miércoles, 17 de enero de 2024

Tío Alberto

En memoria de José Alberto Maldonado Marulanda
2 de agosto de 1960 - 15 de enero de 2024


Por James Cifuentes Maldonado  

  

  

Me preguntaron por qué el tío Alberto era tan especial; no tuve una respuesta clara ni inmediata; atiné a decir que era distinto, diferente a los otros hijos varones que tuvieron mis abuelos maternos.  La verdad no compartí con él tanto como hubiera querido, pero las contadas ocasiones en que pude hacerlo, algunas temporadas que pasó en mi casa, al cuidado de mi mamá, conocí a un ser sencillo, recursivo, laborioso, con una gran imaginación, pero con los sueños cortos e inmediatos, hechos apenas a la medida de lo que pudo conocer y aprender, nunca salió de Pereira y no estoy seguro de que haya terminado la primaria.    

  

Vivía día a día, nunca dejó de ser jornalero, primero del campo y luego de la construcción, con las mismas satisfacciones e ingratitudes que se narran en el tango de Pepe Aguirre; pasaba con entereza los tragos dulces y los amargos que el destino le sirvió en la copa de la vida, la vida que en su caso fue dura, injusta y que llegó a tener significado por las mujeres que amó y los hijos que le dejó al mundo, que ahí están, que salieron adelante y sólo ellos pueden dar cuenta de la conexión que tuvieron con su papá.  

  

Era un ser esencial, su principal valor era su humanidad, con todo lo que ello implica, con lo bueno y con lo no tan bueno, que es la condición que tenemos todos y que nos prohíbe o nos niega la autoridad moral de señalar o de juzgar. Mi tío Alberto solo fue culpable del pecado original que llevamos a cuestas desde que nacemos, por el mero hecho de existir y de ser; estigma que se remueve con la muerte que es la otra forma de empezar a vivir, en la eternidad a donde acaba de partir.   

  

Mi tío Alberto, no era el mismo del que habla la canción de Serrat, puesto que no tuvo títulos, ni cetro de oro ni corona, tampoco cató de todos los vinos ni anduvo por mil caminos, pero dio lo que pudo dar, compartió lo que tenía en su alacena y en sus bolsillos y especialmente nunca dejó de sonreír, ni en los momentos de mayor dureza, como cuando perdió la libertad y luego cuando estuvo a punto de perder una pierna por una fractura expuesta y rebelde que vino a sanar después de dos años.   

  

Él ya no está, una enfermedad silenciosa y no identificada apagó sus ojos a sus 63 años, pero su canción, como yo la entiendo, seguirá sonando, muy cercana a su último verso: “En el final del camino te esperó la sombra fresca de una piel dulce de 20 años donde olvidar los desengaños de diez lustros de amor … Tío Alberto”.  En mi repisa quedan el Ferrari de madera y la tractomula de cartón que hizo con sus propias manos, que un día me regaló y que hoy no tienen precio, en mi corazón y en mi mente queda lo más importante, su recuerdo, que hará que viva para siempre.   

 

PDTA. Los anteriores párrafos fueron escritos la mañana del 16 de enero de 2024, horas antes de las honras fúnebres de mi tío Alberto; la crónica muy compacta y resumida que aquí les he presentado corresponde a la perspectiva muy limitada que tuve de una persona a la que no conocí en toda su dimensión, pero a la que definitivamente me unía una gran afinidad, por razones que no puedo del todo explicar.  Así como la luna, mi tío Alberto tuvo una faz que nunca vi; en sus últimos años anduvo por escenarios en los que conoció a mucha gente e hizo parte de proyectos y obras que le dieron la plenitud de la que yo no sabía. Me avergüenzo por no haber estado ahí y no haber sido consciente de ello. 

 

Por suerte se dio la oportunidad para reivindicar ante mis ojos y mi ignorancia la vida y obra de mi tío quien literalmente construyó el templo donde habría de ser homenajeado y despedido para su viaje a la eternidad.  En la carrera 5ª entre calles 28 y 29 de Pereira, hay una capilla perteneciente a la Iglesia Católica Anglicana, congregación con la cual mi tío tuvo lazos muy estrechos y con la cual colaboró especialmente para levantar, durante casi dos décadas, los muros y hacer los acabados de ese bello lugar para el ejercicio de la fe cristiana, fe que él intentó seguir luchando permanentemente con sus escepticismos y sus dudas.  

 

El Padre Germán, con otros 5 sacerdotes, concelebró la misa más hermosa en la que yo haya estado.  Un acto muy cálido y muy intimo que trascendió lo litúrgico y se constituyó en el más grandioso testimonio sobre la vida de alguien, con todos los detalles que me hicieron comprender, para mi orgullo y gozo, que mi tío Alberto fue inmensamente querido e hizo parte de realizaciones de las que muchos de sus parientes no teníamos idea.  Gracias, padre Germán, a usted y a todos los que caminaron con mi tío en la mejor parte de su recorrido.





1 comentario:

  1. Que bonita cronica de vida y homenaje postumo a un ser especial , sentidas condolencias

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