad nos diferencian de nuestros vecinos.

Resulta más útil pensar si de verdad necesitamos un recambio político que consolide la paz y que ponga a la pluralidad, a la justicia social y al medio ambiente como los focos de todas las propuestas.